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De izquierda a derecha: Masats, Isabel y Madoz. (Foto: Luis Sevillano)
C iudad Juárez, Chihuahua, 4 de noviembre 2011. (RanchoNEWS).- Sus imágenes han viajado por museos y galerías de todo el mundo. Ramón Masats (Caldes de Montbui, Barcelona, 1931), Isabel Muñoz (Barcelona, 1951) y Chema Madoz (Madrid, 1958) participan este mes en varias conversaciones sobre la fotografía en España, organizadas por la editorial La Fábrica y la cadena de tiendas Fnac. Madoz y Masats son premios nacionales (2000 y 2004, respectivamente) «e Isabel lo será en el futuro», augura el veterano fotorreportero catalán. El País los ha reunido delante de un café para que charlen sobre su vida y su obra. También, sobre las luces y sombras de la fotografía en España. Una nota de Manuel Morales para El País:
Hoy todo el mundo hace fotos, con móviles, cámaras digitales, iPad... ¿esta popularización banaliza la fotografía?
Ramón Masats. A mí es que no me interesan las cámaras digitales...
Isabel Muñoz. Tú no las necesitas, Ramón, has hecho fotos maravillosas. ¿Qué cámaras tienes?
R. M. Dos leicas, dos nikon y una Hasselblad. Le regalé una digital a mi mujer para que hiciera ella las fotos de familia... Yo creo que lo que vulgariza la fotografía es que cualquiera que tiene una camarita dice que es fotógrafo.
Chema Madoz. Yo creo que cuanta más gente haya, más posibilidades habrá de que alguien dé con un trabajo interesante...
I. M. Estamos en una explosión de la fotografía y es maravilloso que todo el mundo tenga acceso para contar cosas. La cámara es testigo de cantidad de cosas que antes no podíamos contar.
¿Esta perfección tecnológica ha convertido al medio en el mensaje, como decía McLuhan?
I. M. Es que la técnica te ayuda si tienes algo que contar, si no...
R. M. Lo complicado es la facilidad para hacer fotos que hay hoy. Porque esa facilidad puede distraerte de lo que debes contar. Tu cabeza se puede ir a lo sencillo y no a la profundidad, es peligroso para quien inicia el camino.
C. M. Lo digital solo lo he utilizado en ocasiones contadas. Lo que me da lástima es que desaparezca lo analógico. Son dos maneras de enfrentarse a la fotografía y una no debe anular a la otra. Uso lo analógico porque entronca con mi discurso y así seguiré...
R. M. Hasta que te deje la Kodak...
I. M. Pero no os preocupéis. Desaparecerán la Kodak y otras, pero siempre habrá un grupo pequeño de fotógrafos que seguirán fabricando ese material.
C. M. Si llegamos a eso, la cosa se va a poner muy complicada.
R. M. Es que a las empresas lo que les interesa es ganar dinero, y ahora el dinero está en lo digital.
I. M. Yo estoy en un momento de cambio. Es que lo digital es tan perfecto... yo, según para qué trabajos, necesito un poco de imperfección.
¿Y el Photoshop? De vez en cuando vuelve la polémica sobre su uso, sobre si falsea...
I. M. Yo soy un poco reacia, pero me sirve como ampliadora. Me gustan las fotos reales y si el bailarín debe saltar 70 veces para lograr lo que quiero, tendrá que hacerlo. No me interesa conseguirlo de otra forma.
Sus trabajos son sobre todo en blanco y negro. ¿Por qué?
R. M. En mi caso porque era lo que me pedían en la revista [Masats comenzó a mediados de los cincuenta]. Pero cuando regresé a la fotografía en 1982, tras 18 años en el cine, el editor me pedía color. Y yo siempre hago lo que me mandan. (Isabel Muñoz y Chema Madoz ríen).
I. M. Te crece la nariz por momentos, Ramón. Tú siempre has hecho lo que te ha dado la gana.
R. M. Ah, eso sí. Pero yo no comulgo con la nostalgia del blanco y negro. No minusvaloro el color.
C. M. Fíjate que el color lo puedes datar con gran facilidad. Sabes si una foto en color es de los cincuenta o de los setenta. Pero una hecha en blanco y negro está en un territorio más movedizo, puede ser de ayer o de hace 80 años.
I. M. A mí me gusta más el blanco y negro porque es intemporal, por su misterio. Pero hay historias que se deben contar en color.
R. M. Yo cuando hacía reportajes nunca sabía si lo iba a hacer en blanco y negro o color. Hasta llegar al sitio no decidía y no sé por qué.
De no haber sido fotógrafos, ¿dónde estarían? Alberto García-Alix declaró que la fotografía le había salvado de estar en la cárcel o en una oficina...
R. M. Yo habría seguido vendiendo bacalao en el mercado de Terrassa. Trabajé con mi padre en el puesto hasta que empecé a hacer tonterías. La prueba fue el reportaje de los Sanfermines, se lo enseñé a Oriol Maspons y a Xavier Miserachs y me animaron a seguir.
Pero usted le sisó dinero a su padre para comprarse una cámara...
R. M. Y para irme de juerga...
C. M. En mi caso me agarro a la segunda parte de la frase de Alberto. El escaso atractivo de la oficina me empujó a salir de allí. Lo único que me gustaba era hacer fotos.
I. M. De pequeña me habría gustado ser bailarina. Pensé incluso en hacer Ciencias Exactas pero el destino me llevó a la fotografía. Además, en un momento muy duro de mi vida el hacer fotos me ayudó a estar ahora aquí... siempre digo que le debo mucho a este oficio.
Los tres han recibido reconocimiento dentro y fuera de España por su obra. Masats fue uno de los renovadores de la fotografía española en los cincuenta, hizo las fotos para libros de Delibes y Aldecoa. Muñoz ha retratado etnias en medio mundo y el estilo de Madoz, con sus poemas visuales, esos objetos en los que nada es lo que parece, es inconfundible. Fue el primer fotógrafo español en vida al que un museo dedicó una retrospectiva, el Reina Sofía en 1999. ¿Han sentido en sus respectivas trayectorias el apoyo de las instituciones? ¿creen que aquí se trata a la fotografía como merece?
I. M. En los últimos años se ha hecho mucho, pero nunca es suficiente. Están PhotoEspaña, los centros culturales...
R. M. Cuando yo empecé, en el 54, no había nada. Ahora cada autonomía quiere su museo de la fotografía, cuando debería haber uno nacional. Es que aquí hay fotógrafos magníficos. También está el problema de que no salimos, de que no nos damos a conocer.
C. M. Se ha avanzado pero es que veníamos de un panorama desolador. En Francia, Alemania e Inglaterra es muy distinto. Tenemos grandes creadores pero sin peso internacional...
R. M. Los pintores españoles tuvieron que irse a París para ser reconocidos, pero ¿qué nombres de la fotografía tenemos en el extranjero?
C. M. Se necesita un cambio de actitud, en primer lugar de los propios fotógrafos.
R. M. Mira, hay quien te dice que se hace cargo de tu archivo, que te lo escanean, que lo ponen en una cámara refrigerada... pero a mí eso me da igual porque ya lo hace mi hijo, y muy bien. Son ofertas muy vagas...
¿Qué relación tenéis con vuestras obras? «Una vez colgada la foto, me desprendo de ella», ha dicho Chema Madoz.
C. M. Es que tengo esa sensación. Cuando haces una imagen ves que gran parte de los espectadores responden a la intención que has puesto. Pero se te escapa cuando se publica o se cuelga. (Masats hace el gesto de lavarse las manos).
R. M. Y dices «he hecho lo que podía», y a mí me pasaba igual. Mira, yo tengo un problema con la foto del puto cura parando el balón... (Risas). [Masats se refiere a su instantánea más famosa, la del religioso que hace una estirada a lo Casillas en un campo nevado ]. Parece que solo he hecho una foto en mi vida. Acabo odiándola porque siempre publican la misma. Pero bueno, ya no hago nada desde hace 12 años... no tengo más necesidad de expresarme. He trabajado como un animal, y eso que he sido un vago. Ahora lo que me gusta es leer y estar en casa tranquilo. La fotografía se ha muerto para mí, es muy curioso.
I. M. Yo espero morirme con el dedo en el disparador. Esto me encanta.
R. M. ¿Sí? Yo disfrutaba muchísimo pero decía «ya veréis lo gandul que seré»...
I. M. Pues no lo has demostrado, Ramón, te has movido mucho, con valentía, en una época que no era fácil.
R. M. Yo os admiro porque tenéis un estilo. Yo nunca lo he tenido porque he hecho de todo: fotografiar cuadros, hacer bodas –desde la del Rey a la de La Chunga–, de pararazzi, toros... Ahora, fuera lo que fuera, siempre con ilusión. La vida me obligó a dispersarme, por eso no tengo un estilo pero sí gran fuerza. Pero se acabó.
Hora y media de conversación toca a su fin. Isabel Muñoz y Chema Madoz se marchan rápido. Los dos tienen trabajo y una agenda que seguir. Masats se queda ojeando los libros de fotografía del vestíbulo de La Fábrica y se lleva Más real que la realidad, W. Eugene Smith, y Obras maestras, de Ricard Terré. Después, el hombre para el que la fotografía ya murió se ajusta la gorra del chubasquero y se aleja despacio calle abajo en la lluviosa noche madrileña.
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