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Aznavour actuando el 12 de mayo en Yereban ( Azerbaijan ). (Foto: Stepahane de Sakutin)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 19 de mayo de 2014. (RanchoNEWS).- «Cuando un cantante tiene 20 años, habla con su público por un deseo de expresarse con esa urgencia que conlleva la energía de la juventud. A los 30 años lo hace por un deseo de puntualizar. Y a partir de los 40 años por una mera necesidad de recuperar el aliento». Con estas palabras el cantante y creador musical Charles Aznavour resumía con humor la comunicación entre el intérprete y su público. A sus 90 años, Aznavour sigue cantando —lo hará el próximo 26 de junio en el Liceo de Barcelona— y llenando los teatros y auditorios donde se presenta. Como Elvis Presley, Frank Sinatra, Bob Dylan o The Beatles, Charles Aznavour ostenta el estatus de clásico de la música popular del siglo XX. Una nota de Carles Gámez para El País:
Nacido en el seno de una familia de origen armenio, artistas de variedades emigrada a Francia despues del genocidio turco, Charles Aznavour tuvo que luchar con un físico ingrato —cara triste, baja estatura— que desagrada a los empresarios y una voz poco armoniosa para las reglas oficiales de la estética vocal. «Haría falta un siglo para acostumbrarse a su voz» escribe un crítico. Antes de su consagración como intérprete, vivió una primera etapa como creador de canciones para artistas como el actor americano Eddie Constantine, estrellas como Maurice Chevalier o Patachou o la musa existencialista Juliette Gréco, que canta Je hais les dimanches, un tema escrito en colaboración con la compositora Florence Véran que ha rechazado Edith Piaf y que la joven cantante inconformista registra con éxito. Más de uno le reprocha el contenido de una composición que desprecia el único dia de descanso de la clase obrera.
Junto con Edith Piaf, uno de sus ídolos —el otro es Charles Trenet— Aznavour vive su tiempo de pasión y de aprendizaje del oficio del espectáculo. Forma dúo creativo con Gilbert Bécaud hasta que el éxito los separa. Cada uno a su manera llevará la canción-interprete a sus particulares cimas. Aznavour acaba haciendo de sus «obstáculos» —físico poco agraciado, imagen de vulnerabilidad, eterno rostro de sufrimiento, voz a punto de la extinción— sus armas escénicas y expresivas, que serán finalmente reconocidas por el público. Como escribe el poeta Jean Cocteau, «antes de Aznavour, la desesperación era impopular».
Estos mismos ingredientes expresivos tendrán su proyección en la pantalla, donde el cantante realiza una carrera de actor solo comparable en el espectáculo francés a la de Yves Montand. Aznavour rueda a las órdenes de diferentes realizadores, alternando el cine de autor y el cine comercial: Georges Franju (La cabeza contra el muro) François Truffaut, (Tirad sobre el pianista), Claude Chabrol (Los fantasmas del Chapelier), Volker Schlondorff (El tambor de hojalata), Atom Egoyan (Ararat), etc.
Autor o coautor de canciones que celebran el amor físico, como Après l’amour —verá prohibida su difusión radiofónica—, Il faut savoir, Sa jeunesse, temas como Les comediènes, Et pourtant, La Bohème, La Mamma, Hier encore, Que c’est triste Venise, Mourir d’aimer le consagran como artista popular en todo el mundo. El cantante se balancea con éxito entre el creador más lírico y el compositor industrial. Aznavour se adelanta a su época cantando a contracorriente las confesiones de un homosexual y artista travesti en un cabaret en Comme ils disent. Aznavour tiene tiempo de vestir de largo la canción ye-ye y, en colaboración con su cuñado Georges Garvarentz, les regala dos pequeñas obras maestras: La plus belle pour aller danser (Sylvie Vartan) y Retiens la nuit (Johnny Hallyday).
Intérpretes como Ray Charles, Bing Crosby, Mina, Scott Walker, Dusty Springfield, Shirley Bassey, Ornella Vanoni, Elton John, Elvis Costello o Marc Almond han buceado felizmente en su cancionero. Entre nosotros, dos nombres a destacar: Raphael, ya sea versionando La mama o cantando a dúo La bohème, y Salomé, ajustando cuentas con su lado más dramático en el tema Morir de amor. En un lugar destacado entre los intérpretes aznavourianos, la cantante y actriz Liza Minnelli, protagonista de una especie de fraternidad franco-americana que ha dejado memorables encuentros musicales entre los dos cantantes.
Artista de una impecable sobriedad en escena, Aznavour ha sabido permanecer fiel esas señas de identidad que le valieron hace más de sesenta años la complicidad del público. La figura del cantante romántico del siglo XX. Como Sinatra, al otro lado del Atlántico, el intérprete que celebra las heridas del amor como parte indisoluble de la felicidad. «Al lado de Aznavour, todos somos artistas amateurs» sentenciará Jacques Brel.
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