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El jardín secreto, sobre Diana Bellessi. (Foto: Archivo)
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iudad Juárez, Chihuahua. 5 de febrero de 2014. (RanchoNEWS).- El vértigo de la escritura y sus misterios. La vida y la obra, como puertas que se abren. Pero también que se cierran, gestando enigmas. El ciclo El escritor oculto, una serie de documentales que comenzarán a exhibirse hoy en el Malba, propone una indagación sobre cuatro figuras emblemáticas y, en algunos casos, un tanto esquivas de la literatura argentina como Diana Bellessi, Carlos Correas, Aurora Venturini y Néstor Perlongher, realizada por jóvenes directores con diversos enfoques. Claudia Prado, Diego Panich y Cristian Costantini, directores de El jardín secreto, en donde acompañan a Bellessi en el recorrido que hace de Buenos Aires a una isla del Paraná, inauguran este ciclo en el que se presentarán, todos los miércoles de febrero, con Ante la ley, un trabajo complejo y fascinante de Emiliano Jelicié y Pablo Klappenbach sobre Correas; el preestreno de Beatriz Portinari –título del seudónimo que utilizó Venturini para presentar la premiada y genial Las primas en el concurso Nueva Novela, organizado por Página/12–, de Agustina Massa y Fernando Krapp, realizadores calificados de «grupo de vinchucas» y echados por la propia autora; y Rosa Patria, las múltiples facetas en torno de Perlongher, exploradas por Santiago Loza. Una nota de Silvina Friera para Página/12:
El jardín secreto, estrenado en 2013, despliega tres itinerarios: un viaje a la casa y al jardín de la poeta en Buenos Aires, con caminata incluida por las calles de Palermo; una escala en Zavalla, bellísimo pueblo de la pampa santafesina donde nació en 1946, y finalmente la casita del Tigre, donde escribió sus últimos libros. Los viajes, el amor y la política son pasiones centrales para Diana, poeta que nunca hipotecó la escritura frente a ninguna instancia, como advierte en el documental. Hay momentos maravillosos que captan los directores. Luego de andar por las ruinas de la chacra en Zavalla, en la que trabajó su familia, tratando de reconstruir la habitación que compartía con sus padres en esa casita de la que fueron expulsados en la década del ’60, Diana lee el poema «Detrás de los fragmentos». Y sucede el inesperado «milagro» de la variación de la luz: la intensidad del sol deviene crepúsculo. Otra escena memorable, donde la emoción y la risa se anudan, es cuando visita el cementerio del pueblo con su tía Porota para dejarles flores a sus padres y al tío Nene, el primer gay de Zavalla. «La escritura siempre me centró y me salvó la vida, evitó que me perdiera en la guerrilla, en las drogas, en los viajes, porque siempre estuvo ahí para que yo me agarrara de ella. La escritura es un vértigo también», dice la poeta que en 2011 obtuvo el Premio Nacional de Poesía.
Buscar un expediente judicial por «obscenidad» de la década del ‘60 es como encontrar una aguja en un pajar. En Ante la ley. El relato prohibido de Carlos Correas, los directores Emiliano Jelicié y Pablo Klappenbach empiezan con lo que parece una misión imposible: dar con los documentos del juicio-escándalo que sufrió Carlos Correas (1931-2000) por el cuento «La narración de la historia», recorrido urbano y exploración de un vínculo erótico entre un joven de clase media y un «morochito» marginal, publicado en diciembre de 1959 en la revista académica Centro de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, que dirigía Jorge Lafforgue. La pesquisa, no obstante, abre el juego a la escenificación dramática de ese relato y a un coro de voces disímiles –Bernardo Carey, Juan José Sebreli, Eduardo Rinesi, Ricardo Piglia, Liliana Lukin, el propio Lafforgue, Horacio González, Emilio de Ipola y Tomas Abraham, entre otros– que permiten recomponer la ebullición del campo intelectual y las peripecias de Correas, «gran orillero que no frecuentaba los sitios de la pequeña burguesía», señala Carey que lo acompañó en una incursión por la isla Maciel. Lejos de la mitificación, irrumpe un Correas tan trágico como bárbaro y rabioso que, como plantea Rinesi, «pagó caro haber dicho grandes barbaridades». La operación Masotta es para Lukin –quien no oculta el dolor que aún siente porque no le permitieron despedirse de su amigo aquel 17 de diciembre de 2000, cuando el escritor se cortó las venas y se tiró por la ventana del pequeño ambiente donde vivía– «el equivalente argentino de El porvenir es largo, de Althusser, nuestro ejemplo de una autobiografía intelectual cruda, salvaje, que hace de la honestidad intelectual y de la malicia a la vez su credo».
Que Aurora Venturini es un personaje muy punk, como subraya Mariana Enriquez, no quedan dudas. Basta con ver Beatriz Portinari para despejar cualquier posible vacilación. Agustina Massa y Fernando Krapp, «el grupo de vinchucas», como los definió Venturini, fueron echados por la escritora platense, que en un momento decidió concluir con la experiencia de filmarla en su casa. El relato en off de Rosario Bléfari abre la primera secuencia y preludia lo que vendrá. El mundo de Aurora no es previsible ni se mueve en los parámetros de eso que se suele llamar «normalidad»; maneja los hilos, el clima y la información que suministra a su antojo, sin importar las contradicciones que asoman cuando los directores descubren que el padre de la escritora no había tenido caballos ni había perdido una casa jugando en el hipódromo, como afirmó en alguna entrevista. Ella se adueña de cada escena por lo que dice y cómo lo dice. Pero también por lo que insinúa y calla. En 2008, después de la consagración con Las primas –aunque ya tenía más de 30 libros publicados, editados por cuenta propia en editoriales chicas, casi inexistentes que duraban lo mismo que un suspiro–, los editores de una revista le pidieron un texto en el que recordara su experiencia trabajando junto a Eva Perón en los centros de recuperación juvenil. Ella acepta y promete enviar el texto por correo. Pero los sorprendidos editores recibieron lo que bien se podría denominar «la gran Venturini». El artículo se titula «La venganza de los signos de puntuación». Como corresponde, carece de la respectiva puntuación. Y no dice una sola palabra sobre Evita ni sobre aquel trabajo que debía evocar. En la pendiente de un documental trunco, los directores capitalizan cada una de las escenas que pudieron filmar con Venturini y los testimonios de Juan Ignacio Boido, Liliana Viola y Haydée Bambill, entre otros. El diálogo entre la escritora y el párroco Carlos Alberto Mancuso del templo San José, especialista en exorcismos que le sacó el hábito de fumar, es literalmente imperdible: cuando habla no deja de escribir pequeñas ficciones, relatos cuasi fantásticos. La virtud de los realizadores consiste en tomar al pie de la letra la consigna «no aclares que oscureces». Los espectadores se quedarán en ascuas ante la exhibición del cuerpo de la araña Ariadna, que murió aplastada en las páginas de un libro del poeta platense Francisco López Merino. «Les aconsejo que cuando se les caiga el alma y sientan que están por morirse, se agachen, la levanten y se la pongan de nuevo», recomienda Venturini.
«Nadie había descubierto la bisexualidad del lenguaje como Perlongher», pondera Fogwill, que publicó en Tierra Baldía Austria-Hungría, primer libro del poeta maldito, sociólogo, agitador cultural y uno de los líderes del Frente de Liberación Homosexual (FLH). En Rosa patria, estrenado en 2009 en el Malba, el cordobés Santiago Loza construye un retrato desprejuiciado a través de testimonios de escritores, amigos y compañeros de lucha –Juan José Sebreli, Alejandro Ricagno y Sarita Torres, entre otros–, de performances como la de María Inés Aldaburu a partir de «Evita vive» de Prosas plebeyas y de reconstrucciones ficcionales. Lo más intenso de este documental, que cierra el ciclo El escritor oculto, está en el modo en que recupera la lucha del poeta por los derechos de los homosexuales. Néstor Perlongher (1949-1992) no abogaba por la actual identidad «gay», un término que para él implicaba integración al sistema que siempre lo había rechazado. «No queremos que nos liberen, queremos liberarlos a ustedes» fue una de sus consignas más atrevidas en tiempos en que ni siquiera la izquierda quería tenerlos cerca.
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