Balthus en su estudio de Rossinière. Imagen extraída del libro Memorias editado por DeBolsillo. (Foto: R. Gaillarde)
C iudad Juárez, Chihuahua. 18 de noviembre de 2018. (RanchoNEWS).- En Rossinière el tiempo parece estar suspendido. Situarse a cualquier lado de la carretera que divide el pueblo en dos es respirar, oxigenar los pulmones y observar cómo los Alpes suizos tienen unos colores de los que resulta complicado apartar la mirada. La localidad situada en el cantón de Vaud, que según el último censo cuenta con 500 habitantes, invita a la relajación, a la observación, a la desconexión absoluta. Entre todas las casonas del pueblo sobresale una por su forma de pagoda. Es el Grand Chalet, la casa de madera más grande de Suiza, que el galerista Pierre Matisse compró para Balthus a cambio de unos cuantos cuadros. Desde 1977 vivó allí con su mujer, Setsuko, y su hija, Harumi. Ellas siguen habitando la casa de 113 ventanas rodeadas de una paz que solo se ve interrumpida cuando algún turista (o grupo de periodistas, como es el caso) quiere visitar el estudio del pintor, abierto al público bajo petición previa.
Su taller está a tan solo unos pasos de la entrada de la casa y allí dentro el tiempo, de nuevo, se siente interrumpido. «Balthus trabajó aquí hasta el final. Cuando estuvo hospitalizado quería volver a casa», comenta Setsuko Ideta, que ahora se encarga de la autentificación de la obra del artista. Volvió de Lausana en febrero de 2001 entre una multitud expectante de su estado de salud, pero el pintor solo quería estar con su familia y volver a su atelier. «No veía bien pero decía que tenía que seguir con el cuadro que aún estaba por terminar. Este fue el último lugar en el que estuvo», asegura su viuda y quien le ayudó a mezclar los colores cuando la vista le empezaba a fallar. Y allí dentro todo permanece intacto: en un gran caballete sigue esperando ese lienzo inconcluso, varios libros de Bonnard, Goya o Braque descansan en una estantería, infinidad de pinceles y pigmentos reposan en sus frascos y una foto de Giacometti, su gran amigo, aún hoy vela por él.
Una nota de Saioa Camarzana publicada por El Cultural
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