Ilse Heckel
El nombre de Ilse Heckel, desde hace algunos años, brilla intensamente en el panorama cultural mexicano. No sólo por las aportaciones académicas que ha hecho sino por las obras teatrales que ha escrito y montado, y que han sido merecedoras de varios premios. Ahora, varias de estas piezas han sido recopiladas en Voces... dramáticas y dialogadas.
Se trata de una selección de la producción teatral de Ilse Heckel. Estas piezas han sido aplaudidas en diversos recintos de la Universidad Nacional Autónoma de México, así como del interior del país. Dentro de su paleta heterogénea de temas y estilos -que van de la comedia a la farsa, e incluso al autosacramental moderno-, el lector encontrará una rica gama de vivencias humanas, de experiencias auténticas tanto de lo inmediato como de lo más profundo del ser. Son experiencias que tienen en su seno lo dramático y, aún, lo poético.
Desde luego, esta gama de propuestas y estilos ha sido pulida y trabajada por Ilse Heckel a través del tiempo. Y es que, en ella, "la dramaturgia empezó muy temprano", cuenta en entrevista con EL FINANCIERO. Llegó a nuestro país -procedente de Alemania- en 1925. Desembarcó en Veracruz, pero se trasladó a Guadalajara con toda su familia. Tenía casi cuatro años de edad; pero aprendió español en poco más de dos meses. Claro, lo aprendió como sólo pudo haberlo aprendido: "Jugando con los demás niños en el parque", dice.
De niña, Ilse Heckel era muy alegre, y quizás un poco ingenua, "como todos a esa edad". Sin embargo, siempre fue curiosa y tuvo una necesidad de aprender. Incluso, a pesar de que tanto ella como su hermano hablaban español, su padre no quería mandarlos todavía a la escuela. Así que enseñó a escribir y a leer a su hermano. "Yo, de lejos, veía y oía los sonidos de las letras. Así, yo misma aprendí a leer y a escribir", dice ahora.
Un día, caminando por la estación ferroviaria, Ilse Heckel le dijo a su padre: "Mira, ahí viene el tranvía que vamos a tomar". Su papá, respondió: "¿Cómo sabes?" "Sé leer." "¿Y quién te enseñó?" "Yo misma aprendí."
-Desde lejos, ¿se pierden vínculos con el origen o se amplía la mirada sobre ese lugar del que tuvo que salir?
-La distancia te hace ver otras cosas de tu país, induce otras valoraciones -responde la autora-. Se gana y se pierde.
-¿Y nunca dudó de la dramaturgia?
-En realidad, no. A mí me interesó escribir, y escribí. Mi padre siempre me estimuló a seguir escribiendo. Porque, además, a los ocho años gané mi primer premio por un texto sobre México. Incluso, mi artículo lo enviaron a un periódico infantil de Berlín. Mi padre, desde entonces, estaba muy entusiasmado.
¿Siempre fue así de precoz?, le pregunto. Y responde: "¿Qué te puedo decir? Estaba en mi naturaleza", y pega una carcajada. Por si fuera poco, la maestra Heckel cuenta que de niña era muy aficionada a la lectura, "leía todo lo que había en el librero de la casa. Es más: mi primera obra la escribí a los nueve años, en el colegio. La escribí en mi idioma, ya que era para la clase de alemán, y la montamos entre todo el grupo".
-¿Qué le gustó de la escritura? ¿Qué era lo que le impulsaba y qué es lo que le impulsa ahora?
-Eran cosas que me llegaban. Tanto para la poesía como para el cuento, es algo que viene de adentro... Proviene de una especie de meditación y relajación. Claro, también existen estímulos externos. Por ejemplo, escribí las Cinco claraboyas porque se cum- plían 75 años de la Universidad Nacional. Nos dijeron: ¿qué va a hacer el CELE [Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras] para celebrar este año de Justo Sierra y la creación de la Universidad Nacional? "Ah, voy a escribir una obra de teatro", dije, inmediatamente. Era un estímulo externo. Entonces, escribí sobre el amor al saber, y sobre la búsqueda de una identidad nacional.
-Luego de leer su obra, parece que una de sus características es la problemática social...
-¡Es un tema infinito! Los dramaturgos siempre se han preocupado de varios aspectos, desde la familia, la política, la sociedad, la pobreza, la violencia, la marginación, hasta la historia o los mitos. Nuestro teatro ha retratado tanto a la sociedad como a su historia; las obras están llenas de verdad y realidad. Y creo que no es para menos: el teatro siempre se ha caracterizado por ser un género muy crítico...
-¿Es una necesidad o una obligación contar estos problemas sociales, maestra?
-No es que sea una obligación... ¡o quizás sí lo sea, desde una necesidad interior! Pero yo no lo quisiera analizar desde ese punto de vista. Lo que sucede es que es algo que también lo percibes, lo vives, lo sabes y lo plasmas. Uno lo vive, y no dice "voy a escribir de este problema". No. Más bien, aparece dentro de lo que uno expresa de una manera, a veces, inconsciente.
-¿Una necesidad?
-En cierta forma. Creo que sí podemos llamar una "necesidad" el producir arte. Pero no me agrada mucho la palabra. Dejémoslo, mejor, como un impulso, como una voluntad. Y, entonces, uno sí tiene ese deseo de expresar algo de la vida. Porque el arte es eso: es la vida vista desde adentro. Por eso salen los problemas sociales instintivamente. Salen, ya que están ahí, y porque uno los percibe, uno los vive, uno los padece.
-Si es así, ¿cómo elige qué cosas de la realidad merecen ser contadas?
-No se elige, salen. Son inquietudes; son temores; son ansiedades. Si algo me entusiasma, lo escribo. Si algo me duele, lo escribo. Así es como sucede.
-¿Cree que ordenar la realidad significa enjuiciarla?
-Lo que sucede es que no me pongo a ordenar la realidad, aunque parezca lo contrario. Más bien, de la realidad hablo de lo que me toca, lo que es tangencial, lo que es parte de mi evolución (que no ha terminado, supongo, espero, y deseo). Todavía tengo planes. Me falta escribir, por ejemplo, una gran tragedia. Fue un reto que nos dio Emilio Carballido (cursé parte de su doctorado con él). Una vez nos dijo: "Falta la gran tragedia escrita por un autor mexicano". Es uno de mis retos. Y ya tengo algunos apuntes de un gran amor. Es un personaje que he tenido, dentro de mí, desde hace varios años.
José David Cano | ||
Viernes, 4 de febrero de 2005 | ||
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El nombre de Ilse Heckel, desde hace algunos años, brilla intensamente en el panorama cultural mexicano. No sólo por las aportaciones académicas que ha hecho sino por las obras teatrales que ha escrito y montado, y que han sido merecedoras de varios premios. Ahora, varias de estas piezas han sido recopiladas en Voces... dramáticas y dialogadas.
Se trata de una selección de la producción teatral de Ilse Heckel. Estas piezas han sido aplaudidas en diversos recintos de la Universidad Nacional Autónoma de México, así como del interior del país. Dentro de su paleta heterogénea de temas y estilos -que van de la comedia a la farsa, e incluso al autosacramental moderno-, el lector encontrará una rica gama de vivencias humanas, de experiencias auténticas tanto de lo inmediato como de lo más profundo del ser. Son experiencias que tienen en su seno lo dramático y, aún, lo poético.
Desde luego, esta gama de propuestas y estilos ha sido pulida y trabajada por Ilse Heckel a través del tiempo. Y es que, en ella, "la dramaturgia empezó muy temprano", cuenta en entrevista con EL FINANCIERO. Llegó a nuestro país -procedente de Alemania- en 1925. Desembarcó en Veracruz, pero se trasladó a Guadalajara con toda su familia. Tenía casi cuatro años de edad; pero aprendió español en poco más de dos meses. Claro, lo aprendió como sólo pudo haberlo aprendido: "Jugando con los demás niños en el parque", dice.
De niña, Ilse Heckel era muy alegre, y quizás un poco ingenua, "como todos a esa edad". Sin embargo, siempre fue curiosa y tuvo una necesidad de aprender. Incluso, a pesar de que tanto ella como su hermano hablaban español, su padre no quería mandarlos todavía a la escuela. Así que enseñó a escribir y a leer a su hermano. "Yo, de lejos, veía y oía los sonidos de las letras. Así, yo misma aprendí a leer y a escribir", dice ahora.
Un día, caminando por la estación ferroviaria, Ilse Heckel le dijo a su padre: "Mira, ahí viene el tranvía que vamos a tomar". Su papá, respondió: "¿Cómo sabes?" "Sé leer." "¿Y quién te enseñó?" "Yo misma aprendí."
-Desde lejos, ¿se pierden vínculos con el origen o se amplía la mirada sobre ese lugar del que tuvo que salir?
-La distancia te hace ver otras cosas de tu país, induce otras valoraciones -responde la autora-. Se gana y se pierde.
-¿Y nunca dudó de la dramaturgia?
-En realidad, no. A mí me interesó escribir, y escribí. Mi padre siempre me estimuló a seguir escribiendo. Porque, además, a los ocho años gané mi primer premio por un texto sobre México. Incluso, mi artículo lo enviaron a un periódico infantil de Berlín. Mi padre, desde entonces, estaba muy entusiasmado.
¿Siempre fue así de precoz?, le pregunto. Y responde: "¿Qué te puedo decir? Estaba en mi naturaleza", y pega una carcajada. Por si fuera poco, la maestra Heckel cuenta que de niña era muy aficionada a la lectura, "leía todo lo que había en el librero de la casa. Es más: mi primera obra la escribí a los nueve años, en el colegio. La escribí en mi idioma, ya que era para la clase de alemán, y la montamos entre todo el grupo".
-¿Qué le gustó de la escritura? ¿Qué era lo que le impulsaba y qué es lo que le impulsa ahora?
-Eran cosas que me llegaban. Tanto para la poesía como para el cuento, es algo que viene de adentro... Proviene de una especie de meditación y relajación. Claro, también existen estímulos externos. Por ejemplo, escribí las Cinco claraboyas porque se cum- plían 75 años de la Universidad Nacional. Nos dijeron: ¿qué va a hacer el CELE [Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras] para celebrar este año de Justo Sierra y la creación de la Universidad Nacional? "Ah, voy a escribir una obra de teatro", dije, inmediatamente. Era un estímulo externo. Entonces, escribí sobre el amor al saber, y sobre la búsqueda de una identidad nacional.
-Luego de leer su obra, parece que una de sus características es la problemática social...
-¡Es un tema infinito! Los dramaturgos siempre se han preocupado de varios aspectos, desde la familia, la política, la sociedad, la pobreza, la violencia, la marginación, hasta la historia o los mitos. Nuestro teatro ha retratado tanto a la sociedad como a su historia; las obras están llenas de verdad y realidad. Y creo que no es para menos: el teatro siempre se ha caracterizado por ser un género muy crítico...
-¿Es una necesidad o una obligación contar estos problemas sociales, maestra?
-No es que sea una obligación... ¡o quizás sí lo sea, desde una necesidad interior! Pero yo no lo quisiera analizar desde ese punto de vista. Lo que sucede es que es algo que también lo percibes, lo vives, lo sabes y lo plasmas. Uno lo vive, y no dice "voy a escribir de este problema". No. Más bien, aparece dentro de lo que uno expresa de una manera, a veces, inconsciente.
-¿Una necesidad?
-En cierta forma. Creo que sí podemos llamar una "necesidad" el producir arte. Pero no me agrada mucho la palabra. Dejémoslo, mejor, como un impulso, como una voluntad. Y, entonces, uno sí tiene ese deseo de expresar algo de la vida. Porque el arte es eso: es la vida vista desde adentro. Por eso salen los problemas sociales instintivamente. Salen, ya que están ahí, y porque uno los percibe, uno los vive, uno los padece.
-Si es así, ¿cómo elige qué cosas de la realidad merecen ser contadas?
-No se elige, salen. Son inquietudes; son temores; son ansiedades. Si algo me entusiasma, lo escribo. Si algo me duele, lo escribo. Así es como sucede.
-¿Cree que ordenar la realidad significa enjuiciarla?
-Lo que sucede es que no me pongo a ordenar la realidad, aunque parezca lo contrario. Más bien, de la realidad hablo de lo que me toca, lo que es tangencial, lo que es parte de mi evolución (que no ha terminado, supongo, espero, y deseo). Todavía tengo planes. Me falta escribir, por ejemplo, una gran tragedia. Fue un reto que nos dio Emilio Carballido (cursé parte de su doctorado con él). Una vez nos dijo: "Falta la gran tragedia escrita por un autor mexicano". Es uno de mis retos. Y ya tengo algunos apuntes de un gran amor. Es un personaje que he tenido, dentro de mí, desde hace varios años.