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Marcelo Carnero y Victoria Schcolnik idearon Enjambre en busca de un abordaje dinámico de la escritura. (Foto: Página/12)
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iudad Juárez, Chihuahua. 31 de mayo de 2013. (RanchoNEWS).- Las líneas fronterizas del saber, por muy lejos que se eleven, tendrán siempre un infinito mundo de misterios en el horizonte. Las incisiones estallan de pronto, encendiéndolo todo. Como si el amanecer de la humanidad fuera una explosión de trazos que se esculpen en las piedras y en las vasijas. Ahora –aunque algunos rayen, rasguen, arañen y garabateen papeles– prevalece el dedo pulsando el teclado, la mirada dirigida hacia la pantalla. Antes de que la escritura quedara subordinada al lenguaje articulado, era el arte de la marca, capaz de transcribir cualquier cosa, sin corresponderse con un sonido que la dijera. Las etimologías no son piezas de museo. «Escribir» viene del latín scribere, que significa «trazar caracteres». Lo recuerdan dos poetas de constituciones eclécticas: Victoria Schcolnik, licenciada en Comunicación con estudios de danza y pensamiento contemporáneo, y Marcelo Carnero, de formación organizada «en el caos de las mesas de saldo y bibliotecas ajenas», interesado por la música y la palabra hablada y cantada. De la cruza de estos itinerarios en construcción surge la novedosa iniciativa de Enjambre, «pequeño centro de investigación sobre escritura», que comenzó a funcionar, hace casi dos meses, en el barrio de Palermo. La propuesta es un abordaje abierto y dinámico de la escritura con el designio de liberarla del mandato de ser la representante gráfica del lenguaje. Las actividades apuntan a integrar lo que suele pensarse disociado. No son clases, cursos, talleres ni encuentros. Esta nueva experiencia prefiere nombrar como «nodos» –espacios de interrelación de una manera no jerárquica que conforman una red– el programa dispuesto para la primera mitad del año. Una nota de Silvina Friera para Página/12:
Conviene mencionar algunos «nodos» para precisar la trama que se avecina: «Escritura, traza, huella (una violencia originaria)», coordinado por María Alejandra Tortorelli; «Expresividad y contenido en los caracteres chinos», coordinado por Maya Alvisa Barroso, con Verónica Flores como invitada; «Poesía corporal (basado en la danza butoh)», coordinado por Patricia Aschieri; «Shodo (caligrafía japonesa)», coordinado por Keiko Sato; «Canto coral para niños y Composición coral» (adultos), coordinados por Fernanda Zappulla; «Tramando cielos», coordinado por Alejandro Martín López; «Japón: escritura, poesía y poética», coordinado por Liliana Ponce, y «Escribir como hablar», coordinado por Selva Almada. ¿Qué implica crear «un pequeño centro de investigación sobre escritura» en un lugar donde antes había una fábrica de letreros luminosos? Schcolnik dice a Página/12 que no cayeron en la cuenta de esa relación hasta unos días antes de la inauguración, los primeros días de abril. «Nos sedujo el lugar, su estética, la disposición física que convenía para desarrollar múltiples tipos de actividades, desde ubicar un pequeño bar hasta las dimensiones como para muestras y espectáculos, y la pared –eso fue decisivo– de unos veinte metros de ladrillo de cemento que se parecía a un muro estaba exageradamente a la vista la frontera, el linde: perfecto para la noción de escritura como traza que queríamos investigar. Y como todo momento que parece azaroso, como todo agujero en el tiempo, en una conversación mundana, Marcelo comentó que antiguamente ahí había una fábrica de letreros luminosos. Y ahí estaba la conexión más fuerte con el lugar. Como decía Borges, las razones siempre llegan tarde.»
¿Enjambre nació para explorar la parte menos transitada de lo que implica escribir, justo en un momento donde proliferan talleres literarios y de escritura? Daría la impresión de que la democratización, extensión o multiplicación de los talleres etiqueta la escritura en el ámbito únicamente de lo «literario», como si fueran lugares de formación en cadena de escritores. «Sentimos la necesidad de que la escritura que proponemos sea un hecho orgánico –subraya Carnero–. Tal vez la idea de generar ‘escritores en cadena’ surge de la necesidad de una cultura que cada vez mira menos los procesos y más los resultados. Una cultura pasteurizada donde se crean recetas que son supuestamente seguras a la hora del éxito del producto. Nos gusta más la idea de que la escritura es una peste expandida. Cada organismo, la absorbe de una forma distinta, de acuerdo con su propia capacidad de crear anticuerpos o de propagarla. Desde el proyecto entendemos que somos organismos de escritura: desde que fuimos concebidos, comenzamos nuestro largo derrotero de inscripciones. Y sí: escribimos con nuestro estado de ánimo, con nuestras cuestiones sentimentales, con nuestras manías, con nuestros ínfimos logros. Cada vez que respiramos, marcamos un ritmo, hacemos una inscripción. Ese diálogo entre el adentro y el afuera va a determinar una postura física, la relación con lo demás. De esas frecuencias se va formando un mapa, invisible quizás en muchas circunstancias, pero reunible. Ese, creemos, es el único camino hacia nosotros mismos.»
La carta de presentación de Enjambre está a contracorriente de la idea de taller literario. “Definitivamente no es un lugar destinado para un escritor en términos tradicionales, porque nuestros nodos y propuestas no abordan la escritura como sinónimo de grafía del lenguaje. Lo que se estudia no es el manejo de una escritura fonética, alfabética, secuencial, gramatical –explica Schcolnik–. En todo caso, lo que nos interesa es contraponer esta escritura, que nos enseñaron que es la única, a otras como las ideogramáticas, las cibernéticas, las incisiones –palabra de la que declina el sentido de ‘escritura’–. Aquel que llega a Enjambre viene a investigar cómo está construido su entramado de voces y qué otras alternativas tiene. Este es un espacio para todo aquel que quiere saber algo más sobre este procedimiento sintomático, multiplicado, fragmentado hasta al hartazgo, que está en las conversaciones cotidianas, en los mensajes de texto, en los mails, en los discursos televisivos, en la arquitectura de todo lo que comunicamos y nos comunican, y que depende siempre de esa noción difundida de escritura que en cada acto se está desvaneciendo.»
Uno de los nodos más curiosos es «Cronos y aion (armando cartografías a través del tarot)», coordinado por la tarotista Mariela Ocanto. «Cuando me junté con Mariela para diseñar el enfoque del nodo, ella me explicó algo muy sencillo que me reafirmó que estábamos buscando en el lugar indicado –revela Schcolnik–. Me contó que lo que enseñaba con las cartas era leer signos. Y puso este ejemplo: si hay una persona en el bosque perdida y se encuentra con una bifurcación en donde uno de los caminos posibles tiene una huella de un oso, debería tomar el camino opuesto; pero si esa persona fuera un cazador, debería seguir la huella. El mundo está lleno de señales, me dijo. Y así fue que me quedó claro que el tarot, como ella me lo estaba presentando, sistematizaba una lectura y una escritura del mundo. Trazaba relaciones no de significado sino de señales.»
Muchas veces la oralidad es la convidada de piedra del panal de la escritura. «La relación entre oralidad y escritura tiene muchas aristas que nos gustaría transitar poco a poco, invitando a distintos investigadores y artistas –cuenta Carnero–. De hecho, en junio comienza un ciclo llamado ‘Elogio de la voz’, que va a reunir monólogos, ensambles vocales, charlas y proyecciones sobre este tema. Pensamos que las voces guardan en su estar su propia historia, son una gran memoria en la que quedan inscriptas las marcas de nuestro ambiente, un organismo vivo que se intensifica acá y allá, según las circunstancias. La voz es sonido, respiración y, por ende, pulso. Y pulso es escritura. Queremos recuperar la idea del trazo elaborado por un pulso. Como cuando uno va a hacerse un electrocardiograma o dispara con su voz el vapor sobre un espejo.»
* Hoy, a las 20.30, la tarotista Mariela Ocanto entrevistará a la escritora Selva Almada para el cierre del ciclo «Los alrededores del escritor», con entrada libre y gratuita en Enjambre, Francisco Acuña de Figueroa 1656.
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