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Escenas de la propuesta dancística. (Foto: María Meléndrez Parada )
C iudad Juárez, Chihuahua. 12 de julio de 2012. (RanchoNEWS).- En escena, monjes budistas vuelan por los aires y un sistema de módulos de madera, creación del escultor Antony Gormley, se hermanan con la danza, creación del coreógrafo Sidi Larbi Cherkaoui. El resultado: la reconciliación del cuerpo con el alma, el rencuentro de Oriente con Occidente. Las artes marciales rescatadas en su origen natural: la meditación. La trascendencia. Cuerpo, mente, espíritu. Una nota de la redacción de La Jornada:
La prestigiada compañía de danza Sadler’s Wells London se amplía en esta ocasión con 16 monjes budistas del Templo de Shaolin y se reduce –y, por tanto, crece más– a un solo bailarín occidental, Ali Ben Lotfi Thabet, en la obra Sutra, cuyo título lo dice todo: los discursos de Buda.
La forma es vacuidad y la vacuidad es forma.
El Palacio de Bellas Artes se convirtió, anoche y anteanoche, en un templo budista habitado por la creación artística. La diferencia entre un espectáculo y un ritual, entre un show y una ceremonia, consistió en 70 minutos de artes marciales como una manera de esos 16 monjes budistas de compartir las enseñanzas del camino que une el esplendor del cuerpo con la magnificencia del espíritu.
El consumo cultural en Occidente ha deformado los significados. Lo que hicieron en Bellas Artes estos artistas orientales fue demostrar que el dominio del cuerpo es un camino, aunado al dominio de la mente.
En escena, se desarrollan escenas independientes pero conectadas entre sí por un sentido supremo: la conexión entre cuerpo y alma está latente en todos nuestros actos. Ni las artes marciales constituyen espectáculo ni el budismo es una religión, sino una práctica.
Los monjes practican en escena la meditación budista, realizan desplazamientos vigorosos, hacen magia en la que esas 17 cajas de madera diseñadas por Gormley fungen como una esplendorosa flor de loto que abre sus brazos-pétalos a todos los seres, fichas de dominó que derriba la una a la contigua, trajes, máscaras, bañeras, embarcaciones náuticas, naves espaciales, escaleras hacia abajo y hacia arriba, porque lo que es arriba es abajo, porque la vacuidad es forma y la forma es vacuidad.
Confrontación y diálogo
El desarrollo es muy sencillo en apariencia: 16 guerreros amarillos se enfrentan a Occidente, representado por un bailarín blanco. De la confrontación pasamos al diálogo y de ahí al entendimiento, a la reunificación. A la armonía.
Eso, armonía. Por eso los bailarines-guerreros pacíficos meditan en escena por igual que realizan posiciones de combate adoptando los movimientos de la grulla, el águila, el tigre, la serpiente, el alacrán. Asanas.
El observador es conducido entonces hacia un sistema prodigioso de vasos comunicantes: la teoría del Modulor, ese sistema que inventó Le Corbusier a la medida del modelo humano, se conjuga con la antropometría, con los diseños de Escher, con el arte estatuario pero en la vertiginosa velocidad de colibrí de las artes marciales, con la sabiduría milenaria del dominio del cuerpo, de su apropiación a través de un procedimiento sencillamente poderoso: la meditación budista.
Los módulos de madera se convierten entonces en humanos, en seres vivientes y la actitud compasiva de los monjes budistas hace del todo una danza como nunca imaginaron los coreógrafos más avanzados, los científicos más estrictos, pero sí los artistas más profundos.
Sutra, la palabra de Buda. Al terminar el ritual, el coro de los cuerpos se convierte en un coro poderoso de conciencias: amor incondicional hacia todos los seres vivientes.
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