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Hasta 1966, la editorial Eudeba llegó a imprimir 11.663.532 de ejemplares. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 4 de julio de 2012. (RanchoNEWS).- Un asteroide debería llevar su nombre: Boris Spivacow. Quizá llegó la hora de pensar en serio eso que susurra la mente en el filo de la cordura. «Tengo un hombre con experiencia, es joven, es interesante, es matemático, pero tiene un inconveniente: es loco.» A fines de junio de 1958, Arnaldo Orfila Reynal, por entonces director del Fondo de Cultura Económica, uno de los proyectos editoriales más renovadores de Latinoamérica, anticipaba las características del candidato para ocupar el cargo de gerente general de la flamante Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba). El loco –Spivacow– promovió una verdadera revolución en el circuito del libro nacional a través de un trabajo de hormiga que la mirada disminuida del presente despacharía como quimérico. Y tal vez por eso sigue siendo un gran enigma a desentrañar. Pero sin blandir la espada de la nostalgia o la resignación, que pontifica que «todo pasado fue mejor». Una nota de Silvina Friera para Página/12:
El emprendimiento universitario-cultural spivacowiano invita a debatir, afilando la puntería discursiva y tratando de aprehender aspectos de esa experiencia que puedan ser replicados o reciclados. Libros de calidad, originales y a precios accesibles –los títulos costaban menos que un paquete de cigarrillos y eran los más económicos en plaza– son premisas tan vigentes como imperiosas. Eudeba llegó a editar a razón de un libro y un tercio por día, el equivalente a 1.600.000 páginas, según un balance tipeado a máquina por el propio personal. Hasta 1966, cuando ese símbolo cultural se hizo pedazos en la Noche de los Bastones Largos, se publicaron 815 novedades y 289 reimpresiones, lo que suma un total de 11.663.532 ejemplares impresos. Libros para todos, que se presentará mañana en la Biblioteca Nacional, aglutina las colecciones de Eudeba bajo la gestión de Spivacow (1958-1966) y reúne más de trescientas reseñas de los títulos más representativos de ese catálogo descomunal.
Este monumental trabajo forma parte del proyecto de recuperación de libros, documentos y testimonios de las experiencias de Eudeba y el Centro Editor de América Latina (CEAL) que la Biblioteca Nacional lleva adelante desde 2006, cuando bautizó a una de sus plazas con el nombre del mítico editor. Desde entonces se logró reunir el 90 por ciento de lo publicado por el CEAL y prácticamente todos los títulos lanzados por la editorial universitaria durante la gestión de Spivacow. Judith Gociol, en el impecable estudio preliminar, subraya que entre 1958 y 1966 el directorio de Eudeba se reunía todos los viernes. Cada encuentro era registrado en actas, documentación que permite comprobar cómo todas las semanas se aprobaba la publicación de un larguísimo listado de títulos. «Los registros recuperan la historia cotidiana de la editorial –escribe Gociol–. Revisados a la distancia, los documentos de la primera época pueden leerse como una guía práctica acerca de cómo fundar y sostener una editorial. Una suerte de paso a paso en la construcción de un proyecto que después de la renuncia del grupo fundador tras el golpe militar de 1966 devino un registro detallado de cómo echar a perder lo alcanzado».
Los diez títulos iniciales, en la colección Cuadernos, aparecieron a fines de septiembre y principios de 1959, colección que treparía hasta los 160 títulos, algunos con tiradas de diez mil ejemplares. El primer título fue Las bases físicas y químicas de la herencia, de George Breadle, con una edición de 7500 ejemplares, que hacia mediados de 1966 había alcanzado su quinta edición. «Cuando los libreros lo vieron, se escandalizaron –recordaba Spivacow–. Un libro sobre la herencia parecía una verdadera locura. Sin embargo, se agotó en muy pocos meses». A esta colección se añadieron Manuales de Eudeba, Temas de Eudeba y la Serie del Siglo y Medio, en homenaje al entonces Sesquicentenario de la Revolución de Mayo, «un serio esfuerzo por crear poco a poco nuevas masas de lectores» a través de esa colección que representaría «no sólo un beneficio para la cultura popular, sino también para toda la actividad editorial y librera del país». «Cuando apareció, la serie desafió todas las predicciones –repasó Beatriz Sarlo, cuando en julio de 1994 le entregaron a Spivacow el título de doctor honoris causa en la universidad–. Ningún estudio de mercado hubiera podido medir por anticipado el éxito masivo de esos libros vendidos en paquetes, forrados en papel celofán, y cuyas tapas, diseñadas impecablemente según la gráfica del racionalismo moderno, fueron ilustradas por pintores que llegaban, quizá por primera vez, a un público que no frecuentaba las galerías de arte». El primer batacazo de la editorial fue el Martín Fierro, de José Hernández, ilustrado por Juan Carlos Castagnino, que vendió 250 mil ejemplares. Según comenta Humberto Ciancaglini, cuando él y el resto del directorio escucharon que la tirada inicial iba a ser de casi 60 mil ejemplares, creyeron que el gerente había enloquecido.
Eudeba llegó a tener doscientos empleados y unos trescientos colaboradores free lance. El sistema que armó Spivacow para concretar la premisa «libros para todos» resultó inaudito. En 1965 había 830 distribuidoras y librerías que ofrecían el material del sello, 103 puestos de diarios y revistas, 40 stands instalados en facultades de todo el país, 41 kioscos callejeros, 7 kioscos en hospitales, 65 concesionarias en todo el país, 40 vendedores a crédito, 35 comisionistas y 2 librerías propias. Además había abierto una sucursal en Chile y contaba con distribuidoras y librerías que cubrían América latina, España, Estados Unidos, Francia, Alemania, Japón e Israel. El investigador José Luis de Diego plantea que ahora «todo se volvió muy caníbal». «Desde el punto de vista de la producción del libro, todo es hoy más sencillo, porque la tecnología abarató los costos y los mecanismos de edición son más rápidos; se puede trabajar a demanda y con un stock más confiable. Desde el punto de la venta del libro, todo es más complicado, porque lo que no logramos es reciclar aquel mercado de los ’60 –entiende De Diego–. La cuestión no es tanto que se trataba de un buen proyecto cultural (que lo era, pero también hubo otros), sino de cómo ese proyecto cultural tuvo una pregnancia en el mercado».
¿Cuál es el sentido de este relevamiento que ofrece Libros para todos? «Los catálogos de los fondos editoriales pueden dar cuenta de una experiencia y dejar registro del modo de concepción de un proyecto y de un discurso; permiten entrever los criterios de lectura y de pensamiento de una época, los actores sociales que se entienden relevantes, los valores culturales estimados prioritarios, los modelos económico-políticos impuestos; cómo es mirada la tradición y cómo las innovaciones y la ruptura», subraya Gociol. Esos libros infinitos se obstinan en recuperar una densidad que el presente necesita para repensar el horizonte un tanto nublado de la edición.
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