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El historiador británico. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 10 de mayo de 2013. (RanchoNEWS).- Al «vinoso mar» de Homero los romanos lo llamaron «Nuestro mar» (mare Nostrum), los turcos, «mar Blanco» (Akdeniz), los judíos «Gran mar» (Yam gadol), los alemanes «Mar de en medio» (Mittelmeer) y los egipcios, no sin cierta hiperestesia homérica, lo bautizaron como «Gran Verde». Tantos nombres como pueblos navegaron sus aguas surcadas por piratas, mercaderes, soldados, esclavos y reyes. Pero no tantos historiadores –entre los que brilla el gigante Braudel– se atrevieron a contarnos su dilatada historia. El último de ellos, David Abulafia (Twickenham, Inglaterra, 1949), profesor en la Universidad de Cambridge, acomete la empresa ciñéndose tanto a la exactitud geográfica como a la exuberancia cultural de los pueblos que unieron sus orillas. Una entrevista de Daniel Arjona para El Cultural:
«Mi Mediterráneo», escribe Abulafia, «es decididamente la superficie del propio mar, sus aguas y quienes viajaron por ellas, sus costas, sus islas y sus ciudades portuarias». Del estrecho de Gibraltar al de los Dardanelos y de Alejandría hasta Gaza y Jaffa, se tejen las coordenadas geográficas que rigieron también los destinos de los antepasados sefardíes del autor, a los que dedica el libro.
¿Estuvieron muy presentes durante la escritura?
Hay algo que me ha atraído en la historia del Mediterráneo desde muy joven. Es notable cómo las viejas familias sefardíes conservaron el recuerdo de su origen español e incluso, hasta la época de mi abuelo, el uso de un tipo de español de entre los muchos idiomas que hablaban. Pero mi familia no pudo permanecer en España después de 1492 y pasó 400 años en el otro extremo del Mediterráneo, en lo que hoy es Israel. Durante ese período, sabemos que también vivieron en Esmirna y Livorno y visitaron Constantinopla y Salónica, entre otros lugares. Así que cuando escribo sobre personas que cruzan el mar me veo obligado a pensar en ellos.
El gran mar es una biografía del Mediterráneo como unidad desde 22.000 a.C a 2010. ¿Cuál fue su secreto para no perder pie en un período tan extenso?
La Historia trata sobre los cambios a lo largo del tiempo y resulta vital poder ver el panorama general, sin dejar de llevar a cabo, por ello, una investigación exacta sobre segmentos más pequeños. Por suerte, siempre he estado interesado en el mundo antiguo y en el uso de la evidencia arqueológica, por lo que no siento demasiado miedo al aventurarme en esa zona. Y algunos arqueólogos distinguidos andaban a mano para asesorarme si me equivocaba de dirección, que es una de las grandes ventajas de ejercer en la Universidad de Cambridge. Otro asunto es recordar las continuidades, o al menos similitudes, entre las experiencias de los que cruzaron de ida y vuelta a lo largo de siglos y milenios. Me refiero a las colonias comerciales de los fenicios primero, luego los genoveses y catalanes, y más tarde los franceses y británicos. O la fascinante cuestión de cómo las ciudades portuarias se convirtieron en el hogar de pueblos de diferentes religiones y orígenes étnicos, y cómo coexistieron; la Alejandría del año 200 a.C. y la de 1900 d.C. tenían mucho en común.
La sombra de Braudel
Los estudios del mare Nostrum ha vivido durante las últimas décadas a la sombra de Fernand Braudel, el revolucionario historiador francés que en 1949 publicaba una de las cimas de la historiografía de todos los tiempos: El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II (FCE, 2001). En sus dos mil páginas ensamblaba, a caballo entre la corta, la media y la larga distancia, el puzzle histórico y geográfico de la «llanura líquida». Abulafia, sin dejar de rendir un justo homenaje al francés, marca sus propias distancias.
¿Cuáles son?
Mi primer libro, sobre el comercio del Reino de Sicilia, se hallaba fuertemente influenciado por Braudel, por lo que no se puede negar su ascendiente en mi formación intelectual. Comprendió la importancia del comercio en la historia marítima, aún cuando aparentemente el tema central de su obra era la batalla de Lepanto de 1571. Pero por otro lado, nunca me convencieron su desprecio a los simples hechos, y la falta de atención que él y sus seguidores prestaron a las decisiones políticas concretas que pueden alterar decisivamente las relaciones sociales y económicas. No le interesaba la historia de la religión y, sin embargo, las ideas religiosas fueron algunos de los más pesados equipajes de aquellos que cruzaron el Mediterráneo –los dioses griegos, la Trinidad cristiana, la religión de Alá. Subestimó además el papel de la toma de decisiones individuales y ha sido criticado con mucha razón por su excesivo determinismo. Su énfasis en el papel formativo de la geografía física de la región mediterránea se ha llevado al extremo. Montañas y llanuras, sus obsesiones, no explican realmente Lepanto.
Para usted, sin embargo, el papel de la decisión individual resulta muchas veces crucial.
El ejemplo de la importancia de la decisión individual en la Historia que siempre me gusta citar es el de la fundación de Alejandría por Alejandro Magno como resultado de un sueño. Fue guiado así a un lugar inadecuado donde fundó una ciudad cuya presencia transformó la historia de todo el Mediterráneo. Pero digamos con justicia que Braudel ha sido en ocasiones traicionado por sus seguidores posteriores que pensaron que adoptaban sus métodos, pero fueron menos sensibles a su sutil comprensión de cómo interrelacionan el comercio, la política y el entorno físico.
¿Es tal vez Alejandría la ciudad que mejor cifra la historia del Mediterráneo?
Creo que sí, Alejandría fue hasta mediados del siglo XX un lugar de muchos pueblos, creencias y lealtades políticas que parece haber funcionado bastante bien, aunque hay que decir que la población nativa se mantuvo en una posición más bien subordinada. A los italianos, griegos, turcos, judíos, etc., les gustaba pensarse a sí mismos como europeos que viven en el borde, pero no en África. Con altibajos, Alejandría ha poseído ese carácter mixto la mayor parte de su historia. Es triste que todo haya desaparecido.
¿Quién «inventó» el Mediterráneo? ¿Homero, tal vez?
No creo que Homero se hiciera mucha idea de la unidad del Maditerráneo. Los viajes de Ulises parecen basarse en el conocimiento desde el Mar Negro hasta las aguas occidentales de Ítaca. Tal vez se tratase de los fenicios. Me imagino que habrían utilizado el mismo nombre que los israelitas, Yam Gadol, «Gran mar», el título que utilicé para mi libro. Fueron ellos los que primero se extendieron por todo el Mediterráneo mediante la creación de rutas comerciales que unían lo que hoy es el Líbano hasta el sur de España y Marruecos. Y luego los romanos, por supuesto, que hicieron realidad su Mare Nostrum, pues una sola potencia gobernó el Mediterráneo como nunca antes ni después.
Como catalejo para el lector de tan dilatada cronología, el profesor Abulafia zurce su narración a través de una serie de puntadas históricas que nos hablan de cinco Mediterráneos separados por grandes transformaciones. Si el primero y el segundo, enmarcados en la Edad de Bronce y en el periodo de la civilización clásica, se muestran con facilidad al dejar ambos abruptamente paso a sendas «épocas oscuras», tarea más ardua, explica el autor, es encuadrar los siguientes. «Yo he decidido dar el corte final del tercero en la Edad Media con la Peste Negra, la pérdida de quizá la mitad de la población de la región en un par de años, tan importante como el descubrimiento de América».
¿Y cuál sería ese quinto Mediterráneo?
En el siglo XIX, los efectos de la Revolución Industrial, con la construcción de buques de vapor y del Canal de Suez, insuflaron nueva vida al Mediterráneo, por lo que en mi opinión, termina la cuarta etapa y una quinta nace entonces. A dónde nos lleva es aún muy incierto, con las economías en crisis y los regímenes políticos desmoronandose en el norte de África y el Levante.
La historia militar del Mediterráneo es tan intrincada como su historia cultural. ¿Cuál de las dos acaba siendo más determinante en su configuración?
Su historia comercial es la realmente decisiva. Desde la antigüedad el comercio ha alimentado los gustos culturales de los individuos que habitaban las costas opuestas, ya que no sólo recibían las mercancías sino también las ideas, sin olvidar las creencias religiosas, de sus vecinos a través del mar. No estoy afirmando que las guerras libradas en el Mediterráneo hayan girado todas en torno al comercio, pero incluso cuando no tenían que ver con él, el impacto de la conquista en el mismo ha sido muy significativo. Se podría tomar como ejemplo la conquista catalana de Mallorca, Sicilia y Cerdeña y el sur de Italia, finalmente, durante la Edad Media.
Con la conquista americana pareciera que el Mare Nostrum se expande al otro lado del Atlántico. Y sin embargo hoy perdura una incomprensión latente entre Europa y los EE.UU. ¿Cómo explicarlo?
Es una pregunta interesante. Desde el punto de vista británico, los EE.UU. resultan a la vez extremadamente familiares –con todos los elementos culturales que compartimos, no sólo el idioma– pero también muy extraños. Existe, por ejemplo, una cultura política muy distinta, basada en una idea diferente acerca de la mejor manera en que funciona la democracia, y hay un ensimismamiento que en Gran Bretaña y en el resto de Europa a veces encontramos muy sorprendente.
¿Falta en Estados Unidos una visión global?
Puede ser. Pensé en ello después de los atentados de Boston. Eran, por supuesto, una terrible afrenta, bastante horrible, pero como en España y en Gran Bretaña sabemos, los actos de terrorismo, en una escala a peor, se han ido sucediendo desde hace muchos años y nuestros propios ciudadanos, a veces han sido responsables de ellos. Y sin embargo parecía haber una suposición inocente de que América era inviolable (incluso después del 11 de septiembre). La falta de una visión global de los estadounidenses se acentúa por la falta de periódicos de circulación nacional, con una o dos excepciones. Lo que ocurre en el condado de Orange puede parecer más importante que lo que ocurre en Libia o Siria.
¿Qué hay de España? Nuestro país ha sido uno de los puertos cruciales del gran mar. ¿Cuál señalaría como nuestra más significativa aportación a la construcción histórico cultural del Mediterráneo?
Si se refiere al impacto en el Mediterráneo en su conjunto, apuntaría a los logros políticos y comerciales extraordinarios de los catalanes en la Edad Media, seguidos por el período de la dominación española en Nápoles y Sicilia que ató los dos principales países latinos del Mediterráneo durante varios siglos. Pero no se puede ignorar el papel de al-Andalus en los siglos anteriores, y la creación de una cultura viva en Córdoba, Granada y Sevilla, que reunió las influencias culturales de todo el Mediterráneo y más allá, y que permitió a judíos, cristianos y musulmanes convivir los unos al lado de los otros en un cierto grado de armonía, aunque ésta es una visión algo romántica sobre el grado de igualdad entre estos grupos. Hay que decir que en siglos más recientes España ha jugado un papel muy disminuido en el Mediterráneo, más allá de la punta norte de Marruecos.
¿Y cuál es la mayor sorpresa que le ha deparado la investigación y la escritura de El gran mar?
Diría que la mayor sorpresa fue el inesperado papel de los rusos en el Mediterráneo del siglo XVIII. Es un tema que se ha discutido muy poco, incluso en Rusia. Las ambiciones de los zares estaban ligadas con la esperanza de recuperar Constantinopla para el cristianismo ortodoxo, pero para llegar al Mediterráneo no podían hacer uso de la ruta desde el Mar Negro hasta el Mar Egeo, precisamente porque estaba controlada por los turcos otomanos. Esto los llevó a construir relaciones con Gran Bretaña y soñar con tomar el control de Menorca, que estuvo bajo el dominio británico durante gran parte del siglo. Planeaban expulsar a toda la población y sustituirlos por cristianos griegos, que ya se habían establecido en Córcega. Eso no sucedió, me complace decirlo, y luego se desarrollaron planes de adquirir Malta, Cefalonia y otros lugares. Alguien tiene que contar esta historia con más detalle.
¿Usted ve a Europa tan vieja? ¿La crisis señalará el definitivo apartamiento del Mediterráneo a un lugar secundario del mundo global?
El Mediterráneo se encuentra una vez más en un momento crítico de su historia, no tanto a causa de la primavera árabe y la crisis del euro, como de la suma de acontecimientos ocurridos desde mediados del siglo XX. La descolonización fue, por supuesto, la política correcta, pero como producto de la misma se obtuvieron resultados erróneos: la Unión Soviética aprovechó para entrar en el Mediterráneo (en Siria, Egipto, Libia, Argelia) como el autoproclamado campeón del Tercer Mundo. El Norte de África y el Levante se apartaron de sus antiguos amos europeos, que eran además, por supuesto, sus socios comerciales, y el Mediterráneo se fracturó en dos. El conflicto entre Israel y sus vecinos fue explotado hábilmente por la URSS para ampliar esta división entre la Europa mediterránea y el resto del Mediterráneo.
¿Pero la Unión Europea no supuso una integración?
Es discutible. Con la aceleración de la integración europea, tras la creación del euro –en mi opinión, un terrible error–, y la admisión de Grecia por razones puramente sentimentales, la brecha se convirtió en un enorme abismo, ya que los miembros de la UE en el Mediterráneo se orientaron hacia Bruselas y descuidaron sus lazos con los vecinos de la región. Así que creo que se podría decir que se acabó la historia del mediterráneo, al menos por el momento. Hoy es la historia separada de orillas opuestas.
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