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Pese a que se ocupó todo el espacio posible de la Rural, hubo días en que era misión imposible transitar por la Feria del Libro. (Foto: Sergio Goya)
C iudad Juárez, Chihuahua, 10 de mayo 2011. (RanchoNEWS).- Un diccionario de lugares comunes debería escribirse cada vez que finaliza la Feria del Libro. De un tiempo a esta parte alcanza con escarbar con un poco de saña en los balances de ediciones pasadas de todos los diarios –como el slogan de TVR, «nadie se salva del archivo», y menos quien suscribe estas líneas– para comprobar, no sin cierto asombro, que podrán variar las cifras –siempre en ascenso–, pero que esta 37ª edición, que terminó ayer, una vez más ha sido exitosa. Se podría agregar, con un afán descriptivo que desemboca inexorablemente en la ponderación, que fue «muy» exitosa. La evidencia numérica condensa la soberbia imantación del fenómeno, pero lejos está de explicarlo. Desde el 20 de abril, alrededor de 1.250.000 visitantes pasearon por los 46 mil metros cuadrados dispuestos en la Rural, unas 50 mil personas más que en 2010. La exuberancia manifiesta de la estadística no se agota en este preludio. Hubo 1496 expositores y 1570 actos culturales: conferencias tan esperadas como decepcionantes, como la de Mario Vargas Llosa; debates como el de Carta Abierta con Horacio González, con más asistentes que los que pudo juntar el Nobel peruano; presentaciones de libros multitudinarias, como la de Aníbal Fernández; lecturas de poesía, espectáculos de música, de teatro y danza, y homenajes a María Elena Walsh y a Ernesto Sabato, entre otros. Las ventas se incrementaron un 30 por ciento promedio, aunque algunos stands registren hasta un 40 o 70 por ciento más. A este aumento ha contribuido la estampida de las Bibliotecas Populares que, durante el último fin de semana, compraron libros por seis millones de pesos, gracias al encomiable Programa Libro, impulsado por la Conabip. Una nota de Silvina Friera para Página/12:
Ningún acontecimiento cultural como la Feria es tan enaltecido cuan injustamente denigrado. Se la «sataniza», se la condena o rechaza –el escalafón admite matices– por su carácter masivo. Por el ruido, por el espectáculo. Los prejuiciosos reparos de lectores con pergaminos varios en librerías, los escritores, los intelectuales y los periodistas forman fila para inflar el descontento. Como las entusiastas personas que, lejos de la queja, este fin de semana desde el ingreso por Plaza Italia, según se cuenta, llegaban hasta Santa Fe y Oro, donde la cola doblaba y arañaba la mitad de cuadra de Oro. Las críticas se deslizan por la cuerda floja de cierto pudor culposo. Pocas veces se proclama en voz alta y contundente; pero merodea como una musiquita ambiental que interpela. Que molesta. Cuestionarla porque más de un millón de personas se desesperan por estar por los pabellones, por comprar o arrimarse a eso que se podría llamar «el mundo del libro», por «ser parte de» un colectivo complejo y disímil de lectores hasta lo que dure la visita, será materia opinable, pero suena cavernícola o directamente inadmisible. ¿Persiste en el universo del libro el resabio de la idea de coto cerrado, para unos pocos lectores con mayúsculas, semejante al erudito de antaño, que es invadido por la «chusma»? ¿Será un reciclado de la metáfora de la «casa tomada»? Excede a este balance una respuesta unívoca.
«Denigrarla, pero tratar de ingresar a ella si se puede». La definición pertenece a Gustave Flaubert; está en su incisivo Diccionario de lugares comunes. Se refiere a la Academia francesa, pero calza al pie de un gesto en el que unos cuantos incurren cuando se entreveran con la Feria. Un cuchicheo exterior, pescado en la «periferia» de la Rural, ilustra la cuestión. «¡Tanta cola para comprar los mismos libros que están en las librerías!», le dice una muchacha, treinta y pico de años, que rumbea con una amiga hacia el café de la esquina de Thames y Santa Fe. El monumental rugido de los colectivos impide escuchar si la amiga amplió el repertorio o replicó el comentario. La frase sintoniza con los pruritos. Tal vez el tono amortigua cierto recelo, pero también abre otro frente problemático, tarea para el hogar de los organizadores. Mitos en torno de la Feria proliferan; hay uno que refuerza un tabú de reciente data. Con ánimo de probar y sin espanto por la cantidad, pero acaso resignados como quien se siente «sapo de otro pozo», algunos escritores no se asoman por la Rural porque imaginan o sienten que sus interlocutores no frecuentan este ámbito multitudinario. Gustavo Canevaro, editor de Albatros y presidente de la Fundación El Libro, reconoce ante Página/12 que «la celebración del libro a veces excluye autores muy valiosos». Canevaro recuerda que la directora de la Feria, Gabriela Adamo, en una columna publicada en este diario, se refirió a la Feria como «el sitio que recoge millares de conversaciones diferentes». Todo cambio cultural, subraya el presidente, es «lento y gradual». Una solución que están barajando se orienta a «mejorar» la comunicación. «La propuesta sería afianzar la calidad y conformar un canal abierto con esos escritores que tienen sus respetables objeciones porque creen que no encontrarán a sus lectores en la Feria... En medio del bullicio y de tantas personas, se puede perder de vista que esos lectores también están porque el mundo editorial es diverso, aunque no siempre sea fácil de equilibrar».
La masividad no se negocia. Sin embargo, esa opción requiere de una esforzada filigrana, un tejido de redes y articulaciones complejas, para no dormirse en los laureles. Que el carril de la calidad no expulse a la masividad. Y viceversa. El presidente de la Fundación El Libro no quiere que el éxito o la «cifra record», que no es para él un lugar común –«eso lo discuto a muerte», advierte–, «espante a los intelectuales».
Discuta, nomás. La Feria parece «condenada al éxito».
(Se ríe.) Probablemente si se compara con la edición pasada, que fue más chica en metros cuadrados, ésta fue sin dudas un éxito. Hubo días en que los espacios y salas estaban llenos. Y eso que se ocupó el máximo de lugar posible.
Pero hace por lo menos cinco años que es exitosa.
El éxito es la perseverancia, la constancia de trabajo de los editores, incluso a pesar de épocas malas, como fue hace muchos años, durante la guerra de Malvinas. En esta edición, a las editoriales universitarias y pequeñas también les fue muy bien, a pesar de ese bullicio que es la Feria.
Algunos editores sugieren que la Feria es muy larga, que debería acortarse, como la de Guadalajara, que dura once días. ¿Qué opina usted?
Sobre esto prefiero responder como editor. Sí, creo que sí, que la Feria es un poco larga. Pero la dificultad de recortar un fin de semana no es simple, si no se logran equilibrar las ventas con los costos de los stands, que no varían aunque la Feria dure menos. Habrá que armar una ingeniería para recortar la duración. Siempre estamos analizando este tema, pero me da la impresión de que será difícil poder implementarlo para la próxima edición. No es tan sencillo: extender el horario en menos días no garantiza que el público venga. Aunque no sea exactamente el mismo público que va a las librerías, tiene un toque noctámbulo. ¿Quién iría a la Feria si abre a las 10 de la mañana?
Un sondeo por los stands corrobora una tendencia de esta edición. Los libros políticos sacaron varias cabezas de ventaja a la ficción. En el podio de la editorial Planeta conviven las Zonceras argentinas y otras yerbas, del jefe de Gabinete, Aníbal Fernández; y El Flaco, de José Pablo Feinmann. En Random House, affaire Juanita Viale mediante, la cima la obtuvo Economía 3D, de Martín Lousteau; y La audacia y el cálculo, de Beatriz Sarlo. Modesta y laboriosa hormiga en comparación con los «tanques» editoriales, en Colihue, Kirchnerismo: una controversia cultural salió como pan caliente. «El libro anti K ya fue», vaticina un joven encargado de un stand que arriesga la sentencia, pero se achica cuando se le pregunta su nombre. ¿La visibilidad de estos textos se explica, en parte, por las elecciones que se avecinan? Canevaro responde que no. «Antes el libro político no tenía tanto alcance, pero ahora hay un fenómeno de la política en las redes sociales. Desde que algunos como Aníbal Fernández tienen Twitter, la comunicación y la llegada cambió el panorama. El caso Lousteau es más complicado», ironiza el presidente de la Fundación El Libro.
La tradicional Noche de la Ciudad no tuvo el brillo ni la repercusión de otras ediciones, según admite Canevaro. Coincidió con el feriado de Semana Santa, el primer fin de semana de la Feria, y eso no ayudó. «Pero también faltó programación y la coordinación con el Gobierno de la Ciudad, que tiene sus complejidades.» Esta bolilla, que se presentaba como fórmula infalible, habrá que estudiarla con esmero. Y paciencia. En el horizonte inmediato, la meta es proyectar la Feria del Libro en América latina y Europa, impulsar la venta de derechos y seguir la estela abierta por la conversión digital. «Cuando se piensa el libro, hoy es preferible hablar de contenidos para incorporar otras formas y no excluir lo digital. El libro no va a desaparecer, pero si no pensamos en estos términos, nos quedamos sin futuro en el largo plazo», plantea el editor de Albatros. «La Argentina tiene que recuperar el liderazgo en la región; podemos ser el faro de la industria editorial en América latina.»
El final de cada edición exitosa flamea con sus paradojas a cuestas. Nada más ridículo que tener que huir de ese objeto llamado Feria, hasta el próximo año, para entenderla.
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