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El escritor dominicano. (Foto: Página/12)
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iudad Juárez, Chihuahua. 17 de julio de 2013. (RanchoNEWS).- El escritor dominicano utilizó sus experiencias como niño inmigrante para construir los diez relatos que componen su tercer opus. Para eso volvió sobre su alter ego Yunior, protagonista de La maravillosa vida breve de Oscar Wao, con la que ganó el Pulitzer. Una entrevista de Silvina Friera para Página/12:
«¡Coño, esto es demasiado!» Un brevísimo relámpago de conciencia sacudió a un niño dominicano –nacido en 1968 en Villa Juana, una barriada pobre de Santo Domingo– el primer día que llegó a ese «otro planeta de locos» llamado Estados Unidos. Su padre, que había sido policía durante la dictadura de Rafael Trujillo y había emigrado cinco años antes al nordeste de América, decidió que era hora de reunir a la familia. «Yo, muerto de miedo, miraba la nieve cernirse mientras mi hermano hacía crujir los dedos. El mundo se había congelao», dice Yunior, alter ego del escritor Junot Díaz en unos de los relatos de Así es como la pierdes (Mondadori), tercer libro de este narrador de metabolismo lento que explora la intimidad masculina a través de un hombre infiel, el típico macho dominicano que mete cuernos. Ese niño, junto con su hermano, quería salir un «ratico», tantear el nuevo territorio, cuya hostilidad percibía, aunque todavía faltaría mucho camino por recorrer. Tenía entonces 6 años. No hablaba inglés, no sabía silabear las palabras que, con el tiempo, conformarían su lengua literaria. El padre lo agarró de una oreja y lo sentó en el sofá. «Saldrás cuando yo diga que puedes salir», le dijo.
Si ese niño no se hubiera enamorado de la lectura, si la carta de admisión a la Universidad de Rutgers no hubiera llegado a tiempo, Díaz sería hoy un marine, una tradición familiar que cumplieron dos de sus hermanos. Uno de ellos, el más chico, combatió en Afganistán e Irak. Cuando publicó Los boys (1996), su primer libro de cuentos, su estilo dejó a más de uno boquiabierto. No había en la tradición norteamericana de entonces una voz que hurgara en el sufrimiento de los dominicanos que llegaron a Estados Unidos escapando de la pobreza. El gran batacazo llegó once años después de aquel debut con su primera y magistral novela, La maravillosa vida breve de Oscar Wao (2007), galardonada con el Premio Pulitzer. «Tú suenas muy lejos, ¿puedes acercarte al micrófono?», pide el escritor a Página/12 y revela que anda «bregando con la mierda», intentando escribir una novela.
En uno de los cuentos de Así es como la pierdes, Yunior evoca el momento en que llegaron a Estados Unidos con su hermano y su mamá. «Si esto es Estados Unidos, que me manden de vuelta por correo», dice. ¿Esa sensación es compartida por usted o es parte de la recreación literaria, de la ficción?
Ufff, la cantidad de inmigrantes que me han mandado mails o se han acercado a lecturas para decirme que pasaron por lo mismo, que estuvieron encerrados en sus casas, que sentían que estaban dentro de una jaula. Eso mismo me pasó a mí. Mi papá nos encerraba por esto y por lo otro, decía que podíamos perdernos, meternos en líos. Quise tratar de capturar esa locura. Ser inmigrante es algo tan difícil cuando uno no puede hablar el idioma ni conoce la cultura. Imaginate que alguien además la pone más difícil encerrando a su familia dentro de la casa. Es como un golpe encima de otro golpe. Pero es algo muy humano, ¿verdad?, esa manera de evitar un golpe se convierte en otra clase de golpe. Muchas de las estrategias de los inmigrantes que conocí son medio raras.
¿En qué sentido?
Raras porque habla del temor más que de otra cosa. Coño, ya la cosa es sumamente difícil, ¿por qué vas a encerrar una familia en la casa? Tú no estás solucionando nada con eso. Muchas veces nuestras estrategias no ayudan porque no hay un plan, no hay una guía para ser inmigrante. Ahora cuando pienso en mi propio padre, veo que estaba completamente perdido, no tenía un modelo a seguir.
¿Los libros fueron su «plan»?
Sí, los libros fueron los que me permitieron entender a mi propia familia y a los Estados Unidos. No podía preguntarle nada a mi padre. Traté de utilizar los libros como mapas. De chiquito me enamoré de la lectura, me cayó súper bien. A veces no entiendo por qué. Es algo que me tocó a mí. Hay cosas que los libros me aclararon y que otra gente, mis amigos, mis maestros y mis familiares, no eran capaces de aclarar.
¿Hubo un escritor que cuando lo leyó se dijo: «Quiero hacer esto, quiero escribir así»?
No, yo no quise escribir, pero había escritores que leí y al final de sus libros me decía: «¡Coño, nunca quiero dejar de leer libros como éstos!». Pienso en esa novela sobre los conejitos de Richard Adams, que se llama Watership Down (La colina de Watership). Yo tenía 9 años y recuerdo lo que sentía al final de esa lectura: estaba rezando y pidiendo que ojalá haya libros tan buenos en el mundo. Quería repetir esa experiencia.
¿Cómo fue ese pasaje de la fascinación por la lectura a la escritura?
No sé, es algo que de veras no entiendo. Es como un hechizo, algo alquímico que sucedió. Es como alguien que le encanta el fútbol y siempre está yendo a ver a su equipo y un día se da cuenta de que quiere jugar. Antes era un lector, pero un día me tocó esa locura de tratar de escribir algo.
Cuando empezó a escribir se supone que tenía más libertad. Pero ahora que es Junot Díaz, que tiene tres libros publicados, ¿escribir es más pesado por las expectativas que se generan, por lo que esperan de usted?
Claro, imaginate. Si tú estás jugando fútbol con tus amigos atrás de la casa es muy diferente a que estés jugando al frente de un público, ¿verdad? Es el mismo juego, pero las presiones son distintas. Soy tan lento como escritor, llevo adentro un montón de presiones, que si tú me quieres dar dos o tres presiones extra, eso no me hace mucho daño (risas). Ser escritor ya publicado es otra cosa. Para otros es completamente natural: saltan de ser inéditos a publicados como si no fuera nada. Yo tuve que aprender a escribir sin exigencias, sintiéndome en paz. Tuve que aprender a construir esa paz.
Al ser un escritor de metabolismo lento en un mercado editorial en que se publica mucho, ¿le exigen que escriba más rápido?
Claro, hasta mi propia novia me pide: «Termina con esa mierda ya» (risas). Publico un libro cada diez o quince años. Coño, eso es raro. Qué bueno que tengo otro trabajo porque si no me muero de hambre.
¿Le gusta esa rareza o la padece?
No tengo otras opciones. Esto es lo que soy...
En el primer cuento de Así es como la pierdes hay una frase que dice «soy como todo el mundo débil, capaz de cualquier metedura de pata». ¿Por qué este hincapié en la fragilidad de Yunior en vez del cliché del «macho dominicano» ganador?
Cuando escribí esa oración no tenía mucho que ver con la estructura del libro. El narrador que empieza con ese sentimiento no es el mismo que termina el libro. Así es como la pierdes es un libro sobre la dificultad que los hombres tienen con la intimidad. Y claro, cuando uno empieza a investigar, esa identidad del hombre es algo muy frágil. Imaginate que cuando uno tiene una identidad tan rígida, donde no hay mucho espacio, ser hombre es un patrón a veces medio ridículo para la información que un muchacho recibe sobre ese proceso. Es casi una dictadura: «Tú tienes que ser así, tú no puedes hacer esto...». Cuando hay una estructura tan rígida, cualquier cambio va a quebrar esa estructura.
Aparece una tensión significativa entre la ausencia y la presencia del padre para Yunior. ¿Cómo incide esta tensión en la construcción de la masculinidad?
Uno no necesita un padre para recibir muchísimas lecciones de masculinidad. Pero Yunior es un caso raro porque tiene un papá que es militar, que es medio loco, abusivo, y tiene un hermano mayor que es un súper loco, un súper macho. Entonces por los dos lados, por los hombres de su familia, tiene esas figuras bien machistas. Al papá lo veo como un maestro, dando clases de masculinidad, pero por otro lado es una ausencia enorme para Yunior. Cuando uno no tiene relación con su padre, eso duele mucho. Aunque no lo quiera reconocer Yunior, eso forma parte de su alma y creo que muchas de las cosas que Yunior siente que suceden en su vida, en su búsqueda de un hogar, de un lugar donde él pueda sentirse cómodo, tiene que ver con ese primer golpe de no tener relación con su papá.
¿La ausencia del padre es la primera pérdida, el primer dolor de ese muchacho, antes de todas las mujeres que perderá?
Sí, pero para mí la tragedia es que Yunior no puede perder lo que no ha tenido. Yunior, un mujeriego, un hombre engañando, metiendo cuernos, nunca ha tenido en su vida una relación seria, muy íntima. Si hablamos técnicamente, él pierde a sus novias, pero en el fondo casi nunca tuvo el tipo de relación que vale la pena. Y ésa es la ironía. O la tragedia.
¿Cómo fue escribir estos cuentos en donde puso en juego materiales autobiográficos en torno de la relación con su padre?
Tú puedes leer a Joseph Conrad y darte cuenta de que trabajó en Africa, en un barco, pero lo que a él le sucedió como ser humano es muy distinto de lo que escribió en sus novelas, ¿verdad? Siempre, en cada ficción, uno tiene que inventar y cambiar las cosas. Nunca tengo problemas en decir que hay aspectos en este libro que vienen directamente de mi vida. Pero el proceso de escribir ficción cambia todos los hechos. Al fin yo mismo casi no lo reconozco como parte de mi vida. Tuve un papá bien mujeriego, tuve un papá abusivo, pero el papá que se encuentra en mis libros no tiene mucho que ver con el que conocí en mi vida.
Pero más allá de la recreación literaria, ¿hubo rabia o dolor mientras escribía sobre las características compartidas entre el padre de Yunior y el suyo?
Ah, cuando era niño sentía rabia, dolor y tristeza, porque nadie en el mundo espera tener un papá así. Pero cuando estaba escribiendo he llegado a ese punto en que se ha convertido en un proceso de luto. No puedo escribir rabioso o contra alguien, para mí eso es sumamente difícil. La única manera en que puedo escribir es porque metabolicé lo que ha pasado y lo he integrado. Pero cuando era niño, cuando era joven y estudiaba en la universidad, me daba un maldito pique cuando pensaba en la relación con mi papá y en esos años tan duros que pasé con él. Como escritor sólo puedo escribir cuando tengo la sangre fría.
Y cuando hay cierta distancia suficiente, ¿no?
Sí, distancia... Sé que suena cursi, pero tuve que perdonar a mucha gente para escribir bien. Sin compasión no puedo escribir.
¿Por qué «Guía de amor para infieles», el relato que cierra el libro, fue el que más le costó escribir?
El libro entero está organizado para terminar con ese cuento. Si fracasaba con ese cuento, fracasaba el libro entero. Pero además de la estructura, hay una cuestión de hacerse cargo emocionalmente de lo difícil que era escribir sobre esa clase de experiencia. Hay muchos hombres que son mujeriegos, que pegan cuernos, que dañan la vida de su pareja, de su familia, pero lo que quería escribir era sobre esa consecuencia. Hay muchas películas y vainas sobre la mujer que está llorando por un novio que la deja; yo quería ver lo opuesto. Quería ver la historia del otro lado: un hombre que es culpable de desbaratar la relación más importante de su vida. La culpa está en la primera oración, cuando Yunior dice «no soy un tipo malo». Cuando un hombre empieza con esa vaina, está tratando de evitar su culpabilidad. Creo que Yunior al principio está intentando evitar su responsabilidad, pero también no quiere aguantar las consecuencias. Hasta su cuerpo no es capaz de soportar tanta mentira.
Algunas de las novias de Yunior escuchan bachata. ¿Qué es la bachata para un dominicano?
La bachata representa el alma del pueblo dominicano; es la única manera en la que un hombre puede expresar que sufre, que ha perdido un amor, porque el hombre tiene que ser un hombre duro que no puede llorar. Pero en la bachata los hombres están llorando, gritando por su mujer, por su amor. Así es como la pierdes lo veo como una especie de bachata. Es una música que parece tan alegre, pero las letras son insoportables... Como metáfora de la vida funciona bien.
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