Javier Negrete
L a editorial Minotauro nos ofrece ahora una reedición en bolsillo de Solaris. Se trata acaso de la novela más conocida de Stanislav Lem; sin duda, la adaptación cinematográfica del ruso Andrei Tarkovsky ha colaborado a su fama.
En esta novela, de ambiente claustrofóbico y obsesivo, hay tan solo tres personajes humanos. Pero el principal protagonista es el propio planeta, Solaris, un mundo cubierto por un inmenso océano de una extraña sustancia, con no menos extrañas propiedades, que parece ser un único organismo vivo y sentiente. Durante muchos años, los científicos han intentado desentrañar el misterio de Solaris, comprender las fascinantes estructuras que se originan en su superficie e incluso trabar contacto con la ¿posible, supuesta? mente del planeta. Pero en el momento de la novela, se ha renunciado prácticamente a este empeño.
El principal protagonista humano, Kris Kelvin, llega a la estación Solaris para sustituir a uno de sus tres ocupantes y averiguar en qué circunstancias ha muerto. Allí, descubrirá que los dos miembros del equipo que sobreviven se encuentran al borde de la locura, y que en la estación hay otras extrañas presencias, fantasmas convertidos en carne y hueso de los que no se puede huir. Él mismo recibirá una visita de su pasado, Harey, una mujer a la que en un tiempo hizo daño y que ahora el propio planeta parece haber materializado para Kelvin. ¿Cuál es el propósito de estas creaciones? ¿Estudiar a los hombres, comunicarse con ellos, permitir que los hombres estudien a Solaris?
No es cuestión de seguir desarrollando la trama de la novela, pero sí de advertir que aquellos que sean aficionados a los finales redondos, razonados, «científicos», en los que todo queda explicado y archi-explicado tal vez se sientan defraudados... o descubran una forma distinta de escribir ciencia ficción.
Solaris puede considerarse una novela de «primer contacto». Aunque en este caso el contacto se ha producido mucho tiempo antes de que se desarrolle la acción, no se ha avanzado apenas nada en la comprensión de ese misterioso ser que es el planeta entero. En la crítica de Rakhat, apuntaba: ¿Es tan fácil o tan útil crear extraterrestres literarios realmente extraños?. Lem lo hace en Solaris, y consigue crear en los lectores las mismas sensaciones de frustración y extrañeza que experimentan sus personajes al ser incapaces de comprender a Solaris o comunicarse con él. En ese sentido, recuerda algo a una de las mejores obras de Clarke, Cita con Rama, cuyo espíritu traicionó mercenariamente el propio autor al destripar sus sugerentes (y sólo sugeridos) misterios en las diversas continuaciones. Lem viene a susurrarnos al oído que no nos dejemos llevar por las sirenas del progreso científico, que lo que conocemos del funcionamiento del universo y de nosotros mismos es sólo una delgada corteza, y que nunca, por su propia esencia, llegaremos a conocer el meollo de la realidad. Con este mensaje pesimista ha escrito también magníficas novelas como La investigación o La fiebre del heno.
En la novela aparecen también otras constantes de Lem. Aunque el tono general tienda a lo sombrío, o al menos a lo inquietante, hay ciertas dosis de humor. Las discusiones y los interminables tratados sobre Solaris que llenan la biblioteca nos recuerdan otras obras del autor, que tanto gusta de inventar gruesas y escolásticas bibliografías sobre los temas más absurdos. Por otra parte, el deterioro, el absurdo, la chapuza reinan en la estación, como suele ocurrir en las naves de Stanislav Lem. Si a veces, como en Diarios de las estrellas, esto produce situaciones hilarantes, en Solaris la sensación es de decadencia, inutilidad, insignificancia del ser humano.
También Lem hace gala de su increíble imaginación visual y de la plasticidad de su estilo para describir sus propias visiones. (Esto se aprecia también en Retorno de las estrellas, novela que, casualmente, escribió en el mismo año, 1961). Aunque no lleguemos a conocer su función ni saber realmente qué son, es imposible que no nos sintamos fascinados por las simetríadas, los fungoides, los mimoides y otros grandiosos fenómenos que se producen en el océano viviente de Solaris. Lem hace gala del tan cacareado «sentido de la maravilla» de la ciencia ficción, que tan pocas veces llega a sentirse de verdad. Sólo por eso merecería la pena la lectura de este clásico.