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El másico en la Ciudad de México. (Foto: Carlos Cisneros)
M éxico, 18 de mayo, 2007. (Ángel Vargas/La Jornada).- Hacer música es como enamorarse: un hecho gozoso que no tiene límites. Alexander Gavrylyuk no se siente satisfecho con su respuesta y enmienda: «Más bien es como una confesión de iglesia: al interpretar, uno no puede quedarse con nada oculto, todo sale; el alma está a flor de piel».
A sus 22 años, el músico ucraniano está apuntalado para ser uno de los más importantes pianistas del mundo en un futuro no muy lejano. Ello, merced a su dominio técnico, la capacidad interpretativa y la facilidad para manejar un amplio repertorio.
Sin embargo, se toma con pies de plomo los elogios que la crítica especializada hace de él, así como el hecho de haber ganado, a los 16 años, el prestigiado concurso internacional para piano Hammamatsu, de Japón, así como obtener en 2005 el primer Premio, la Medalla de Oro y la mejor interpretación de un concierto clásico en el famoso Arthur Rubinstein Internacional Piano Master Competition.
«Mis expectativas no son convertirme en uno de los músicos más famosos del mundo. De hecho, no me gustan las comparaciones. Lo que busco es seguir siendo yo mismo, con la serie de cualidades y valores que puedan agregarse con el tiempo. Mi búsqueda está centrada sólo en ser cada vez un mejor artista», señala.
En su segunda visita a México (apenas en marzo actuó como solista con la Camerata de Coahuila), el joven intérprete se presentará este viernes, a las 20:30 horas, en la sala Nezahualcóyolt del Centro Cultural Universitario, para inaugurar el ciclo Presencia Internacional Música UNAM.
El programa incluye la Tocata y fuga BWV 565, de Bach-Busoni; la Sonata K 576 de Mozart; la Sonata D664 de Schubert; Etudes tableux, de Rachmaninov; el Estudio 72 de Moszokowsky, e Islamey, de Balakirev.
En entrevista, Alexander Gavrylyuk comenta que comenzó a tocar el piano cuando contaba con siete años, no porque le interesara el instrumento, sino «que me sentí impresionado, cautivado por la música en general».
Mas tarde ingresó a una escuela especializada en música, con un sistema muy exigente y disciplinado. Considera, no obstante, que la suya fue una infancia normal, con la oportunidad de divertirse y ser feliz.
De su forma de entender y relacionarse con la música, señala que está apegada a valores estrictamente espirituales: «La música es una expresión de la esencia, realmente permite encontrar sentido y una vía directa de comunicación. Estoy convencido que es una de las mayores creaciones del ser humano, porque permite revelar la profundidad del pensamiento y las emociones. En ella se encuentra la verdad que nos salva de las mentiras que vivimos de forma cotidiana».
Cuando interpreta, «es absolutamente indistinto si la música es lenta, rápida, fuerte, poderosa o sutil, de un autor u otro. Lo importante de ella es esa especie de ritual mágico de comunicación que se establece entre el intérprete y quienes lo escuchan, esa energía que va y viene de y entre las personas».
La búsqueda del virtuosismo y la perfección no se encuentran entre las obsesiones del pianista ucraniano, si bien reconoce que en su adolescencia éstos eran los aspectos que más le preocupaban.
Su visión ahora es más relajada y asume el virtuosismo como el manejo sólido y ágil de la técnica,«una herramienta indispensable del músico para transmitir esa voz emocional e intelectual que trae adentro. Mi interés está centrado hoy en la interpretación».
Al piano lo considera una especie de amigo, con el cual a veces puede establecer una comunicación directa y plena, y en ocasiones no. «El piano es el instrumento más maravilloso que existe -señala-, sólo superado por la voz humana, la cual es el mejor medio para la expresión musical».
La prioridad de Alexander Gavrylyuk consiste en seguir desarrollándose como humano y como músico, aspectos que, indica, deben ir de la mano.
«Sé que en el camino hay varios retos de por medio. Acaso uno de los más grandes problemas que debe enfrentar el artista es no caer en la arrogancia y la soberbia. Esos dos elementos matan la belleza del arte. Entonces, uno de mis principales desafíos es no volverme egoísta ni ególatra».
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