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En un mercado de abastos de Lavapiés, La Casquería, se venden libros a 10 euros el kilo. (Jorge París)
C iudad Juárez, Chihuahua. 16 de julio de 2012. (RanchoNEWS).- Librería: tienda donde se venden libros. Lo dice el diccionario de la RAE. Pero esta definición monda y lironda se le queda pequeña a un número cada vez mayor de establecimientos: ¿qué hay de las tertulias, las exposiciones, el café?, escribe Adolfina García para el portal 20minutos.es:
«Las librerías ofrecen las cosas más variopintas y originales», explica Michelle Chevalier, coordinadora de proyectos de la Confederación Española de Libreros (Cegal).
«Las antiguas se amoldan a los nuevos tiempos, porque el público está cambiando y si no le das un plus de ningún tipo siente que falta algo», cuenta Chevalier. «Y las nuevas ya han asumido que no funcionarán bien si no son innovadoras. Lo que empezó siendo un añadido es ahora una condición».
Las librerías son muy imaginativas al idear actividades para que la gente no las vea como «intimidantes templos del saber». Se organizan, claro, tertulias y presentaciones, y muchas ofrecen Internet o la posibilidad de tomarse un café mientras se husmea entre las novedades.
Pero también se hacen apuestas de lo más extravagante: «Acuerdos con bodegas para que hagan un vino relacionado con los libros y ambos negocios se publiciten el uno al otro», ejemplifica Chevalier. O «escaparates específicos para promocionar un libro en colaboración con el restaurante de enfrente, que elabora un menú sobre esa novela».
También las pequeñas
Si alguien cree que las librerías con guarnición están reservadas a grandes superficies ubicadas en grandes ciudades es porque no conoce Diagonal, la pequeña tienda que Fuencisla Valverde abrió en Segovia hace 27 años. Lo que empezó como una librería al uso –pero siempre «con un fondo editorial muy trabajado», apostilla su propietaria– ha acabado convirtiéndose en un espacio cultural más de la ciudad, con cuentacuentos, exposiciones, encuentros con editores...
El primer paso de su metamorfosis, las sesiones de cuentacuentos, fue el más duro de todos: «No podía permitirme pagar a una persona y tuve que aprender a hacerlo yo misma: me dio mucho apuro». Pero a ese paso siguieron otros: tertulias literarias, presentaciones de libros, exposiciones de ilustraciones originales de cuentos...
La enésima vuelta de tuerca llegó hace un año: encuentros entre lectores y editores. ¿Merece la pena tanto esfuerzo? Ella lo tiene claro: «Todas estas iniciativas son las que hacen que yo abra la librería cada día».
En la librería Cálamo de Zaragoza, Baco abrió sucursal hace pocos años. La Selección Vinos de Cálamo ocupa un par de estantes y ofrece unos pocos vinos escogidos de la misma forma que los libros de su fondo editorial: «Solo los que nos gustan y merecen la pena», explica el propietario, Francisco Goyanes.
Mucho más que librerías
Si a alguien le resulta extraña la venta de vinos en una tienda de libros no será a la clientela habitual de este establecimiento, que ya debería estar habituada a las 'excentricidades' de esta librería: «Nacimos hace 30 años con vocación de espacio cultural y desde el primer momento organizamos presentaciones, exposiciones... Eso entonces no era nada habitual», dice Goyanes.
«En nuestro caso, la superación del concepto de tienda tradicional responde a una vocación personal más que a una manera de atraer clientes. Pero es verdad que, por un motivo u otro, la librería de mostrador ya prácticamente no existe».
Tampoco la librería Rafael Alberti, de Madrid, es una recién llegada a la organización de eventos culturales. Abrió sus puertas en 1975 y en 2002, tras décadas de haber funcionado como librería tradicional, comenzó a organizar en su «cripta» encuentros entre autores y sus lectores.
Su responsable, Lola Larumbe, reconoce que hay un boom de «cafés-librería», pero desconfía de este fenómeno: «Lo importante de una librería es que tenga un buen fondo y unos buenos libreros capaces de manejarlo».
A diez euros el kilo de libro
Buscar fórmulas nuevas y divertidas de vender literatura también puede ser un sistema eficaz de llegar a los clientes. O eso debieron de pensar los seis artífices de La Casquería, que pese a su nombre, y a estar ubicada en un puesto del mercado de abastos de San Fernando –en el barrio de Lavapiés–, no vende higaditos y alitas de pollo, sino libros... y al peso. A 10 euros el kilo, concretamente.
La iniciativa, que arrancó en abril, ha convertido este mercado en el único donde uno puede echar a la cesta, junto al manojo de puerros y el cuarto de jamón serrano, los 171 gramos de Sin noticias de Gurb o los 258 gramos de Farenheit 451.
«Llevábamos tiempo queriendo montar un negocio de libros de segunda mano, pero los locales en Madrid eran demasiado caros», explica Raquel, una de sus impulsoras. «Cuando nos surgió la posibilidad de coger este puesto, nos pareció genial: otras tiendas del mercado venden alimentos para el cuerpo; pues nosotros vendemos alimento para el espíritu».
La presencia en Internet se ha vuelto inevitable
Un fondo editorial de calidad, atención personalizada, presencia en Internet y escaparates ingeniosos y provocadores. Estas son, a juicio de Cegal, algunas claves para que una librería funcione.
Los estudios de la confederación de libreros demuestran que también hay relación entre la organización de actividades extra y la rentabilidad de la librería. «Antes las tiendas contaban siempre con muebles anclados y fijos. Ahora se busca mobiliario flexible, para dejar abierta la puerta a organizar algo», explican los libreros.
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