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La educación chilena según Palomo, en un dibujo realizado especialmente para Página/12. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 13 de julio de 2012. (RanchoNEWS).- Ante una nueva edición de la revista Fierro, uno se siente tentado de festejar los esperados regresos de, por ejemplo, Diego Parés en el arte de tapa (con ese poderoso collage digital hecho con líneas, sombras y colores tomados de otros dibujantes, para que, entre todos, nos hicieran tener a un Parés auténtico e irrepetible); Tristeza de Mosquito-Reggiani, para saber cómo se sobrevive cuando la peste lo arrasó todo; la grata aparición de Alejandra Lunik en su doble rol de dibujante y editora, para ponerse al frente del suplemento especial dedicado a las mujeres, o la vuelta al oscuro mundo de Barrio Gris que iluminan Maicas-Spósito. Sin embargo, hoy uno tiene ganas de escuchar a ese gran dibujante que, bajo el seudónimo «Pluma de Palomo», desde hace rato dijo presente en las páginas de Fierro. Ese que siempre está, no es otro que José Palomo (1943), dibujante y humorista chileno que desde mucho –dictadura pinochetista de por medio– se tuvo que ir vivir a México. El autor de El cuarto Reih y del maravillo Literatos (Fondo de Cultura Económica) cuenta algo de su vida, de sus secretos y del oficio de hacer reír. Una entrevista de Lautaro Ortiz para Página/12:
¿Quién fue su maestro?
Varios, pero de ese ramillete entrañable elijo un representante indiscutido: Oski, a quien conocí cuando vivía en Chile. Él siempre me sugirió, a fines de los ’60, migrar a Buenos Aires, porque había una industria editorial más desarrollada. En esa época él estaba ilustrando para El Quillet de los Niños, y yo alguna vez, le hice de rotulista. De él aprendí a querer aún más nuestro oficio y entender que lo sabio está en meterse en los temas que a nadie le interesan, por sabidos, en rascarle a los usos y costumbres el misterio que esconden bajo la espesura de la rutina. Oski veía los grandes personajes de la historia siempre a escala humana, y quizá ésa sea la clave de su humor.
Y en aquella época conoció a Oesterheld...
Con Oski coincidimos en la revista El Pingüino, y allí llegó acompañado de Oesterheld. Un superhéroe de la historieta de carne y hueso, una persona entrañable. Con Hervi, un grande del humor gráfico chileno, casi nos caímos de culo cuando el director de la revista, Alberto Vivanco, nos entregó guiones –en clave de humor– del director de Hora Cero. (Por cierto, acabo de leer la nota sobre la condena a Videla y lo hago con el recuerdo de la sonrisa bonachona del querido Oesterheld, echando puteadas contra la mediocridad armada de ignorante intolerancia.) Aquellas fueron jornadas memorables que empezaban en la redacción y terminaban en el privilegio de una enriquecedora sobremesa.
Usted habló alguna vez de la relación entre «humor» y «democracia»; decía que una democracia que no sepa entender, respetar y aceptar el humor no es aún democracia...
Para averiguar lo que pasa hay varios parámetros: las estadísticas, las encuestas, la mercadotecnia, los índices de popularidad o el IPC (ingreso per cápita) que a veces, en nuestros países, es el más mentiroso porque esas cifras chocan contra la realidad de la concentración de la riqueza y la democratización de la precariedad. Yo prefiero preguntar, si es que veo a gente sonriendo, de qué se ríe. Al contrario de los índices y promedios, el humor es un democrático catalizador de contenidos, que permea la sociedad de arriba a abajo y por los cuatro costados. Trabaja con datos reales, palpables, asumibles por todos. El humor no miente, da información confiable, siempre. En Chile, por ejemplo, no se puede hacer humor sobre la valentía y la honestidad de Pinochet, así como tampoco ironizar sobre la cobardía o la deshonestidad del presidente Allende. No funciona. La realidad y la historia no bancan esa posibilidad. Como dijo Casimiro Casipienso, filósofo amigo: «El humor es el sentido común en plan de joda». Y Mordillo agrega: «El humor es el oxígeno de la democracia». Por ejemplo, el Carnaval es esencialmente democrático, deroga por unos días todas las leyes, escritas o no, menos una: el derecho a ser felices. Derecho consignado en la constitución norteamericana. Chile es el único país latinoamericano que no tiene Carnaval. Los estudiantes invitan todos los días, poniendo a la sociedad patas arriba si es necesario, a cursar la asignatura democrática pendiente.
Y, entonces, ¿de qué se lo puede culpar al humorista?
Quizá de esa habilidad de mezclar asuntos aparentemente inconexos. Hemos arribado a un modelo de sociedad en que la forma es más importante que el fondo, la apariencia es más importante que lo sustancial. Pero el humor se cuela aludiendo al fondo y la apariencia cae, como de nuestra piel se caen las células muertas. Caen los disfraces y la complicidad humorística e involuntaria, entre el emisor y el receptor, pone en evidencia al gato que nos estaban vendiendo como liebre. En todas partes el humor funciona así. Yo convoco a los políticos –esos encuestadependientes– a mirar el humor como un espejo que nos muestra lo que tratamos de ocultar, que evidencia nuestras falencias y nuestros errores. Ojalá ellos examinen el chiste que los incomoda y lo lean tal como analizan los sondeos de opinión.
¿Cuáles son para usted las claves del humor gráfico?
El humor gráfico se ha disparado hacia diferentes formatos y formas de contar o describir algo. Hay tanto humor como música, buena o mala, la que nos permea y motiva o la que nos resbala. Hay formatos diferentes que exigen una coda, una clave y un modo de resolver distinto. Pienso que hay que leer mucho, informarse, sobre todo para el dibujo de opinión, el que va en las páginas editoriales, ese tipo de dibujo debe ser irreprochable. Un profesor una vez nos dijo en la academia que nosotros no estábamos allí para aprender a dibujar sino para aprender a ver. Eso lo uno a Samuel Beckett cuando dijo «Mal visto, mal dicho». Quizá el humor, que es inteligencia pura, resulte del revoltijo del azar, de lo impensado, de lo irracional, pero partiendo de un pie forzado que exige un sentido.
¿Y usted cómo trabaja?
A veces tomo apuntes, bocetos, hago dibujos a mano suelta o en línea lenta buscando lo arbitrario, lo no estructurado conceptualmente, lo absurdo. Esos dibujos quedan, dan vueltas y aparecen y desaparecen de mi escritorio. De pronto encuentro la posibilidad de buscarle una salida, una variante lógica que lo explique. Hasta llegar a concretar una metáfora graficada. Este proceso puede, a veces, tomar años. Es como cuando competíamos en la escuela haciendo variantes de chistes de náufragos. Insistíamos hasta llegar a uno que faltaba.
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