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De izq. a der.: los escritores Vicente Leñero y José Agustín en el momento de recibir el reconocimiento. (Foto: Roberto Armocida)
C iudad Juárez, Chihuahua. 21 de septiembre de 2011. (Porky Villalay / RanchoNEWS).- A todas luces merecido. Un acto celebratorio a dos de los escritores más versátiles del México, a partir de los años sesenta del siglo XX: Vicente Leñero y José Agustín. Ambos surgen de los medios de comunicación con sus muy particulares formas de expresar su talento creativo. De ahí que también llegaran a formalizar una relación profesional, maestro el uno, por madurar el otro. Relación que finalmente terminaría en una amistad desde que ambos, en esos años, trabajaron juntos en la revista Claudia, en la que también colaboró, allá en sus inicios, el periodista Ignacio Solares, actual director de la Revista de la Universidad de México.
Entrenado en las filas del periodismo Vicente Leñero se forjó en el mundo de la literatura, de tal manera que prodigiosamente desparramó con su escritura, a lo largo de los años –aunque afirma que escribía a máquina con dos dedos– tanta riqueza en su material narrativo, que pudo distinguirse por la frescura y lo objetivo de su prosa, que contaba los sucesos más sencillos con un dramatismo y una ironía, muy fuera de lo común. Con todo ese bagaje literario logró realizar reportajes, ensayos, artículos de fondo, análisis políticos, obras de teatro, libros, scripts para películas y novelas.
José, por su parte, redactó su primer libro a la retadora edad de los 19 años. Retadora porque en aquel entonces el despertar a una libertadora independencia juvenil para evadir los innumerables obstáculos que imponía la falsa doble moral de aquella sociedad, un tanto clerical, en la que prevalecía el criterio de que el joven aún no era apto para ejercer tareas de importancia. Con su primer novela, La Tumba, creó lo que en adelante se conocería como la literatura de «la onda», termino aplicado por la influencia «hippie» que empezaba a permear en aquella juventud que le dio vida a una renovación de moda, música, lenguaje, formas de expresión y del arte en todas sus manifestaciones. José trabajó también como copy writer, donde le conocimos, en Augusto Elías, una de las agencias de publicidad de más prestigio. Ahí tenía que contar en 20 segundos –que son 50 palabras– una breve historia, mencionar el nombre del producto tres veces y el slogan y describir la acción que ilustraría el comercial televiso.
De ahí prosiguió dedicado a la escritura, y también como su amigo Vicente, se adentró en los vericuetos de la filmación. Dirigío la película 5 de Fresa y Uno de Chocolate con la entonces considerada novia de México, la cantante Angélica Maria. También participó en el montaje de bailables el coreógrafo juarense Edmundo Mendoza.
Fue la noche de este miércoles 21 de septiembre, ante una nutrida concurrencia que hizo cola para entrar una hora y media antes del evento al Palacio de Bellas Artes, cuando la directora del Instituto Nacional de Bellas Artes, Teresa Vicencio, entregó a Vicente Leñero y a José Agustín la Medalla de Oro de Bellas Artes, con la cual se honra la carrera literaria de estos prestigiados y muy reconocidos autores.
El evento fue conducido por el experimentado autor y periodista chihuahuense Ignacio Solares (quien presentó este jueves su libro El Jefe Máximo, sobre el presidente Elías Calles, el Turco, en su etapa espiritista,en el Teatro Helénico), quien con un ágil sentido del humor y con la agudeza de la broma a lo largo de la presentación (en parte debido a las continuas fallas del sistema de audio) mantuvo al público siempre divertido y con la presteza mental de Leñero y José Agustín, quienes contaron anécdotas de sus carreras. El actor Jesús Ochoa, participó en el homenaje, al leer un monólogo del libro de Leñero, Los Albañiles y de José Agustin del libro De Perfil.
Disfrutable y placentera noche de homenaje con dos hombres de letras de una muy agradable sencillez. Simpáticos, con la alegría de sentirse honrados, aun cuando Leñero mencionó: «Cuando uno es viejo recibe los estímulos que no recibió cuando joven y necesitaba de esos estímulos». Antes de recibir sus medallas, Solares, en su última intervención de la noche, preguntó qué aconsejarían a un joven lector, y rápidamente José Agustín recomendó leer... a Leñero. Así ambos escritores sellaban su amistad ante un auditorio que siempre sonrió y disfrutó del homenaje que culminó con un vino de honor que compartieron con el público, que al final mantuvo a José Agustín en la tarea de firmar los múltiples libros que llevaron sus lectores.
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