Historias cortas. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 24 de abril de 2020. (RanchoNEWS).- «Escribir es comenzar», escribió Fonseca. Ésa fue su ley literaria y nunca dejó de cumplirla. En el año de 2011, a los 86 años, escribió el libro de relatos Axilas; en 2013, a los 88, concibió los cuentos de Amalgama; en 2015, a los 90, entregó Historias cortas; dos años más tarde, Calibre 22; en 2019 cerró uno de los ciclos más impresionantes que conozca la literatura y publicó, a los 94 años, Carne cruda. Hablamos de cuentos breves, tocados por los temas que siguieron como una sombra a Fonseca: la muerte, el sexo, la violencia, la marginación. Pequeñas piezas armadas por el joven que nunca lo abandonó. Por esta razón, cuando me enteré de su muerte pensé en esta frase que no es mía, y cuyo autor ignoro: «qué jóvenes mueren los viejos».
Fonseca publicó su primer libro de cuentos en 1963, Los prisioneros. Ignoraba que tendría por delante 57 años de letras sin pausa, con el ritmo de un profesional impávido y el vigor inaudito de la juventud. La puerta por la que entré de lleno a esta obra mayor de las letras iberoamericanas se llama en español Pasado negro, Bufo & Spallanzani en el original portugués. Ocurrió en el año de 1986. Desde el umbral de ese libro podían sentirse los poderes narrativos de un escritor magnético que dominaba las artes mayores de la trama novelística y caracterizaba a sus personajes con la marca indeleble de la credibilidad. Gustavo Flavio carga en su complicada vida con un pasado negro. Después de ocultarse en la casa de una adolescente durante diez años, descubre el amor y se convierte en un novelista famoso y en un hombre gobernado por la tiranía del sexo. Un día, la millonaria Delfina Delamare aparece muerta en su automóvil. En la guantera del coche de la mujer asesinada aparece un libro de Gustavo Flavio con una dedicatoria. En el arranque de esta novela de entramado milimétrico hay una escena memorable: Gustavo Flavio (en alusión a Gustave Flaubert) ha tenido un sueño inquietante: en la escena onírica se le aparece Tolstoi vestido de negro, con sus largas barbas descuidadas, diciendo en ruso: «Para escribir Guerra y paz hice este gesto doscientas mil veces», entonces tiende la mano descarnada y blanca como la cera de una vela y hace el movimiento de mojar una pluma en un tintero.
El texto de Rafael Pérez Gay es publicado por el suplemento El Cultural de La Razón
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