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La autora de El mar y la serpiente. (Foto: Sandra Cartasso)
C iudad Juárez, Chihuahua, 17 de octubre 2011. (RanchoNEWS).- En su nueva novela juvenil, la escritora explora los vínculos de un grupo de adolescentes antes y después de un accidente automovilístico. No lo hace con golpes bajos sino que privilegia las conflictivas relaciones entre los personajes. Una entrevista de Andrés Valenzuela para Página/12:
«No sé cómo voy a hacer», repetía una chica en la letanía del shock. Fue una tarde o una mañana, ya no recuerda, cuando Paula Bombara la vio en la pantalla, llorando y todavía sacudida por la muerte de su mejor amiga. Había sido un accidente de tránsito casi «de manual», de esos que ocurren cada madrugada a la salida del boliche y que hacen de los autos destrozados la principal causa de muerte de personas jóvenes en el país. «Esta chica tendría unos 15 años y había perdido a su amiga, no podía salir de esa frase, y esa repetición que revela tanta desesperación me conmovió mucho y de algún modo le quise responder», cuenta Bombara para explicar el origen de Sólo tres segundos, una novela juvenil publicada en la colección Zona Libre, de Norma Editorial. «En ese momento no supe qué decirle, pero con los años elaboré esta historia».
Sólo tres segundos explora los vínculos de un grupo de adolescentes antes y después de un accidente automovilístico. La primera parte presenta a Nicolás mientras cambia de escuela y se descubre «biker». La segunda acompaña a Felicitas, una de las chicas del grupo, mientras hace el duelo por los amigos perdidos. Bombara no hace de la novela un paño de lágrimas, ni un golpe bajo, sino un relato sensible que se enfoca en la (re)construcción de los vínculos de los personajes.
«La adolescencia es un momento de mucho quiebre. Uno está elaborando un duelo, que es dejar de ver a sus padres como los vio de niño. También es elegir su grupo de pertenencia, y en mis libros los personajes nunca están ajenos a sus grupos de pertenencia. Están inmersos en una realidad social y por supuesto una de las principales preocupaciones tanto de jóvenes como de adultos es tener buenos vínculos», analiza la autora.
Quizá por eso, también, optó finalmente por hacer de este relato una novela juvenil. «Creo que no había forma de contarla de otra manera», dice y reflexiona: «¿Viste que la literatura juvenil siempre está como en la cornisa entre la infantil y la adulta? Como los adolescentes lectores, que van a saquear la biblioteca de sus padres a escondidas».
El relato acompaña a los protagonistas, pero también es parte de ellos. En este sentido, es fundamental el oído agudo que demuestra Bombara para captar el habla juvenil. Algo que ya había demostrado en su título más conocido (El mar y la serpiente, en torno de la última dictadura militar), y que aquí ratifica. «Soy muy callada, más de escuchar que de hablar, así que cuando doy charlas en colegios, que en general son más bien escuelas secundarias, dejo que hablen los chicos», cuenta. «Los escucho también cuando viajo en subte, en colectivo.» Cuando llega el personaje, asegura, lo hace con su propio modo de hablar.
«De cualquier modo no deja de ser una construcción particular mía –advierte–, no sé si el común de los adolescentes habla tan correctamente desde lo gramatical, son personajes». Aunque suena fácil, Bombara reconoce una cantidad enorme de energía puesta en afinar las palabras hasta estar convencida de compartir con el personaje el tono correcto. Durante la entrevista volverá sola sobre ese punto. «Dije que observo, que escucho, que tomo de la realidad, pero no hablé de cuánto trabajé las palabras para lograr esa naturalidad y esos climas tan reconocibles. Tal vez porque es un trabajo que realizo con mucho placer: amo girar las frases, paladear las palabras y leerlas en voz alta, a ver si me llevan al mundo que quiero retratar».
Es un tema llamativamente cotidiano, pero que se trata poco en la ficción juvenil. ¿Por qué?
Supongo que porque es difícil, pero la verdad es que no sé. A mí se me pone un tema del que quiero escribir y ya no hay nada que hacer, sea fácil, difícil, lo que se espera de una lectura para jóvenes o niños. Una vez que se empieza, hay que llegar hasta el fondo de la cuestión.
Muchos autores de libros para niños o adolescentes encuentran límites de sus editores. ¿Cómo se logra tocar temas que otros colegas tienen que contrabandear en sus historias?
Será que con mis editores tuve suerte, les pude plantear lo que quería escribir y me dejaron. En Sólo tres segundos, mis editoras (Natalia Méndez, Cecilia Espósito) hicieron un trabajo espectacular conmigo, me acompañaron y me aconsejaron mucho. ¿Será por cómo abordo los temas? Habría que preguntarles a ellas, pero jamás me encontré con un editor que me dijera: «Este tema no».
¿Cómo aborda sus escritos, entonces?
Desde lo íntimo, desde la cosa más visceral. Escribo sin ánimo de juzgar a nadie, ni siquiera en la voz de los personajes. Se cuenta una historia.
Aunque no se narra el momento del accidente, se nota que hay un trabajo de investigación sobre el tema.
Hubo un momento en que empecé a buscar páginas, organizaciones no gubernamentales, estadísticas oficiales, estadísticas de otros países, y adapté el accidente para que entrara en la novela. Es la primera causa de muerte joven, de gente menor de 24 años. Y la mayor cantidad ocurre durante la madrugada del sábado o del domingo, entre las 3 y las 5 de la mañana. Si te ponés a buscar estadísticas, ves tablas que son un espanto. Si te ponés a buscar cada caso particular, hay escenas conmovedoras y encontrás testimonios desgarradores de gente que perdió seres queridos de esta manera.
Sin embargo, no está el accidente.
¿Por qué ponerlo? No era eso lo importante. El accidente son sólo tres segundos. A mí lo que me interesaba era mostrar el antes, el después, cómo cambia la vida, cómo hacés para seguir.
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