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El poeta marchó a los 84 años de edad. (Foto: Archivo )
C iudad Juárez, Chihuahua, 7 de noviembre 2011. (RanchoNEWS).- Tomás Segovia nació en España en mayo de 1927 y hace una horas murió en México. Son dos datos fríos que, sin embargo, resumen bien la trayectoria vital de un poeta marcado por la Guerra Civil, un hecho que lo convirtió en niño del exilio republicano. La palabra vital es importante porque nunca dejó que esa marca fuera la de la derrota. «Pasé un poco de hambre», decía. «Sufrí una pobreza relativa, pero a cambio de eso viajé, conocí países, estudié libremente. No tengo por qué reclamar nada». Una nota de Javier Rodríguez Marcos para El País:
A pesar de que el cuerpo dejó de acompañarle cuando le detectaron el cáncer que ha terminado con su vida, su cabeza y su ánimo nunca dejaron de funcionar a pleno rendimiento. Cuando en primavera publicó un libro de poemas, Estuario, ya había entregado otro a Pre-Textos, su editorial española de toda la vida. Semanas después publicaba un volumen que recopila dos años de entradas de su blog y el libro de ensayos Digo Yo (Fondo de Cultura Económica), una obra que ahora es imposible no leer como un testamento, que contiene algunas de las más brillantes reflexiones sobre la idea de exilio –una condición, no un tema ni una identidad, decía– y, de paso, recuerda a algunos de sus maestros y amigos: de Juan Ramón Jiménez a Ramón Gaya pasando por Juan Gil-Albert. Ese volumen, además, recoge los discursos que pronunció al recoger algunos de los premios que jalonaron su trayectoria: el Octavio Paz, el Juan Rulfo, el Extremadura a la Creación, el García Lorca...
Hace unos días, además, recibió en Aguascalientes un homenaje, al lado del argentino Juan Gelman, ambos ganadores del Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval. Ésa era una de las razones de una estancia en México que se ha convertido en definitiva, aunque Tomás Segovia no necesitaba ninguna para viajar a un país en el que era un mito. ¿Mexicano? ¿Español? Poeta alemán lo llamó su amigo José Bergamín. Hispano decía él, que, pese a todo, defendió siempre que un escritor es más de su época que de su país. Después de «asomarse», era el verbo que él usaba, a España un año después de la muerte de Franco, Tomás Segovia se instaló en Madrid en 1985 porque echaba de menos el paso de las estaciones. No era raro verlo cada mañana escribiendo en el Café Comercial de la Glorieta de Bilbao. «Necesito ruido para concentrarme», decía. Había nacido en Valencia en mayo de 1927. Por casualidad. Cuando un alto cargo del gobierno valenciano le preguntó, con motivo de un premio, a qué se debía su nacimiento allí, él contesto citando a un actor: «Mi madre, que era sevillana, estaba aquí, y en un momento así, yo quería estar a su lado». Así era el humor de un hombre que pasó como refugiado por París y Casablanca antes de trasladarse con su familia al Distrito Federal en 1940. Allí se vinculó al Colegio de México, en el que más tarde ejerció como profesor. Lo mismo que en las universidades estadounidenses de Princeton y Maryland.
«Aunque yo me desmarco del gueto del exilio español, como dicen en México: lo que sea, de cada quien. Fue gente que nunca tuvo tiempo de ganar, en nada. Fueron siempre las víctimas», decía. Él, que durante un tiempo fue un estrecho pero díscolo colaborador de Octavio Paz, fue un hombre libre, un enorme traductor de autores como Shakespeare, Nerval o Ungaretti y un ensayista de primer orden sobre cuestiones de poesía y lingüística. Pero fue sobre todo un poeta que pasará a la historia de la literatura por libros como Anagnórisis, Cantata a solas o los más recientes Salir con vida y Siempre todavía.
Difícil de clasificar, una vez le preguntaron si la literatura del exilio es literatura española. Su respuesta: «Un escritor español del siglo XX es más del siglo XX que español. Tiene más que ver con un checo del mismo siglo que con un compatriota suyo del XV. Las identidades existen, pero de hecho, no de derecho. Invocar como derecho un hecho diferencial es lo más alejado que existe de la democracia. Es lo mismo que invoca un rey respecto a sus antepasados. Al final, la identidad siempre acaba en bombas. Más que las identidades importan las lealtades. Y para ser leal hay que ser libre, único, mientras que lo identitario es lo idéntico».
Los últimos libros de poemas de Tomás Segovia, escritos de memoria mientras caminaba, son un canto al milagro de estar vivo cada mañana, a la duración del tiempo y al tiempo atmosférico: al sol, la lluvia, el frío. Y al amor. María Luisa, su esposa, ha sido hasta el final una parte cabal de sí mismo. De eso habla una de los últimos textos que publicó. Se titula Lo que tengo: «Siempre me canso de contar / Antes de contemplar el inventario / De todo lo que tengo / Tantos amaneceres y crepúsculos / Y altas noches calladas / Tantos árboles por todo el mundo / Casi todos con pájaros / Tantas delicias para el tacto y para el ojo / Y el oído hasta donde todavía me llega / Para el olfato y el taimado gusto / Y tantas horas para estar despierto / Y otras para soñar dormido / Y tantos días con sus noches / Como el fiel renovarse de las olas / Todo eso tengo y además / La mujer que me tiene».
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