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Detalle de la portada, con el dibujante Bob Wood como protagonista. (Foto:Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 9 de noviembre 2011. (RanchoNEWS).- Pocos sucesos ocupan un lugar tan privilegiado en el corazón de los amantes de los cómics como las audiencias del Senado de EEUU (1951) para investigar la posible relación entre los tebeos y la delincuencia juvenil. Aunque las conclusiones no fueron tan dramáticas como algunos creen, obligaron a la industria a adoptar un código de conducta (el Comic Code Authority) vigente hasta hoy. La medida provocó una caída en picado en la calidad y las ventas y se sigue considerando, como lo fue el Código Hays en el cine, un caso de censura con otro nombre. Una nota de Javier Cavanilles para El Mundo:
Aunque la historia siempre recuerda cómo la medida condenó al medio a un regreso al infantilismo que obligó a refugiarse en otros contenidos más tolerables (como los superhéroes), lo cierto es que las editoriales tuvieron parte de culpa de lo que se les vino encima. La recuperación de la mítica cabecera Crime Does Not Pay (por Denis Kitchen para Dark Horse) refleja que algo de razón tenían los que pensaban que no todo aquello era para niños. Blackjaked and Pistol-Whipped: A Crime Does Not Pay Primer, así se llama la recopilación, está llamada a hacer las delicias de los aficionados más exigentes.
La famosa editorial E.C. fue la mejor, no hay duda, pero no la primera que descubrió que los tebeos podían ir más allá y contar historias con contenidos adultos, aunque sus clientes eran niños y adolescentes en una época en la que la radio y el cine como fábricas de sueños eran la competencia. Pero lo curioso no es cómo, en los años 40, se hizo ese tránsito hacia la madurez del medio sino quiénes.
Crime Does Not Pay (All True Crime Stories) [El Crimen No Paga (Todo historias criminales auténticas)] nació en 1942 de la mano del editor de tercera fila Lev Gleason, un tipo tan dotado para los negocios como para los tebeos. Veterano de las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Español, fue condenado a una multa y tres meses de prisión (que no llegó a cumplir) por el Comité de Actividades Anti-Americanas en 1946. Su delito: formó parte de la directiva del Comité de Refugiados Anti-Fascistas y se negó a facilitar al tribunal los nombres de otros compañeros de correrías.
En 1935, la Metro Goldwin Mayer produjo una serie de documentales titulados El Crimen no paga para proyectar como complemento en los cines. Pronto la idea se transformó en serial de radio. Gleason tomó la idea para relanzar su pequeña compañía de cómics (cuyo principal éxito era Daredevil, un personaje que nada tiene que ver con el de Marvel). A diferencia de la productora, él estaba más interesado en lo primero que en lo segundo. De hecho, en la portada la palabra «Crimen» destacaba muy por encima del «no paga». Lo suyo era vender llevando al papel las desventuras de los grandes gángsters americanos, no educar.
Gleason se rodeó de otros dos de su cuerda, Charles Biro y Bob Woods. Para que convirtieran en realidad su proyecto les hizo una oferta inusual en aquella época: royalties en función de las ventas. Fue como apagar el fuego con gasolina y pronto se pusieron manos a la obra. Cuenta la leyenda, y puede ser cierta, que llegaron a vender el 105% de la edición. El cálculo se hacía distribuyendo todo lo que salía de la imprenta, independientemente del resultado o la calidad, y abandonando la costumbre de tirar a la papelera aquellos ejemplares con algún tipo de tara. Así lograron sumar cerca de tres millones de tebeos vendidos por número y casi el doble de lectores. Nadie en la industria les hacía sombra.
La palabra clave era realismo. «A los chicos les gusta el detalle», solía decir Biro a sus colaboradores. «Olvidaos del arte: id a por los detalles, los matices: balas que atraviesan las cabezas, cerebros que saltan por detrás... Los chicos quieren ver ese pequeño trozo de carne que aún tiene pelos salir por detrás. Eso es lo que vende». Carmine Infantino, Dan Barry, Joe Kubert o Dick Briefer fueron algunos de los viejos maestros que oyeron sus consejos. Entre sus rendidos admiradores estaba Stan Lee que, por entonces, intentaba sacar adelante la editorial Timely (luego Marvel).
Sobre los guiones, más de lo mismo. Una historia lo más sórdida posible –el maltrato a la mujer estaba a la orden del día– y un final en el que el malo recibía su recompensa. Un muerto más para la historia pero con la coartada moralizante. Lo curioso es que aunque Biro aumentaba el tamaño de su firma como guionista al ritmo que crecía su ego, la mayor parte de los relatos los escribió Virgina Hubbell, a la que siempre se recordará, aunque parezca mentira, por sus guiones para La Pequeña Lulú.
Biro y Woods eran tal para cual. Alcohólicos inveterados, ludópatas y folladores en serie (recurrían al truco de invitar a mujeres para pintarlas desnudas como 'modelos' para acabar acostándose con ellas), gastaban a manos llenas lo que ganaban (que, por lo visto, era mucho). Biro completaba su personaje haciéndose acompañar por un mono que descansaba sobre su hombro mientras trabajaba o presentándose en la oficina con la cara tuneada tras un encuentro con sus prestamistas.
Por supuesto, todo lo bueno se acaba. La presión para regular el contenido de los cómics, como había ocurrido con el cine, aumentaba día a día. Crime Does Not Pay no fue ajeno a las críticas. Empezó a reducir el tamaño del «Crimen» en la portada y a aumentar el del «no paga». Los contenidos se fueron aligerando y el interés de los compradores disminuyó al mismo ritmo.
Sin embargo, según Robert Farrell –otro miembro del clan, que en los años 80 intentó vender los derechos del cómic sin tenerlos– la historia es otra. Según él, la distribución estaba en manos de Frank Costello (la principal referencia de Mario Puzo al escribir El Padrino), quien también se encargaba de la de D.C. (entonces National Comics, la casa de Batman). Por lo visto, esta llegó incluso a pagar para que Crime no llegara a los quioscos.
En 1955, tras años de agonía, la cabecera desapareció y pronto le siguió la editorial. Charles Biro siguió trabajando hasta que murió en 1972, mientras Wood acabó convertido en un personaje de sus propias aventuras: en 1958 fue condenado a tres años de prisión por matar a golpes de plancha a una de sus amantes, tras 14 días de borrachera. Poco después de salir de la cárcel, convertido en un paria social, murió ahogado en un río por un ex compañero de prisión al que debía dinero. Por lo menos en su caso la historia le dio la razón: El crimen no paga.
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