Pintura de Helga Weissova. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 20 de marzo de 2018. (RanchoNEWS).- Un muñeco de nieve fue lo último que Helga Weissová pintó como niña ajena al horror, según cuenta ella misma. La frontera de una blanca infancia feliz con gorro, nariz y botones. Corría diciembre de 1941 y vivía en Praga. Acababa de cumplir 12 años cuando la deportaron al gueto de Terezin, donde los nazis agolparon a decenas de miles de judíos en la que fuera Checoslovaquia. A partir de entonces, su padre le dio un consejo que cumplió toda su vida: «Pinta lo que ves». Y lo que escrutó a partir de fecha fue la muerte al acecho en todos los barracones de aquella ciudad previa al transporte hacia Auschwitz, Mauthausen o Freiberg, donde Helga pasó los cuatro años siguientes. Hoy, esos dibujos pueden admirarse en el Centro Sefarad de Madrid, que ha abierto una exposición de la artista hasta abril, en colaboración con el Centro Checo y el Ayuntamiento de Huesca.
Weissová tiene hoy 88 años. Vive todavía en Praga y es consciente tanto de su suerte como de su buena salud. Fue una de los 100 niños supervivientes de Terezin. Una cifra nada desdeñable si contamos que por allí ingresaron 15.000 menores de 16 junto a sus padres y familiares. Llegaban provenientes de toda Bohemia y Moravia, junto a algunas zonas limítrofes durante la Segunda Guerra Mundial. Terezin fue, a medias, un espejismo y un espanto. Los nazis utilizaban ese purgatorio como propaganda ante las inspecciones internacionales. Montaban obras de teatro, lecturas, conciertos, óperas, juegos. Luego llegaban los trenes… Desde allí los deportaban con vía preferente a los hornos y al exterminio.
Jesús Ruiz Mantilla reporta para El País
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