El compositor Claude Debussy. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 23 de marzo de 2018. (RanchoNEWS).-El 26 de marzo de 1918, a las 10.50, un conciso telegrama viajaba desde París rumbo a Guéthary, una pequeña localidad costera vecina de San Juan de Luz: «Claude est mort. Emma Debussy». El destinatario era el escritor Paul-Jean Toulet, un gran amigo de la familia. La muerte se había producido pocas horas antes, tras una larga y terrible agonía del compositor, que padecía desde hacía años un indomeñable cáncer de recto. Las muestras de condolencia empezaron a llegar sin cesar al domicilio familiar en la Avenue du Bois de Boulogne. Unas eran formales («compartimos su dolor de todo corazón», escribió Ígor Stravinski), otras sentidas y premonitorias («lloro con usted al maestro de todos nosotros, al glorioso creador de la nueva música», se lee en el telegrama enviado por Manuel de Falla desde Madrid), otras llenas de dolor y nostalgia («usted sabe, señora, el agradecimiento infinito que sentiré siempre por el maestro por haber colaborado de una manera tan genial en la primera obra que tuve la dicha de estrenar y que será siempre para mí la más querida», confiesa la bailarina rusa Ida Rubinstein en referencia a Le martyre de saint Sébastien).
Debussy se fue, por supuesto, con múltiples proyectos sin terminar. El último, la composición de una colección de seis sonatas —número clásico por antonomasia— pour divers instruments, de las que solo pudo completar la mitad, las tres nacidas en plena Gran Guerra y con su salud ya muy mermada. En la portada de la partitura, Debussy se autocalificó con orgullo, artístico y patriótico a partes iguales, de musicien français, lo que está también en consonancia con la duda que albergó durante un tiempo de si dedicar los coetáneos Études, su última obra pianística, a François Couperin o, como homenaje de gratitud, y por razones obvias, a Frédéric Chopin, un compañero fiel desde su infancia (cuando empezó a dar clases con Mme Mauté de Fleurville, que decía haber estudiado con el compositor polaco), cuya música editó como consecuencia de la prohibición de importar partituras alemanas durante la guerra y que fue finalmente el elegido. Y no menos significativo es que en sus Algunas palabras…, que figuran a modo de prólogo, Debussy escribiera: «Nuestros antiguos maestros —quiero referirme a ‘nuestros’ admirables clavecinistas— no indicaron jamás digitaciones, confiando, sin duda, en el ingenio de sus contemporáneos. Dudar del de los virtuosos modernos sería indecoroso. (…) ¡Busquemos nuestras digitaciones!».
Luis Gago informa para El País
REGRESAR A LA REVISTA