El tenor recientemente fallecido (Foto: Archivo)
M i amado siempre bien amado desde los años ochenta Luciano te has ido y hoy mi día ha sido más nublado y lluvioso que este acosado país de los huracanes. Todavía no he podido tenderme para escuchar por no sé cuántas veces tu maravillosa Nessun Dorma que siempre nos hermanó a toda la familia Bailleres Landeros para decirnos tus más tempranos y fervientes fanáticos hasta el fin.
Aquella noche en el Palacio de los Deportes, tu primera vez en México, no había entre los miles de presentes nadie que te amara más que yo desde tiempo atrás. Tanto así que quienes sabían de mi admiración me invitaron por partida doble a verte en tu primer concierto. Tanto amor se manifestó hacia ti que hasta mi padre pudo entrar a escucharte aquella tarde en que descendiendo del avión que lo trajo de El Paso, Texas, esperó a las puertas del escenario y pudo saludarte dentro de tu limusina durmiendo aún por el efecto que la altura de la Ciudad de México siempre tuvo en tu contra, tanto como para que nunca retornaras, pero la pelona no te habría de llevar por alta presión como ha pasado, ¿ves? Contemplé tu grandeza tan cerca, aquella noche, que Una Furtiva Lacrima se derramó por mis mejillas varias veces.
Hoy abro mi correo y lo primero que encuentro es un mensaje de pésame de mi hermano por tu muerte. Ellos saben cuánto soñaba contigo escuchando tus arias, tus canciones de pasión napolitanas, tu voz fue un todo que llenó de amor, de pasión, de luz de fervor ante el Verbo hecho canto. Qué pasiones desbocaban por la voz más gloriosa del orbe. Tu canto era tan natural como tu respiración, cantar era respirar en ti, y nadie lo ha vuelto a hacer como tú. Tardará, como dice un poema de Lorca, en volver a nacer, tardará como ha tardado Mozart en repetirse. No demerito el voluptuoso terciopelo que encuentro en el canto de José ni el tamaño de Plácido pero nada como la luz hecha voz para entrar en el sutil laberinto del oído y transformarse en música, una música que llenó cada espacio del cuerpo que la emitió y del que la recibió. Cada aria se convirtió en una plegaria al cielo en tu voz, como sucedió cuando cantaste Miss Sarajevo para hacernos volver la vista sobre lo que ocurría en Bosnia. Luciano, voz de luz, luz en la voz, dichoso nuestro Dios que hoy te escuchará tan cerca.
Luciano Pavarotti, gracias a tu grandeza, el canto recobró su dimensión extensa y sagrada por la manera en que lograste cautivar a los detractores de la ópera; gracias por haber cantado lo grande y lo pequeño para los grandes y los pequeños como lo hacías para los cocineros de los hoteles donde te hospedabas sólo por agradecer, un plato de pasto y un vaso de chianti. Esa sencillez para alternar con los rockeros, con las causas humanitarias, con aquellos de las voces rasposas, como de las dulces niñas rebeldes quienes seguro aprendieron algo hermoso en tu compañía, fueron grandes lecciones para quienes se pensaron siempre divos, tú no, mi amado Luciano, lo mismo cantabas en un parque, que en el Metropolitan pero nunca más en México, sólo por la altura.
Hasta ahora, cuando sea la hora, que me aguante la voz para cantar contigo Core’ngrato como hoy te lo ganas por dejarme todavía detrás, en este mundo sin tu voz de la luz divina. Una cinta oscura pende de mi garganta que te acompañó cuando escuchaba con mi niña Che gelida manina, como estarán las tuyas. T’amo sempre amore.
Diana Bailleres
Luciano Pavarotti sings «Nessun dorma» by Puccini
Recorded in 1988 at the Metropolitan Opera House, New York, 'Pavarotti and Levine in Recital' captures the great Italian tenor in his prime -- accompanied by the distinguished pianism of the MET's music director, James Levine.
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