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lunes, abril 22, 2013

Fotografía / Egipto: Javier Menéndez Bonilla documenta los «mulid», romerías devotas

«Recuerdo que en muchas ocasiones tenía la sensación de estar haciendo más bien un viaje en el tiempo».  (Foto: Javier Menéndez Bonilla)

C iudad Juárez, Chihuahua. 21 de abril de 2013. (RanchoNEWS).- Del granero del Delta, en el norte, al angosto valle del Nilo, en el sur. Los «mulid», las romerías que fastidian a los guardianes de la ortodoxia, alegran calendario y geografía con la tentación de bailar hasta caer en el trance. Cámara en ristre, un español recorrió Alto y Bajo Egipto levantando acta de esta singular «herejía» musulmana, cristiana e incluso judía. A través de decenas de fotografías en riguroso blanco y negro, el país árabe exhibe ahora este revelador trasunto de la España oculta de Cristina García Rodero. Una nota de Francisco Carrión para El Mundo:

«Recuerdo que en muchas ocasiones tenía la sensación de estar haciendo más bien un viaje en el tiempo», confiesa a ELMUNDO.es el asturiano Javier Menéndez Bonilla, un fotógrafo «amateur» que quedó fascinado por la tradición mientras trabajaba en la delegación de la Unión Europea en El Cairo.

Fue, evoca, un encuentro fortuito. «Estaba dando una vuelta por El Cairo islámico con un amigo egipcio y coincidimos con la llegada de distintas 'tariqas' (ordenes sufíes) que se acercaban con banderas, pancartas y música a la explanada de Al Husein para saludar al imán de la mezquita de Al Azhar».

El fogonazo resultó cegador. Aquella misma noche regresó al 'mulid el Nabi' (dedicado al profeta) y observó la ceremonia del dikr, un baile acompasado por invocaciones repetitivas del nombre de Alá y música durante el que los danzarines (dando vueltas sobre sí mismos) entran en trance.

Algarabía infantil

«Ahí comenzó un viaje de más de dos años. Dediqué mis ratos libres a ir descubriendo estas fascinantes celebraciones por todo Egipto», relata Javier. El tesoro de la aventura se expone en las salas del Centro para la Documentación del Patrimonio Cultural y Natural (Cultnat), un organismo público dependiente de la Biblioteca de Alejandría. Las preciadas instantáneas capturan el bullicio arremolinado junto a las mezquitas o la algarabía infantil encaramada a rudimentarias atracciones de feria.

«Hay cientos en todos el país. Prácticamente cada pueblo tiene el suyo y en las grandes ciudades como El Cairo hay muchos», apunta el autor de la muestra. «Algunos mulid congregan a docenas, incluso centenares de miles de personas que vienen de todo el país. En su mayoría, son gente pobre que acampa literalmente y durante días en medio de las calles». Pero es en «la gran noche» (El 'leila el kebira') cuando se acaricia el cenit: la multitud desborda unas fiestas que conmemoran el nacimiento de los «santos patrones» del islam y la muerte de un jeque o (en su versión cristiana) honra a alguna virgen.

«Mucha gente no lo sabe pero existen mulid coptos [la minoría cristiana copta representa el 10 por ciento de la población egipcia] e incluso hay un mulid judío en el Delta del Nilo», precisa Javier. La ruta que siguió parte de la ciudad industrial de Tanta, en el norte, y concluye en la sureña Luxor, a unos metros del pilón que flanquea el templo faraónico varado en mitad del callejero urbano. Allí, la festividad de Abu el Hagag desempolva cada años una costumbre del Antiguo Egipto: los vecinos sacan en procesión barcas desde la mezquita construida intramuros del templo.

Puestos a elegir, el español escoge el mulid de Abu Hasan el Shazli, en pleno desierto y a mitad de camino de Qena (en el valle del Nilo) y Al Qoseir (a orillas del Mar Rojo). «La historia de este jeque, fundador de la orden sufí que lleva su nombre e inspira a todas las demás órdenes de Egipto, es bien interesante», arguye.

Nacido en Marruecos, viajó de Túnez a Irak. Y, camino a la Meca, la muerte lo encontró en Egipto. «Pidió ser enterrado donde ninguna persona hubiese pecado. Y ese lugar fue el desierto donde falleció. Desde entonces, hace siete siglos, su tumba es visitada anualmente por decenas de miles de personas que viajan hasta allí a pesar de lo remoto del lugar, en medio de uno de los desiertos más áridos de la tierra».

Tan peculiares ritos, escandalosos para los pacatos ultraconservadores y vergonzantes para la élite occidentalizada, atraviesan tiempos difíciles. «Desgraciadamente no son bien vistos por los islamistas más rigoristas, que lo consideran una desviación de la ortodoxia, ni por gran parte de la clase media y alta, que piensan que no da buena imagen del Egipto 'moderno' y representa una tradición campesina que hay que abandonar», explica el fotógrafo. «Son enormemente populares pero sobreviven en la marginación. El simple hecho de intentar averiguar la fecha exacta (siguen el calendario lunar) era una tarea casi imposible», rememora.

A su juicio, los mulid (establecidos en el siglo XII por la dinastía fatimí, de credo chií) encierran «la verdadera alma» del país árabe. Entre las coloridas telas de las carpas y los chillones gorros de cartón que se calan los más pequeños, se extiende una prórroga. Una ínfima tregua a la mísera existencia de millones de egipcios.

El retrato de ancianos en galabiya (túnica tradicional), rostros femeninos ajados y cándidas miradas infantiles tienen un brillo conocido, un rumor a tierra nativa y un sabor a las fiestas que aún salpican los veranos españoles. «Muchas veces me acordé del fantástico trabajo de la fotógrafa Cristina García Rodero sobre las fiestas populares españolas en los años 70 y 80. Su libro La España oculta sigue siendo para mí una joya y uno de los mejores trabajos de reportaje fotográfico que se han realizado», reconoce Javier. Y, hablando de símiles, deja un recado a los antropólogos: «A ver si las fotografías animan a algún 'nuevo' Julio Caro Baroja a estudiar el asunto del mulid».

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