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Mesa Toré, Marina Bravo, Antonio Lafarque y Pepe Andrade, en la Imprenta Sur. (Foto: N. Alcalá )
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iudad Juárez, Chihuahua. 11 de julio de 2013. (RanchoNEWS).- Hace años que circula por ahí, como si fuera un bulo o una leyenda sin respuesta, un acertijo que se pregunta dónde estarán las musas. Esas aliadas de la genialidad que todo el mundo busca pero casi nadie encuentra; aunque, en el caso de los poetas, hay muchas de ellas subidas a las mismísimas nubes. A ese fenómeno atmosférico, a esa pieza imperfecta del puzzle de los paisajes, que se coló en innumerables versos de los poetas españoles que han atravesado el tiempo desde Bécquer hasta nuestros días. Una nota de Cristóbal G. Montilla para El Mundo:
Lo demuestra la antología Ángeles errantes. Las nubes en el cielo poético español, el libro con el que, tras un parón de casi dos años, ha retomado su actividad la antigua imprenta Sur, aquella de la que emanaron las primeras ediciones de los poetas de la Generación del 27 cuando fue fundada en la juventud de los escritores malagueños Emilio Prados y Manuel Altolaguirre. Gracias a que los mástiles literarios de esta máquina siguen vivos en el Centro del 27 de la Diputación malagueña, acaba de editarse un libro a la manera artesanal, al cuidado del tipógrafo Pepe Andrade, en el que se recopilan 51 poemas que ascienden hasta las geografías celestiales.
Con las nubes como musa que guía estas composiciones poéticas, tras ellas se encuentran las firmas de autores pertenecientes «a todas las grandes generaciones recientes de poetas españoles», según explicó el responsable de la selección de los textos, Antonio Lafarque. Al referirse a ellos, lo primero que confiesa es que no esperaba que en la poesía española se hubiese utilizado tanto las nubes como percha, ya que ha llegado a recopilar más de un millar de poemas sobre esta temática.
«Sobre las nubes y sobre la niebla, que son nubes bajas», aclara antes de coronar a Juan Ramón Jiménez como el español que más versos le dedicó a tales elementos del cielo: «El segundo es un heterodoxo vallisoletano, Francisco Pino, que no aparece en esta antología; y otros que también escribieron mucho de las nubes y sí están presentes fueron poetas del 27 como Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre y Jorge Guillén, o el malagueño Rafael Pérez Estrada», añadió Lafarque.
No obstante, este trance poético por el territorio de los aviones es de lo más variado. Para empezar, hay una frase muy definitoria de aquel hilandero vocacional de aerolitos que fue Carlos Edmundo de Ory: «Las nubes son vestidos de mujeres inciertas». Y, a renglón seguido, no sólo da la bienvenida Bécquer, sino que se prosigue con uno de los poemas favoritos del antólogo, En abril, las aguas mil, de Antonio Machado. O, a continuación, estas rimas le dan paso a León Felipe, Blas de Otero, Pablo García Baena, José Antonio Muñoz Rojas, Francisco Brines, Carlos Marzal, Vicente Núñez, María Victoria Atencia, Joan Margarit, y Lorenzo Oliván, entre otros muchos.
Y, a su vez, se hallan aportaciones de lo más contundentes. Es el caso de los dos versos de Tendido, firmados por el escritor Enrique García Máiquez: «Inmóviles, las nubes son de mármol. / En ellas grabaría mi epitafio».
Igualmente, hay un original poema de Karmelo C. Iribarren, titulado Bolsa de plástico: «Mírala ahí en mitad de la calle sola quieta temerosa de que aparezca el barrendero soñando con un poco de viento para sentirse nube». E, incluso, se encuentran sustanciosos versos del director del Centro del 27, José Antonio Mesa Toré: «En la tierra la sombra de una nube elimina el vuelo de los pájaros».
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