Rancho Las Voces: Ensayo / Charros comunicativos, por Diana Bailleres
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

martes, febrero 19, 2008

Ensayo / Charros comunicativos, por Diana Bailleres

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Javier Alatorre. (Foto: Archivo)

C ada día, la televisión y su programación me muestran el deterioro y anomia que se viven en estos días en México. Por un lado los noticiarios ponderan la cruzada fantástica o fanática del presidente Calderón contra el narcotráfico, poniendo a los informativos en el nivel del más sucio cine gore. Qué importancia tiene para los niños que desayunan con esas imágenes que se les muestre la visceralidad de esta riña que, como veremos muy pronto, no resolverá el problema pues los reacomodos son instantáneos en el bajo mundo.

Me pregunto cada día si los presidentes de las dos corporaciones mayores de la televisión en México ven los que sus productores y subordinados lanzan al aire, creo que no. Pero aunque lo hicieran, qué criterios y valores en la vida sostienen al heredero Azcárraga Jean o al otro heredero mueblero Salinas Pliego. Mantener la competencia por el rating es lo que les importa, la ganancia por un servicio de comunicación del más bajo nivel de contenido. Una conductora de Tv Azteca que criticaba a la gente que no sabe qué se celebra el 5 de febrero cuando mandó la nota, su pie se quedó en que no sabían que era «el día de la promulgación de la Constitución de los Estados Unidos» y lo mandó sin agregar «Mexicanos» como es el nombre oficial de nuestro país. Bueno y qué me dicen del «compayito» copia burda pero más vulgar y sin gracia de «tachadito», quien, aunque también vulgar tiene un poco más de gracia.

Ser albureros, a la mayoría mexicana le parece una virtud, que ya para estos momentos en que vivimos no tiene ninguna gracia ante la desgracia de país que nos han dejado los gobiernos hasta el momento y sí me parece que no deja ninguna ganancia para la reflexión sobre nuestra mordaz realidad. Comunicación-medios-medios-comunicación-periodismo-medios nos empapelan, nos magnetizan, sombrean la realidad sin escrúpulo y sin conciencia de la mínima honestidad y respeto ni para los niños, ni para las mujeres, ni para los ancianos, para nadie. Simplemente, dicen algunos: «pues apague su tele si no quiere ver»; ¿de veras no nos quedará de otra, para no ver a Sabrina luciendo sus emplastes pastiches de silicona encamada con la bestia cibernética más rentable de Televisa? Y las seis de la tarde se pueden ver escenas dignas de Sin City.

Ése es el escenario de quienes reclamaron en meses pasados tener la «libertad de expresión» para comprar la comunicación a los partidos políticos. Estos son los medios que avalaron su defensa de la ley de los medios y con esa misma ética destrozan y desgarran como hilacho la vida privada de quien se ponga frente a su cámara. Resulta explicable por qué unos cuantos medianamente inteligentes les huyen despavoridos. La vida privada se ha convertido en la mercancía más rentable de esta primera parte del siglo, porque no sabemos lo que espera a la vuelta de unos cuantos meses.

No es extraño que la vida de una adolescente como Britney Spears se ventile pendiente del hilo de las drogas de la explotación de directores y de sus propios progenitores; y un juez de un país que no tiene ninguna autoridad moral le sentencia al aislamiento cuando la chica, nada pobre, no entiende palabras como insomnio, porque ha escuchado a su manejador quien le tiene el cuerpo –también mercancía de los fotógrafos- atiborrado de drogas legales e ilegales.

¿Existe algún poder en la academia de Comunicación de las universidades mexicanas para decir lo que pensamos de la producción televisiva? Pienso que sí. Sólo que lo que muchas veces me han respondido algunos doctorales colegas es que no ven televisión: las telenovelas son para las amas de casa y los noticiarios son para la tercera edad, que todavía creen que es verdad lo que dice López Dóriga o las abuelas que adoran a Javier Alatorre por su atractivo bigote de macho mexicano porque les recuerda –creo– a Pedro Armendáriz. Las abuelas creen todo. Se enamoraron del güerito Zabludovsky, luego de Memo Ochoa porque era simpático y le gustaban los boleros y ahora ven en Alatorre esa imagen del charro y lo son, bastante charros con la comunicación.

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