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Imagen de la exposición. (Foto: Archivo)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 26 de junio de 2014. (RanchoNEWS).- El relato debería empezar por una instantánea del húngaro Martin Munkácsi, la imagen de tres críos desnudos, de espaldas (se ve el brazo de un cuarto niño), corriendo hacia un mar que resulta que no era mar sino lago, el lago Tanganica. Daban ganas de lanzarse con ellos. Era 1930 y la fotografía, al cabo de unos meses, cayó en las manos de Henri Cartier-Bresson, niño bien parisino, hijo de un industrial que se había hecho rico con una fábrica de botones o algo por el estilo, pintor vocacional, fotógrafo primerizo a la manera de Eugène Atget, un poco fotógrafo de inventario, registro del-París-que-va-a-desaparecer y esas cosas. Y entonces, la epifanía: Henri vio la foto de los chicos del 'Tanganyika Territory', aquel caos pletórico, y, según contó años después, pensó «éstas son las fotos que merece la pena hacer, las que quiero hacer». Una nota de Luis Alemany para El País:
Y vaya que sí, que lo consiguió, aunque eso sea el final de la historia. Una historia que nunca hasta ahora se había así, con principio y con final, con un sentido cronológico. La exposición dedicada a Henri Cartier-Bresson que mañana por la tarde abrirá sus puertas en la sede de la Fundación Mapfre de Madrid (procedente del Pompidou de París) hace ese relato vital: los dibujos del adolescente Henri, sus primeras fotografías, aún planas y estáticas, el descubrimientos de las vanguardias, del comunismo, sus viajes, la fundación de Magnum, el regreso a los orígenes...
«Todas las grandes antológicas que se habían hecho hasta ahora trataban de presentar a Cartier-Bresson como una unidad, cuando la realidad es que su historia fue más compleja», explica Clément Chéroux, comisario de la exposición. «Hay que recomponer esa complejidad».
En realidad, no es tan complicada la historia. En resumen: Cartier-Bresson se dio cuenta, un día, delante de la foto de los niños de Tanganica, de que iba a ser mucho más divertido salir al encuentro del caos de la vida que intentar dar orden y sentido a las cosas, que es lo que hacían los fotógrafos de su tiempo, y a ello se dedicó con perseverancia, con más delicadeza cada vez y con distintas herramientas: las nuevas cámaras Leica, ligeras y manejables, el surrealismo... A hacer esa cosa tan francesa del 'flânerie'. A aquello del «instante decisivo», aunque suene un poco tópico.
Dice Chéroux que lo que de verdad que permaneció siempre igual en la carrera de Cartier Bresson fue «la inteligencia». Inteligencia en el sentido de entendimiento, de intuición, de comprender de una sola mirada qué es lo que estaba pasando y entonces hacer como el surfero que sabe cómo dejarse llevar por la ola. «Fue a China cuando empezaba a avanzar Mao y supo en seguida que el gran asunto era el dinero, la inflación, de modo que se puso a hacer fotografías de chinos que intercambiaban maletines llenos de billetes», explica el comisario.
Y aquí están las fotografías del viaje a China, igual que las del reportaje en Cuba cuando Fidel estaba recién estrenado o las del entierro de Mahatma Gandhi, o el viaje a la URSS tras la muerte de Stalin. O la escena, bastante tremenda, de la mujer francesa que encuentra y abofetea a la vecina que la delató a los nazis y la envió a Deschau. No está mal para un 'flâneur'.
Las fotografías de la exposición de la Fundación Mapfre (casi 400, a las que hay que sumar 100 documentos más, entre revistas, libros y dibujos) traen una particularidad: por primera vez, se ha procurado mostrar las impresiones originales de Cartier-Bresson. El fotógrafo, en sus primeros años, hacía copias pequeñas y bastante empastadas de sus fotografías. En cada exposición antológica, él mismo (o quizá sus comisarios) fueron 'ennobleciendo' sus viejos negativos: copias cada vez más grandes y más contrastadas.
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