Publicidad de la cinta. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 23 de noviembre de 2018. (RanchoNEWS).- El director mexicano filmó en 2006 una obra maestra: Niños del hombre, una película visionaria, políticamente punzante y estéticamente prodigiosa. Una de esas cintas que puede verse innumerables veces para sentir nuevamente el placer y las emociones de la primera vez y también en busca de señales, pistas para desentrañar este colapso angustioso que es el siglo XXI. Su más reciente filme, Roma, es un acto de nostalgia y gratitud, una celebración dolorosa de la maternidad y un tributo a las mujeres que, contra todo, sostienen esto que aún llamamos civilización. Sin embargo, en gran medida la historia de Cleo (Yalitza Aparicio) es un reflejo y puesta al día de la épica de Kee (Clare-Hope Ashitey), el personaje de aquella cinta en que la humanidad ha perdido la capacidad de reproducirse y no ha nacido un solo bebé en dieciocho años. El mundo de Niños del hombre, donde la violencia está por todas partes y familias de inmigrantes son encerradas en jaulas, experimenta una grave descomposición social que apenas molesta a los privilegiados y las corporaciones. Esta metáfora de un mundo desesperanzado se parece cada vez más a la realidad. El México de 1971 era un país brutal, misógino y autoritario. Las cosas han cambiado pero en el fondo sigue siendo el país donde se cometen un número de feminicidios asombroso y son asesinados más periodistas que en muchas zonas en guerra. México, país de fosas clandestinas, está desgarrado por una guerra contra esa ambigüedad que es el narco y a pesar de notables progresos en el ámbito de la democracia sigue teniendo en esencia una mentalidad colonial.
Roma es la obra más personal de una filmografía extraordinaria. Dirigida, escrita, fotografiada (con Galo Olivares) y coeditada (con Adán Gough) por el propio Cuarón, es un trabajo impecable en el que prácticamente cada toma inventa un microcosmos, una composición de una claridad extraordinaria, con numerosas capas, que funciona a diferentes niveles. Cuarón emplea travellings laterales como parte de una sintaxis visual melancólica pero a la vez contundente, que describe un mundo tan limitado como expansible. Los travellings que van y vienen con parsimonia muestran lo cotidiano y lo estable pero también las calles tumultuosas de la vieja colonia Roma, tan distinta a la contemporánea. Nos deslizamos al lado de los granaderos, de la inquietante violencia y las amenazantes olas de Tuxpan. La ambientación es de una exactitud delirante, desde las eventuales canciones en La pantera de la juventud, los ripiosos comerciales y decoraciones maniáticamente auténticas, hasta la presencia de ese icono que fue el Profesor Zobek (Latin Lover), ejecutando uno de sus actos en los terregales del Estado de México. Lo mismo sucede con la pista sonora, que consiste en un prodigioso mosaico auditivo del ruido urbano.
Una reseña de Naief Yehya para el suplemento de El Cultural de La Razón
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