.
«La metáfora ferroviaria no es caprichosa. Los ferrocarriles estructuraron al país y ese debate sigue siendo actual», dice Eduardo Jozami. (Foto: Daniel Dabove)
C iudad Juárez, Chihuahua, 19 de octubre 2011. (RanchoNEWS).- La exposición propone «recorridos por la cultura argentina». Organizada conjuntamente por el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti –que oficia de sede– y la Biblioteca Nacional, arrancará con una conferencia magistral de Ricardo Piglia. Una nota de Silvina Friera para Página/12:
La réplica de un país, surcado por múltiples trayectos ferroviarios, encontrará el pasajero en tránsito al ingresar al Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, uno de los edificios que integran la ex Escuela de Mecánica de la Armada. Los pedazos de adoquín brillan como diamantes contra los residuos del sol de las seis de la tarde. El primer golpe de vista dictamina que el suelo parece empedrado. La mano tantea la superficie y desmiente el arrebato de la mirada: es madera. No hay locomotoras ni vagones. No hay trenes. Pero los dispositivos de la maquinaria, desplegados en dos plantas, están en marcha. Cada visitante emprenderá un viaje. O muchos viajes. La exposición 200 años, 200 libros. Recorridos por la cultura argentina, organizada junto con la Biblioteca Nacional, propone una travesía narrativa y lúdica, materializada en la antigua y necesaria imagen de las vías del ferrocarril. Cada línea tiene el nombre de un escritor: David Viñas, Ricardo Piglia, Ezequiel Martínez Estrada, Jorge Luis Borges, Raúl Scalabrini Ortiz, Rodolfo Walsh y Néstor Perlongher. A estos siete ferrocarriles hay que sumarles un río que lo atraviesa, el río Haroldo Conti. En el itinerario de cada línea –tanto las terrestres como la fluvial– hay ramales construidos con obras afines por sus temas, por sus formas de experimentación o por las trayectorias de los autores. Y cada libro representa una estación. En el marco de esta megamuestra, Piglia será el encargado de inaugurar con una conferencia magistral, mañana a las 19, el ciclo «200 años de literatura argentina».
La fórmula, conmemorar el Bicentenario del país con una exposición sobre doscientos libros argentinos, trasunta sencillez. Pero todo recorte, lo saben los organizadores, segrega arbitrariedad. Veintitrés intelectuales, escritores y artistas –Noé Jitrik, Eduardo Rinesi, Beatriz Sarlo, Alberto Szpunberg, Alan Pauls, Griselda Gambaro, Arturo Carrera, Angela Di Tullio, José Pablo Feinmann y Germán García, entre otros – fueron convocados para seleccionar, cada uno, diez libros que integrarían la muestra. Eduardo Jozami, director del Centro Cultura de la Memoria Haroldo Conti, cuenta a Página/12 que este procedimiento, tan arbitrario como cualquier otro, sirvió para «repartir las responsabilidades» y «asegurar cierta pluralidad». «Si la responsabilidad por los libros elegidos es compartida por todos los electores, el recorrido es entera decisión de los organizadores –aclara el director–. La metáfora ferroviaria no es caprichosa. Para bien o para mal, los ferrocarriles estructuraron el país y ese debate sigue siendo actual».
La lengua en cuestión
Cada libro se constituye en la parada de un tren imaginario que va enhebrando los textos y esbozando carriles de lectura, que serán avalados o cuestionados por cada pasajero. El punto de partida del ferrocarril Viñas, por ejemplo, es Literatura argentina y realidad política. Quienes prefieran arrancar por esta línea transitarán por las estaciones de El matadero (Esteban Echeverría), el Facundo (Domingo Faustino Sarmiento), Los oficios terrestres (Rodolfo Walsh) y El juguete rabioso (Roberto Arlt). La línea Viñas es una de las más extensas. Incluye dos ramales –«En primera persona» y «Cartografías y catálogos»–, con paradas insoslayables y tensas como Una excursión a los indios ranqueles (Lucio V. Mansilla), Carta a mi madre (Juan Gelman) y La razón de mi vida (Eva Perón); y un apeadero destinado a Crítica y Contorno, con libros fundamentales como Sexo y traición en Roberto Arlt (Oscar Masotta) y Operación Masotta (Carlos Correas). No es casual que el ferrocarril Piglia comparta varias estaciones-libros con la línea Viñas. «Como críticos, ambos iluminaron sendas de lectura que han tenido una fuerte influencia en el diseño de esta muestra –confiesa Jozami–. Insistiendo en el rol central de la política y la violencia en el parto de la literatura argentina, Viñas marcó un rasgo perdurable. La política estará siempre presente en su obra para explicar la displicencia literaria de los hombres del ’80, la profesionalización de la literatura como asunto que interesa a las clases medias o para definir el grotesco como la explicación más lograda del fracaso del liberalismo y su proyecto inmigratorio».
Si Viñas y sus compañeros de Contorno patrocinaron la centralidad de la obra de Arlt, Piglia, continuando por esta vía, la puso en diálogo con Borges. «Esa tensión entre dos escritores que tenían una idea tan distinta del lenguaje literario se ubica en el centro de una época y el intento de fusión de Arlt con Borges ha estado presente, como señala Piglia, en muchos de nuestros grandes escritores –explica Jozami–. El autor de Respiración artificial viene desarrollando una idea de la tradición que reconoce la decisión de elegir en qué linaje se inscribe cada escritor y de crear el espacio en el que pueda leerse su obra. Lejos de cualquier idea esencialista de la tradición, pueden encontrarse afinidades con el pensamiento de Walter Benjamin, que ve al historiador y al crítico como coleccionistas que buscan en el pasado fragmentos valiosos que pueden volverse actuales y prestarse a múltiples tareas de reconstrucción». El río Conti, en cambio, es el más breve de los itinerarios. Está en el primer piso, cruzando el ferrocarril Scalabrini Ortiz. Ese río, que tiene sólo cinco paradas, quizá sea el que dialoga de un modo más intenso con cada uno de sus afluentes: la Obra completa de Juan L. Ortiz, El limonero real (Juan José Saer), Cuentos de amor, de locura y de muerte (Horacio Quiroga), Río de las congojas (Libertad Demitrópulos) y Sudeste (Haroldo Conti).
«La lengua en cuestión» es el primer ramal de la línea Borges. Ahí están, contiguas y distantes, las estaciones Gotán (Gelman), El género gauchesco (Josefina Ludmer), Boquitas pintadas (Manuel Puig), Babilonia (Armando Discépolo), Los pichiciegos (Fogwill), los Cuentos completos de Fray Mocho y El payador (Leopoldo Lugones), entre otros. Además de El Aleph, Eisejuaz (Sara Gallardo), Martín Fierro (José Hernández), Zama (Antonio Di Benedetto) y Don Segundo Sombra (Ricardo Güiraldes), entre otros textos. En «Artificios», el segundo ramal borgiano, hay una joyita poética: un audio con la voz de Oliverio Girondo en el que lee un poema de En la masmédula, en la primera escala de este periplo cultural donde cada parada, como advierte Horacio González, es «tan ilusa como nuestros viajes por el espacio y el tiempo». Jozami subraya que la presencia de libros de Borges –siete en total– no puede asombrar. «Aunque haya pasado poco más de medio siglo, resuenan muy lejanos los ecos de algunos planteos descalificatorios como los formulados entonces por Jorge Abelardo Ramos y Ernesto Sabato, ambos también incluidos en la muestra. Ramos creyó que podía cerrar la discusión borgeana, descartando al autor de Ficciones como un escritor europeo, mientras Sabato alegaba, por la voz de uno de sus personajes, que Borges se preocupaba en exceso por la forma, se detenía demasiado en la elección de un calificativo, como para que pudiera ser considerado un gran escritor».
Las intervenciones públicas del autor de Ficciones, que apoyó todos los golpes militares a partir de 1955, además de las dictaduras de Videla y Pinochet, generaron un profundo problema de conciencia en muchos de sus lectores. «No creemos que la cuestión se resuelva subestimando los textos borgeanos ni creando un Borges democrático, desmentido por la inmensa mayoría de sus posturas políticas –aclara Jozami–. Si la cultura europea ha terminado por aceptar que Heidegger, de notoria connivencia con el nazismo, fue uno de los pensadores que más han influido en la filosofía del siglo XX, los argentinos tendremos que resignarnos también a convivir con estas complejidades de la relación entre escritura y política». Hay obras que no ocultan su intención polémica. ¿Están los Versos de una cualquiera –estación final del ramal «Pasiones» del ferrocarril Perlongher– entre los mejores textos de la poesía argentina? «Nadie lo ha señalado, pero César Tiempo puso al desnudo, con los poemas que firmó Clara Beter, cierta moral convencional de los escritores de Boedo y mostró los dilemas que seguirían acechando a la literatura de izquierda», responde Jozami un interrogante que él mismo colocó como una probable piedra que podría obstaculizar la circulación por ese carril. «En cuanto a Payró, ¿no habría estado mejor representado por un texto como los Cuentos de Pago Chico, en el que campea ese realismo de tono menor que constituye la mayor atracción de su escritura? Probablemente –admite Jozami–, pero algún elector prefirió El triunfo de los otros –la tercera parada del ramal «ficciones de la vida literaria» del ferrocarril Piglia– porque trata una historia, la del autor que se oculta poniendo su pluma al servicio ajeno, que es característica de aquellos tiempos fundacionales en que tenían vigencia los debates sobre la posición del escritor en la sociedad».
El peronismo como drama personal
La historiografía argentina está representada con criterio plural. Basta repasar un par de nombres para comprobar esta elasticidad: Vicente Fidel López, Bartolomé Mitre, Juan Bautista Alberdi, Ernesto Quesada, Adolfo Saldías, José Luis Romero, Scalabrini Ortiz, Juan José Hernández Arregui, Norberto Galasso, Rodolfo Puiggrós, Arturo Jauretche y Tulio Halperin Donghi. «Es imposible hablar en serio de historia argentina sin estudiar a Halperin Donghi, tanto como es erróneo desdeñar los aportes que desde el primer revisionismo hasta trabajos más recientes –pasando por Scalabrini, Jauretche, pero también por el Martínez Estrada de Radiografía de la Pampa– sustentan la mirada que tienen de nuestra historia la mayoría de los argentinos –retruca Jozami–. La cultura argentina no puede repetir experiencias de sectarismos y exclusiones, como la que llevó a proscribir del campo intelectual a un escritor tan enorme como Leopoldo Marechal. ‘Poeta depuesto’ se calificó a sí mismo, escondiendo tras esa ironía la amargura que aquella discriminación le provocara. No se trata de forzar una visión conciliadora que, en última instancia, vaciaría de sentido las grandes discusiones de la cultura argentina, sino de afirmar que la misma tradición nacional popular en que queremos inscribirnos exige un constante replanteo y la disposición a dialogar con otras perspectivas e incluir sus aportes».
Operación Masacre es la primera estación del ferrocarril Walsh. El ramal de esta línea, «Poder, resistencia y tragedia», está articulado por De dioses, hombrecitos y policías (Humberto Costantini), Villa (Luis Gusmán), Ciencias morales (Martín Kohan), Respiración artificial (Piglia), Las islas (Carlos Gamerro), Potestad (Eduardo «Tato» Pavlovsky), La casa y el viento (Héctor Tizón), Nadie nada nunca (Saer), Manual de perdedores (Juan Sasturain), La astucia de la razón (José Pablo Feinmann), El vuelo del tigre (Daniel Moyano), La voluntad (Eduardo Anguita y Martín Caparrós), El vuelo (Horacio Verbitsky), El Eternauta (Héctor Oesterheld y Francisco Solano López), Nunca más (Conadep) y Poder y desaparición (Pilar Calveiro), entre otros. De las 32 vitrinas desplegadas a lo largo y ancho de la exposición –donde, como las dos caras de una misma moneda, se pueden apreciar algunas primeras ediciones de los libros exhibidos, mientras en el reverso asoman fotos, dibujos, bocetos o pinturas–, una se impone por el trazo magistral del artista Daniel Santoro.
¿Cuál es la técnica de este gigante que es Santoro, en más de un sentido, para lograr que varios hombres y mujeres de a pie, en este atajo por las entrañas del peronismo, se queden un rato con la boca abierta; y después de la impresión puedan exclamar «maestro» y hasta rematar la escena con las manos entregadas a la coreografía improvisada del aplauso? Un letrero informa que la técnica es acrílico y carbón sobre papel. Dice poco y nada ese letrero. Quedará en cada visitante arrimarse a las vísceras que pone en juego este artista, más allá y más acá de la técnica. En un rectángulo de 40 por 50 centímetros, el viejo General, como sólo Santoro puede plasmar la risa socarrona de Perón, comienza una pulseada prometedora con John William Cooke. Codos y manos equidistantes congelan esa instancia en la que conviene presumir un «empate». Esta estación, la Correspondencia Perón-Cooke, inaugura el ramal «el peronismo como drama personal». El camino se completa con No habrá más penas ni olvido (Osvaldo Soriano), Las patas en las fuentes (Leónidas Lamborghini), Cabecita negra (Germán Rozenmacher), Mi mensaje (Eva Perón) y Las cuestiones (Nicolás Casullo).
Una apostilla se impone para el epílogo. Dos de los autores seleccionados se hacen presentes en cuanto se ingresa a este predio: Conti y Walsh. «El cuerpo sin vida de Rodolfo fue visto por última vez en este lugar –recuerda Jozami–. Haroldo estaría seguramente contento de que hayamos dado su nombre a un río, porque fue ese universo de la navegación y la gente de las costas el que su obra recreó de un modo que en nuestra literatura probablemente no encuentre parangón. Ellos dos, como Francisco Urondo, perseguido, acorralado y muerto por la policía en las calles de Mendoza, reciben nuestro homenaje como modo de evocar sus trabajos y esperanzas, que fueron los de una generación de argentinos».
* La muestra se podrá visitar hasta el 20 de enero de 2012, de martes a viernes de 12 a 21; y sábados, domingos y feriados de 11 a 21. La entrada es libre y gratuita (Av. del Libertador 8151).
REGRESAR A LA REVISTA