.
El escritor canario. (Foto: Delia Padrón)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 4 de febrero de 2014. (RanchoNEWS).- Al fallecer este lunes, con 93 años, en Tenerife, el escritor canario Isaac de Vega deja en herencia, como último superviviente de su grupo literario de vanguardia, una palabra inextricable que dio sentido a su vida: «Fetasa». «Fetasiano», una especie de gentilicio metafísico acuñado hacia 1950 por el poeta y novelista Rafael Arozarena, aludía a la ontología de la condición insular, a la patria metafísica a la que De Vega y Arozarena permanecieron fieles hasta la muerte y a la que ambos dedicaron libros de cuentos, novelas, ensayos y poemas. Una nota de Carmelo Rivero para El País:
De Vega, una suerte de Rulfo canario, tenía una conexión con la realidad principalmente literaria. Fue autor de una novela titulada, precisamente, Fetasa, en 1957, (le gustaba titular con un vocablo a secas: Parhelios, Pulsatila, Tassili o Carpanel). De Vega tenía una absoluta complicidad con su amigo del alma, Arozarena, que falleció cuatro años antes que él. Juntos labraron los fantasmas de un mundo onírico común y les dieron a la vez el Premio Canarias de Literatura, en 1988, porque eran indivisibles. Sus textos (Ediciones Idea editó sus obras completas en 2005), con los de Antonio Bermejo, J. A. Padrón y el periodista Francisco Pimentel (todos ya desaparecidos), establecen un territorio ignoto para la Península literaria, en la que De Vega y Arozarena, finalistas del Nadal, nunca se promocionaron. El cineasta David Baute los inmortalizó filosofando sobre el gremio de las metáforas de una literatura pegada a las raíces.
Académico canario de la lengua, que ejerció el magisterio en El Hierro, La Gomera y Tenerife, De Vega era un hombre sencillo y humilde, alejado del ruido mediático, de fuerte influencia en una generación de autores, como un clásico en vida. En ocasiones parecía un Salinger clandestino, pero era un ser adorado en su tribu de fans y contertulios. Hijo del sur, nacido en Granadilla de Abona (Tenerife), en 1920, y afincado en su Macondo de Igueste, cuidó el estilo como un asunto de salud, parco y comedido. Era un hombre de pocas palabras.
Tenía tanta vocación literaria a bordo, que iba con el cuento a todas partes, madurando las historias durante años, como su alter ego, Arozarena, que lamentaba haber escrito tan deprisa Mararía, el superventas local. Tras morir a las puertas del día de la literatura del archipiélago (este 21, dedicado al poeta Agustín Millares Sall), De Vega deja un hondo vacío, pues se trata de una de las grandes voces canarias del siglo XX de unas letras que se encierran en sí mismas.
REGRESAR A LA REVISTA