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«'No hay nada que envejezca más pronto que las vanguardias»', sostiene la crítica y colaboradora de La Jornada. (Foto: Víctor Camacho)
M éxico, 2 de mayo 2007. (Carlos Paul/La Jornada).- Ser imparcial, más no objetiva, es el principio que ha desarrollado a lo largo de su amplia trayectoria la decana de la crítica teatral en México, Olga Harmony, cuya labor se inscribe junto a personajes como Manuel Gutiérrez Nájera, Ignacio Altamirano, Luis Reyes de la Maza, Malkah Rabell o Jorge Ibargüengoitia.
Durante más de 60 años, «la Harmony», como se le conoce familiarmente en el ámbito teatral, se asume como «una espectadora con voz que exige calidad».
Sus opiniones, lo mismo han provocado encono de quienes se sienten agraviados por sus juicios, que reconocimiento por la sólida formación que la respalda. Su trabajo la llevó a ser distinguida, en noviembre de 2002, con la Medalla de Oro que otorga el Instituto Nacional de Bellas Artes, por contribuir de manera destacada a la reflexión y el desarrollo de la actividad teatral en el país.
Nada debe ser fortuito ni gratuito
Olga Harmony cumplió 79 años hace unos días, y ahora deja testimonio de su larga trayectoria en el volumen Memorias: Olga Harmony, en el que mediante una serie de conversaciones con el creador escénico David Olguín, la también dramaturga, novelista y cuentista habla lo mismo de los primeros recuerdos de su niñez que de la manera en que ha visto desarrollarse el teatro en México.
Con este volumen –publicado por Ediciones El Milagro y presentado hace unos días en la Casa del Poeta– generaciones de jóvenes teatreros podrán acercarse a los personajes y movimientos escénicos poco recordados que constituyeron y constituyen parte del mosaico de ese arte.
«A mí todavía me tocó ver escenografías de papel, y concha de apuntador, con las hermanas Blanche, en un teatro a la española, que tenía un estreno cada semana. Eran épocas que la gente joven no se puede imaginar. Al teatro íbamos en bola, pero al entrar nos dividíamos, las muchachas nos sentábamos abajo y los muchachos arriba».
Harmony vivió la proliferación de los teatros llamados «de bolsillo», como el Arcos Caracol.
Salvador Novo –recuerda con humor la escritora– «decía que ese teatro tenía el vestíbulo más grande de México, porque para salir a fumar había que salirse a la calle. Aunque después –abunda la crítica– Uruchurtu acabó con todos esos recintos».
Entre sus muchas experiencias, Harmony vivió de cerca uno de los movimientos artísticos que marcarían el devenir cultural del país: Poesía en Voz Alta, en la Casa del Lago. Vivió y opinó igual sobre «el pleito enorme que durante muchos años hubo entre dramaturgo y director», polémica que buscaba resaltar quién es el creador fundamental de una puesta en escena.
A lo largo de su trayectoria ha visto el surgimiento y desarrollo de diversas generaciones de teatreros, desde los dramaturgos conocidos como de la Nueva Dramaturgia –hoy no tan jóvenes–, como los llamados «directurgos», que escriben y dirigen sus obras, igual aquellos dramaturgos que crean sus piezas junto con los directores, «lo que genera que escriban más para la escena» y los «narraturgos» o teatro narrativo, que dice la especialista, «es una moda que viene de Alemania» aunque, sostiene, «no hay nada que envejezca más pronto que las vanguardias».
Asimismo, considera que la tecnología en el teatro siempre va a ser un instrumento.
«Hay que utilizarlo cuando la puesta lo requiere. En escena nada debe ser ni fortuito ni gratuito».
Muchos pendientes
Harmony, articulista de La Jornada, es considerada en la actualidad una de las críticas de teatro más sagaces, penetrantes e influyentes, cuyo pensamiento y pluma no deja de señalar las cuestiones y obstáculos que afectan al arte teatral.
El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA) y los institutos nacionales de Antropología e Historia (INAH) y de Bellas Artes (INBA), destaca, «nos deberían informar cuál es su plan de trabajo. Esto es fundamental. Estamos en un país en el que las autoridades nunca te dicen qué es lo que está pasando. Un ejemplo es que no se sabe qué va a suceder con la dirección del Centro Cultural Helénico, con la Compañía Nacional de Teatro. Parecería, hablando de esos y otros casos, que no se quiere aprovechar a los funcionarios que funcionan. Ignoro cuáles sean los criterios de Sergio Vela, titular del CNCA, excepto que en ciertos casos a personas muy capacitadas las ha sustituido por gente que no se sabe ni quién es».
Para Harmony, además de que debe haber una mayor y mejor difusión del arte teatral, uno de los tantos problemas en torno del presupuesto para el teatro –el cual ha sido reducido de manera drástica–, es la cuestión de que «el dinero que se llega a recaudar en los teatros del Centro Cultural del Bosque no se destina a éstos, sino que se va al Instituto Nacional de Bellas Artes y de ahí al CNCA, una entelequia que está por encima de dos instituciones –éstas sí legisladas–, que son el INBA y el INAH».
Respecto del gremio teatral, Harmony lamenta que esté «muy desbalagado, que difícilmente pelea por sus derechos. Esto quizá se deba a que hay muy pocas oportunidades, así como a a la crisis económica. Es una situación de 'sálvese el que pueda'. Además es un gremio que no ve teatro, algunos sí, sobre todo la gente más joven, pero otros no».
En fin, son muchos los pendientes que aún se deben resolver en torno al arte teatral, como revalorar al actor como un creador, aumentar el presupuesto para los montajes y solucionar la falta de espacios, concluye.
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