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La flauta traversa es considerada entre las bandas tradicionales de Oaxaca un instrumento de características femeninas. (Foto: Archivo La Jornada)
O axaca, Oax. 16 de mayo, 2007. (A. Vargas/ La Jornada).- Entre el mito y una realidad atroz. Tal es el vértice en el que se encuentra la música tradicional de Oaxaca; alarmante, desde la óptica de investigadores y especialistas, los cuales prevén que, de continuar la actual tendencia, en 15 o 20 años ese rico y variado patrimonio se extinguirá en algunas de las ocho regiones de la entidad.
Una de las causas es la avanzada edad de la mayoría de los músicos tradicionales y la fractura, desde hace varios años, en la cadena natural de transmisión de conocimientos entre generaciones.
De igual manera, la invasión de modelos, influencias y modas musicales de otras regiones del país y del extranjero, impuestos por los medios de comunicación masiva, en particular la televisión y la radio.
A ello se suma la grave situación económica en gran parte de la entidad, la migración hacia Estados Unidos y la desaparición de los lauderos locales ante la imposibilidad de competir con la producción fabril de instrumentos, así como la falta de técnicos especializados en la reparación de los mismos.
Comunicación con el cosmos
Tan adverso panorama, sin embargo, constituye una problemática aguda en gran parte de la República Mexicana, si bien con sus particularidades, dependiendo de la entidad o región.
Cuando menos eso opina la investigadora Amparo Sevilla, una de las principales autoridades en el tema y actualmente directora de Vinculación Regional del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
De acuerdo con la especialista, un elemento sustancial de la problemática de la música tradicional en México son el desconocimiento y la desvaloración que de ella existe, inclusive en las comunidades donde se genera, con lo cual comienzan a perderse las fuentes originales y, con ello, varios de los elementos de cohesión cultural y social.
«Por desgracia, la música ha pasado a ser en muchos casos sólo un telón de fondo mientras la gente baila, bebe, plática. Sin embargo, de origen, en las culturas tradicionales tiene la enorme cualidad de ser un vehículo de comunión con el universo y el conocimiento», señala.
«'Y, precisamente, lo que se encuentra en riesgo son esos saberes y formas de vincularse que se dan mediante la música. 'Esa forma de dialogar con el cosmos, la naturaleza, con la comunidad, se está perdiendo, al igual que las lenguas y los lazos comunitarios».
Uso y abuso del world music
Para Amparo Sevilla, no sólo son pocos los músicos comunitarios que tienen plena conciencia de todo lo que hay detrás de su persona y actividad, sino que en varios de ellos prevalece cierto desdén y la idea de que su música es algo atrasado.
«'Los músicos creen que la música evoluciona y por supuesto que no es así; sólo cambia, se va transformando. No hablamos de lo primitivo a lo civilizado, que es un esquema de comprensión del mundo que, en lugar de ayudar a entender, califica». dijo.
Entre los aspectos que tienen en jaque a la música tradicional mexicana debe considerarse también «el uso e inclusive abuso» que de ella se hace mediante el llamado world music y la extrema comercialización al que este movimiento se haya sujeto.
Según la especialista, este tipo de expresión generalmente está elaborada por músicos que no son originarios de donde proviene la música tradicional, y lo único que hacen es retomar ciertos elementos de ella para ponerlos en supuestos diálogos con músicas de otras latitudes.
El peligro, agrega, estriba en que «'se está convirtiendo en el parámetro o el icono a seguir, con lo que se da una idea distorsionada de lo que es la música tradicional y se están desconociendo y desvalorando cada vez más sus raíces».
La diferencia entre gozar o sufrir
Aunque en principio pareciera mínimo, el mal estado en que se haya gran parte de los instrumentos de los músicos tradicionales es causal del escaso desarrollo y el endeble estado en el que se encuentra esa expresión artística y cultural no sólo en México, sino en Latinoamérica.
De ello está convencido el profesor Jorge Valenzuela, uno de los contados especialistas en restauración de instrumentos musicales en el país, quien labora como restaurador en la Escuela Nacional de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
«¿Cómo pretendemos tener buenos músicos con malos instrumentos? ¡Es imposible! Lo peor es que todavía no nos percatamos de la importancia que tiene la restauración», señala el docente, en entrevista realizada por Susana Escobar, del equipo de prensa de Instrumenta Oaxaca.
El especialista se mostró sorprendido ante la cantidad de problemas que mostraron la mayoría de los 150 niños y jóvenes músicos de banda que participaron en el encuentro Instrumenta Tradición, a principios del pasado marzo, provenientes de las diferentes regiones del estado de Oaxaca.
«Traen problemas de posición que les acarrea a su vez mala postura, hacen demasiado esfuerzo porque sus instrumentos no dan el sonido que ellos buscan. Muchas veces, tocar el instrumento puede volverse un sufrimiento. He llegado a ver problemas en tendones y articulaciones; todo eso les impide llegar más adentro de la música, porque, no obstante su gran entusiasmo, sus instrumentos son un terrible impedimento».
Valenzuela reafirma su convicción de que el principal problema en México y el resto de América Latina, en cuanto a desarrollo musical se refiere, son los instrumentos en malas condiciones. Esto sucede debido al desgaste natural, insiste, pero sobre todo al mal cuidado.
«Desafortunadamente, los docentes no les enseñan a los alumnos a cuidar su herramienta de trabajo, y no lo hacen de mala fe, lo que sucede es que a ellos tampoco les enseñaron a hacerlo y esto se convierte en un círculo vicioso».
Una realidad dispareja
Originario de la región Mixteca, el etnomusicólogo Rubén Luengas, quien ha dedicado una década al estudio de las músicas tradicionales de Oaxaca, es uno de los especialistas que avizora el peligro de desaparición de gran parte de esas expresiones en un plazo no mayor de dos décadas.
Su principal preocupación es la longevidad de muchos de los músicos tradicionales, pero sobre todo la falta de interés de las nuevas generaciones por hacerse del conocimiento de sus mayores y su inclinación por otro tipo de expresiones, ajenas a su cultura.
«Los viejos músicos son los últimos depositarios de estas culturas musicales, porque sus hijos migraron o porque a sus nietos no les interesa, o porque ya no tienen instrumento, o porque ya no venden las cuerdas para bandolón o bajo quinto, o porque simplemente ya no hay quien haga esos bajos quintos», dice.
«Si hacemos una reflexión, grosso modo, de cuál es la situación, veremos por ejemplo que en Coicoyan hay sólo un laudero, que tiene ochenta y tantos años y no le ha enseñado a nadie; o en Pinotepa está el último violinista conocido de la artesa, y en la Mixteca alta el último banjista. Estamos hablando de los últimos grandes músicos y el fin de una época. Si no recuperamos y preservamos esa tradición, será sólo recuerdo», agrega.
Para Luengas, el estado de las músicas oaxaqueñas es muy disparejo:
«No podemos hablar de una situación general de decir están bien, mal o desahuciadas, porque dependiendo de la región, o más bien de la cultura, la condición es diferente» .
Señala, por ejemplo, el caso del Istmo, donde la música tradicional es vigorosa. No obstante que sufrió un proceso de transformación, como muchas, sigue desempeñado un papel muy importante dentro de las ocasiones sociales y musicales, como en una boda, agrega.
A manera de contraste, menciona la situación de la Mixteca, la región más grande del estado, que abarca casi la mitad de Oaxaca. Asegura que allí el fenómeno de la migración, la pobreza, los problemas sociales y la imposibilidad de los constructores de instrumentos para competir con la producción en serie son «el cáncer fulminante que ha comenzado a comerse a la música, los músicos y los instrumentos».
Destaca que «bandas de viento hay muchas, pero aquí aparece otro gran problema, por el repertorio que tocan. A diferencia de las zapotecas, del Istmo y las mixes, que tienen un sentido muy preciso de identidad musical, las bandas mixtecas están tocando algo que nada tiene que ver con su cultura: interpretan música de banda de Sinaloa y Pasito duranguense».
A ello se suma el hecho de que inclusive están configuradas como las bandas de Sinaloa o Michoacán, con uniforme y botas, y cambiaron su disposición tradicional de acomodarse en media luna, sentados sobre sillas, y ahora se apostan en una o dos líneas paralelas y hacen coreografías, a la manera de El Recodo.
Al abordar el tema de las bandas en Oaxaca, el etnomusicólogo aprovecha para aclarar que se trata de un mito que esta formación musical sea lo predominante en la entidad.
«Se ha perdido mucha música de Oaxaca. Existe la percepción de que aquí sólo existe la música de banda, lo cual ha sido creado por las políticas culturales que se han desarrollado desde hace años. Un músico de cuerdas lo decía muy claro: la música de banda suena muy fuerte y en un acto político tiene mayor resonancia», explica.
«Que Oaxaca ha sido sólo banda es un mito, también desconocimiento. Hay muchísimo más. Hay mucha música de cuerda en varias regiones, por ejemplo, en la Mixteca el bajo quinto y el violín; en la misma región, pero en la parte alta, el banjo, este instrumento de las jazz band, llegó y se incrustó y ahí se quedó desde los años 30 y 40, y se toca swing, charleston y foxtrot con agrupaciones de cuerda», dice.
«En los Valles Centrales hay agrupaciones de chirimía; en la sierra Norte, entre los mixes, hay banda, pero también agrupaciones de cuerda, que no se difunden ni se conocen; se les llama conjuntos típicos, porque derivan de las orquestas típicas del siglo XIX, integradas por mandolinas, bandolones, guitarras, violines», añade.
«En la Cañada están los cantos de las mujeres mazatecas, que además se usan para curación; la del Papaloapan, en la frontera con Veracruz, es la región del son jarocho, comparten lo afromestizo con lo indígena; parece ser que es el último lugar en Oaxaca donde todavía se toca el arpa. Y en la Costa Chica, la presencia afromestiza, con instrumentos como la armónica, la quijada de burro; instrumentos de origen africano, como la arcuza, la artesa», ."
Esta diversidad es desconocida inclusive entre los propios oaxaqueños, lo mismo que el sentido y el significado que tiene la música tradicional para la vida de los pueblos, subraya Rubén Luengas.
«Si realmente fuera cierto eso que se dice de que Oaxaca es música y que ésta es muy importante en nuestras vidas, no estaríamos padeciendo este panorama de tragedia, de agonía, de pérdidas, de olvido».
Cantos mágicos y hongos
A sus 82 años, doña Gonzala Pineda es una de esos viejos músicos a los que se refieren los especialistas cuyos conocimientos están en riesgo de desaparecer.
Oriunda de Huautla de Jiménez, ella es cantante desde que tiene uso de razón, según afirma. Cuenta que un día se despertó y de repente le llegaron, «por favor divino», una amplia serie de cantos que desde entonces entona, sobre todo en fiestas, pero también en ritos y curaciones.
Y es que otro de los atributos de esta menuda mujer mazateca está relacionado con sus dotes de sacerdotisa, así como aliviar y curar mediante el ancestral uso de hongos alucinógenos, apoyada en rezos y cantos.
Se define heredera de los conocimientos de la mundialmente conocida y ya fallecida chamana María Sabina, si bien aclara que ésta a su vez recogió la sabiduría de Regina Carrera, madre de doña Gonzala.
«A sus órdenes de usted, soy la mera sacerdotisa de Huautla, pero no me divulgo; no ando diciendo, como otros, que soy la mera mera, no tengo esa costumbre», dice con voz chispeante.
Cantar es un gran placer para doña Gonzala y asume que se trata de «una bendición del altísimo». Rememora que inclusive siendo muy chamaca soñó que de grande sería artista, y por eso toda su vida canta en cuanta fiesta y celebración la invitan.
Sus canciones son tradicionales y en lengua mazateca, y muchas de ellas hacen alusión a flores y frutos, como es el caso de la flor de liz, la de naranjo y la de piña, que se interpretan en bodas y bautizos.
Uno de los aspectos que más inquieta a esta sacerdotisa, y lo hace manifiesto cuantas veces puede, es que su canto está a punto de silenciarse -«me ha llegado el momento de rendir cuentas»- y por ello ha solicitado con empecinamiento a sus dos hijos que le regalen una grabadora con casetes vírgenes para que su voz y sus canciones «estén vivos por siempre».
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