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La centenaria obra que cambió el rumbo del arte universal. (Foto: Archivo)
N ueva York , 18 de julio, 2007. ( Gerd Korinthenberg/Milenio ) Cuando al nuevo presidente francés, Nicolas Sarkozy, se le preguntó en plena campaña electoral por sus preferencias artísticas, respondió que para él Les Demoiselles d’Avignon de Pablo Picasso era la obra de arte más francesa del siglo XX.
Claro que el cuadro, que el español terminó en su estudio parisino de Montmartre hace exactamente 100 años, en el verano de 1907, y que ahora se exhibe en un lugar destacado en el Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York, pertenece a toda la humanidad.
En un acto creativo superior, Picasso dinamitó con su obra maestra casi todo lo que distinguía al arte occidental hasta entonces y le entregó así su expresión artística al mundo, que vivía un espectacular cambio tecnológico, científico-cultural, político y económico.
En la escena de burdel, que recibió su título una década después de una calle de Barcelona en la que había prostíbulos (Avinyó), Picasso renunció a la imitación del mundo objetivo, habitual durante décadas, que él mismo ejercitaba hasta poco antes con sus motivos circenses en el «periodo rosa».
Rompió con las leyes de la perspectiva, expulsó la «belleza» del arte e hizo una clara referencia a la sutil rusticidad de las máscaras africanas e ibéricas antiguas, que había visto en los museos de la capital francesa. Las cinco mujeres desnudas, cubiertas sofisticadamente con paños, se convierten en superficies geométricas fragmentadas. Ninguna luz modela los cuerpos desprovistos de toda individualidad e incluso todo el espacio del cuadro parece también unido en una sola superficie.
El proceso
El artista tenía 26 años, llevaba tres instalado con Fernande Olivier en el Bateau Lavoir, su taller sucio y maloliente en la colina de Montmartre. Gertrude Stein, poetisa y escritora estadunidense instalada en París, lo comparaba con un pequeño Napoleón, seguido por sus fieles granaderos. En las veladas del Bateau Lavoir se consumía hachís, Picasso alucinaba y lamentaba estar en un callejón sin salida, condenado una y otra vez a pintar siempre lo mismo. Se le quitaron las ganas de colocarse cuando los atrabiliarios habitantes del Bateau Lavoir encontraron a un pobre pintor alemán llamado Wiegels ahorcado de una viga de su estudio. Picasso decidió interrumpir sus excursiones por la periferia del infierno para no engrosar la lista de los artistas muertos y seguir nutriéndose de la alegría de vivir. Así concibió Las señoritas...: una escena que evocaba el burdel del Carrer d´Avinyó que él había frecuentado en Barcelona. De hecho, el primer título que tuvo el cuadro fue El burdel d´Avinyó.
Obra “exorcista”
«Mi primer cuadro exorcista», describió Picasso más adelante a su obra, que no sólo abrió las puertas para el cubismo sino también para todo el arte por venir, desde el expresionismo y el «Cuadrado negro» de Malevich hasta el arte conceptual de hoy en día.
El experto en Picasso, Werner Spies, considera que la obra es una «barricada» ante el anticuado academicismo. Ocultos permanecen, sin embargo, también en este punto de giro de la historia del arte rastros de la tradición en la que el joven Picasso se basa conscientemente: ya sean los desnudos de Ingres, los bañistas de Cézanne o la liberación del color en la tradición de Van Gogh o Gauguin.
Intensa fue la reacción de los pocos amigos a los que Picasso mostró el cuadro, largamente oculto entre paños en su taller y cuya forma casi cuadrada de aproximadamente 2,40 metros de largo ya era extraña.
Georges Braque opinó que alguien había bebido petróleo para escupir fuego. André Derain estaba seguro de que pronto se encontraría al español colgado junto a su cuadro. Pasarían unos 30 años hasta que el cuadro realmente se hizo conocido en el mundo del arte tras su adquisición por parte del MoMA de Nueva York.
Ya los alrededor de 700 bocetos y estudios para las Demoiselles, tantos como seguramente no hubo para ningún otro cuadro de la historia del arte, demostraron que Picasso de ninguna manera estaba trabajando en un éxtasis creativo ciego.
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