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Timothy Spall, la película Mr turner. (Foto: Archivo)
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iudad Juárez, Chihuahua. 15 de mayo de 2014. (RanchoNEWS).- No hay nada pequeño en Cannes. Bueno, salvo los perros. Por alguna extraña razón los canes más en boga entre la élite que visita la Croisette son de los que caben en un bolsillo. Pero todo lo demás en este festival, que ayer inauguró su 67ª edición, es enorme. Hoteles gigantescos, guardaespaldas como armarios, yates que podrían desafiar el océano sin notar siquiera las olas. Y, claro, las salas de cine. La más grande, el Gran —cómo no— Teatro Lumière, presenta una pantalla fuera del común y un aforo para 3.000 personas. Allí se proyecta buena parte de la competición oficial. Y allí, hace unas horas, se presentó el último trabajo del director británico Mike Leigh: Mr Turner. Una nota de Tommaso Koch para El País:
El cineasta, ya ganador de la Palma de Oro en 1996 con Secretos y mentiras, regresa por quinta vez a la Croisette, en esta ocasión con la vida del célebre artista romántico J. M. Turner (1775-1851), apodado «el pintor de la luz» e identificado sobre todo con los extraordinarios paisajes que era capaz de retratar. «Era un gran artista, uno de los mayores pintores de siempre, radicalmente revolucionario. Creía que la tensión entre cómo era este individuo y su trabajo podía producir un buen filme», aseguró Leigh en la rueda de prensa tras la proyección.
En efecto, Mr Turner cosechó unos cuantos aplausos al final de sus dos horas y media. Y también resulta más que evidente la diferencia entre el hombre y el artista que señaló el director. Leigh retrata a una suerte de cerdo, al menos a juzgar por la cantidad de veces que gruñe, huraño e indiferente a lo que ocurre a su alrededor, que se interesa por las mujeres solo cuando el deseo sexual le recuerda que existen y se pierde el funeral de su hija. Sin embargo, ante la tela o el cuaderno, se ve a un genio, creando obras tan deslumbrantes como Tormenta de nieve: Aníbal y su ejército cruzando los Alpes o El valiente Temeraire.
Como siempre, Leigh tira de realismo, de sus actores de toda la vida (Timothy Spall se mete en la piel de Turner) y de la ausencia total de guion. Sí hubo, por lo menos, preparación previa. Entre otras cosas, porque Leigh llevaba tiempo deseando por fin realizar esta película. «Dos años antes de que empezáramos a rodar aprendí a pintar y seguí recibiendo clases. También me documenté mucho. Aunque el filme no es del todo una biografía. Cuenta que a veces los genios no están dentro del contenedor más romántico. Algunos son incluso sociópatas», aclaró Spall.
El actor destacó que los pintores románticos «fueron los primeros en pintar lo que sentían sobre lo que veían y no solo lo que veían». Por ello, como en el caso de Turner, se acercaron a lo sublime, que él entiende como la tensión entre «el horror y la belleza de la naturaleza». Bastante menos elevada fue otra explicación que Spall tuvo que dar, sobre el secreto de sus perfectos gruñidos: «Es la implosión de un hombre que quiere decir un millón de cosas y no dice ninguna».
Precisamente ese sonido aprovechó Leigh para responder a si tiene algo en común con Turner. Eso sí, el director recordó que no basta con mucha documentación o con «leer todos los libros del mundo», porque eso no hace que «Turner aparezca ahí, ante la cámara». «Hay que crear una narrativa alrededor», explicó Leigh, quien se dijo convencido también de que siempre intenta hacer películas distintas, aunque sea dentro de un marco parecido.
Distinto es también, al menos por argumento, el filme africano que anoche dio el aplaudido pistoletazo de salida a la sección oficial: Timbuktu, del director mauritano Abderrahmane Sissako, en su tercera aparición en Cannes. Con un estilo plácido, el largo describe un drama que de tranquilo no tiene nada: el fundamentalismo islámico y sus trágicas consecuencias. Así, los guerrilleros extremistas que se apoderan de Tumbkutú —realmente ocurrió, en 2012—, empiezan a prohibir todo lo que la Sharia establezca o a ellos se les ocurra. Detenerse en la puerta de casa, reunirse con unas cuantas personas, hasta tocar la guitarra puede ser motivo suficiente para llevarse 40 latigazos o ser enterrado y asesinado a pedradas. Cuando los islamistas llegan a prohibir el fútbol, los jóvenes de la ciudad protestan a su manera, jugando un partido con balón imaginario.
Sissako tuvo la idea de la película por la lapidación real de una pareja en Malí, culpable de no estar casada. «Los medios cerraron los ojos. Aguelhok [la ciudad donde ocurrió el suceso] no es ni Damasco ni Teherán», asegura el cineasta en el folleto promocional del filme. Y en su rueda de prensa añadió que lo que le movió «no fue tanto el hecho en sí, sino que nadie hablara de ello».
El filme iba a ser un documental, tanto que mantiene un estilo real y contemplativo muy típico del género, pero finalmente acabó siendo una obra de ficción, aunque dramáticamente auténtica. Y para algunos actores fue su primera experiencia profesional. En la rueda de prensa, el reparto aprovechó para relatar el método extremadamente ponderado con el que trabaja Sissako, a base de explicaciones de todos los detalles y decenas de reuniones.
El director contó que para él era importante retratar a los yihadistas no como estereotipos malos sino como personas, «porque son humanos». Tanto debe de importarle su mensaje que, en un momento de su discurso, Sissako tuvo que suspender las palabras, secarse las lágrimas a punto de salir y recobrar la fuerza para seguir hablando. Él también, por lo visto, es humano.
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