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El editor español. (Foto: Bernardino Avila)
C iudad Juárez, Chihuahua. 23 de julio de 2012. (RanchoNEWS).- El tren se mueve como si quisiera encandilar al tiempo. Una idea cruza por su mente; intenta cambiar de canal en la pantalla volátil de los pensamientos. Es un viaje más de su Zaragoza natal a la Madrid que acaba de adoptar como nuevo horizonte. El joven licenciado en Filología Hispánica siente que un obstinado gusanillo familiar se despereza. El traqueteo alienta la epifanía en esa marea de viajeros indescifrable, donde la sensación de soledad en compañía se mezcla con el anhelo del porvenir. La claridad incierta y fugaz del paisaje desfila ante su mirada extenuada, esas pupilas que exhiben las huellas de una batalla feroz: corregir diccionarios parece letal para la salud ocular. El gusanillo está tan inquieto que Juan Casamayor apoya una mano en su frente, acaso intentando despejar el ímpetu de esa terca criatura. Encarnación Molina –«Encarni»– lo espera en el piso que comparten desde que se conocieron y enamoraron dos años atrás, cuando él llegó «sin un duro» a la capital española para reemplazar al anterior inquilino de una de las habitaciones. Una entrevista de Silvina Friera para Página/12:
«No te asustes –le dice con la adrenalina de quien intuye que está asistiendo a un momento que pasará a la historia–. Creo que vamos a montar una editorial». Perder el control es cuestión de un instante. «Encarni», perpleja por la confesión, dicta una sentencia cabal: «Tú estás loco». Unos meses después la locura se materializa; imposible resistir al «gusanillo de la edición», como lo llama Casamayor. En septiembre de 1999 la pareja firma el acta notarial de Páginas de Espuma, ese sello pionero que nació para diseminar el cuento, género que no se vende, según machacan las buenas y malas lenguas.
El primer título, Escritos, de Luis Buñuel, salió en febrero de 2000, en coincidencia con el centenario del nacimiento del cineasta. Las páginas y la espuma fueron creciendo al calor de un catálogo que cuenta en su haber con más de 230 títulos publicados, con muchos autores argentinos como Luisa Valenzuela, Eduardo Berti, Andrés Neuman, Ana María Shua, Raúl Brasca, Gustavo Nielsen y Clara Obligado; y varios latinoamericanos entre los que se destacan el peruano Fernando Iwasaki, long seller del sello con su Ajuar funerario, que lleva vendidos unos 60 mil ejemplares –fenómeno que puede atascar la mandíbula de unos cuantos lectores desconfiados ante la magnitud de la cifra–; y los mexicanos Paola Tinocco, Ignacio Padilla y Jorge Volpi, entre otros. El nombre de esta editorial precursora en el cuento –recién en 2004 apareció Menoscuarto, también en España– viene de los versos de un poema de Luis García Montero: «El mar/ que se cierra y se abre/ como un libro con páginas de espuma». Esta pequeña aventura, este afán de inocular el «síndrome de Chéjov», ya tiene una facturación americana que oscila entre los 800 y 900 mil euros. La editorial ha ganado espalda y musculatura para pilotear la galopante crisis española, que cabalga de ajuste en ajuste. Desde 2008 hasta el 2011, la caída de las ventas de libros ha sido del 18 por ciento en euros constantes, y podría incrementarse en un 10 por ciento, si se cumplen las previsiones que ha realizado la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE).
«La crisis del paradigma del libro se está dando en paralelo al libro digital que está surgiendo, que todavía no es relevante pero ha venido para quedarse –plantea Casamayor en la entrevista a Página/12–. Estamos distribuyendo y vendiendo libros como a finales de los ’60, en España y en general en todo el mundo. En España la red de distribución es más compleja y difícil; no es el sistema depurado alemán, que converge en un par de grandes distribuidores y la reposición de libros es tan rápida como la de medicamentos en farmacias. En el paradigma del libro estamos buscando todavía un eco que el editor debe trasladar para que el lector se informe. Luego hay un cambio de consumo y de hábito. Las librerías independientes tradicionales tienen que cambiar su hábitat, su forma de trabajar. Ya no alcanza con quedarse detrás de un mostrador porque el cliente ocasional está yendo a otros lados. Pero hay que volver a traerlo a las librerías con una gestión que pasaría a ser como una suerte de motor: ‘Tengo una comunidad, luego edito. Tengo una comunidad, luego puedo vender libros’».
La música y el cine ya no se mueven con los modelos que tuvieron en décadas pasadas. El libro impreso, en cambio, sigue anclado aún a un modo de ser y de estar un tanto obsoleto. ¿Por qué «atrasa» el libro?
Primero deberíamos pensar en el marco del libro y en sus raíces. El cine es un invento que tiene unos cien años y la música comercializada como tal puede tener 70 u 80 años, ¿no? El libro se lleva comercializando desde hace varios siglos. Y tiene algo intrínseco que posiblemente no tengan otros canales culturales. Lo que más mueve un libro, más allá de todo el esfuerzo promocional que se pueda hacer, es el boca en boca entre los lectores. Ese boca en boca únicamente reside en la lectura. Y la lectura lleva su tiempo; es un caldo lento. En una sociedad que corre hacia el vértigo, hacia la aceleración, hacia los cien metros lisos, correr tres mil metros de obstáculos, que es el tiempo que necesita el libro, es una contradicción pura y dura. Claro que los medios comerciales se pueden mejorar. Se ha hecho mucho. El canal de información que hay entre distribuidor, editor y librería a nivel informático es extraordinario.
Pero en un momento la industria del libro se desquició y puso en circulación una oferta que no tiene una demanda real. Nadie o casi nadie va a producir equis cantidad de coches si no los va a vender. El libro debería funcionar de la misma manera, pero los grandes grupos lanzan una serie alocada de novedades que no encuentran sus lectores. La crisis del paradigma del libro, ¿traerá una suerte de saludable ecología respecto de la cantidad de títulos publicados?
Sí, y el primer síntoma es la reducción de las tiradas, no así tanto de los títulos, que es lo que llama la atención. Nunca se había leído tanto en España; los índices de lectura mejoran año tras año. Pero lo que sucede con el libro se parece a la «burbuja inmobiliaria». Hay una burbuja bibliográfica-editorial que no es sostenible. ¿En qué redunda esto? En un retirar continuo de los libros en las librerías, que está en contra del hábito de lectura. A esto se suma que ha habido unas políticas enloquecidas, como tú dices, sobre todo de los grandes grupos. Pero nadie está exento de haber participado en esta burbuja; desde los pequeños a los grandes, todos hemos colaborado a que haya más de 100.000 nuevos ISBN al año en España. Desde un pequeñito ayuntamiento en un pueblo de Extremadura hasta Planeta; de un libro digital a un libro de bolsillo. Todo ha sumado para que haya una oferta que está muy por encima de la demanda. La industria del coche es un ejemplo que me viene muy bien. ¿Cómo se venden los coches? Los concesionarios piden los coches que quieren. Y son en firme. Por el sistema que tiene, en el mundo del libro tú produces –y puedes hacer todos los ejercicios y análisis previos que quieras–, pero el librero devuelve. No compra en firme. Con esto no quiero decir que el librero tenga la culpa, sino que el sistema favorece la edición por encima de tus posibilidades, para garantizar una mínima colocación y visibilidad. ¿Pero qué supone esto? Que te comes ejemplares y que el que gana es el transportista que los lleva. El libro está sometido al «síndrome del chicle o goma de mascar»: va y vuelve; se estira. Tenemos una distribución obsoleta.
¿Por qué en general tienen mejor espalda para aguantar la crisis las editoriales independientes, pequeñas o medianas?
La especialización te garantiza un lector preparado que no va a renunciar a la compra de libros, y que sigue siendo visitante frecuente de librerías. A Páginas de Espuma con el cuento le pasa eso; enhorabuena la elección se hizo con un género que en principio parecía imposible. Esto me ha traído lectores fieles y también autores latinoamericanos que me han llevado a distintos países. Ahora que está siendo complicado vender en España tengo una facturación americana que a la editorial le viene muy bien. México es uno de los países más importantes para Páginas de Espuma; estamos imprimiendo mucho y tenemos un acuerdo de coedición con Colofón. En México estamos imprimiendo unos diez libros al año. También nos va bien en Chile y en Perú. En Argentina estamos publicando unos cuatro títulos al año...
Es bajo si se lo compara con México...
Si, por eso estoy aquí, porque tengo deberes pendientes con la Argentina para mejorar un sistema que no he acertado a desarrollar bien. Empecé a distribuir acá en 2002 y hemos avanzando progresivamente. Creo que vamos a más y para mejorar indiscutiblemente yo tenía que estar aquí por lo menos un mes. Tengo que respirar lo que respira el lector aquí, tengo que comer lo que come el lector aquí, tengo que estar en las librerías y ver qué miran los lectores, qué compran; y tengo que oír las críticas de los libreros para enseñar mis libros y dirigirlos bien. Lo que más tengo es autores argentinos: Clara Obligado, Andrés Neuman, Eduardo Berti, Raúl Brasca, Ana María Shua, Gustavo Nielsen, Luisa Valenzuela... Está dentro de la esencia de una editorial dedicada al cuento publicar a autores latinoamericanos. Y eso que ahora hay excelentes cuentistas en España y hay escritoras especialmente excepcionales como Patricia Esteban Erlés, que es una (Silvina) Ocampo total. Ahora le vamos a publicar un libro de microrrelatos, Casa de muñecas, que es una casa de muñecas con diez habitaciones y cada habitación tiene diez cuentos, en un mundo donde convergen el miedo infantil, el terror, el mundo de Tim Burton, el de la fotografía y la pintura.
¿Cuál es el plan de trabajo que tiene para Argentina, aumentar la cantidad de títulos que imprimiría acá?
Una línea es la promocional y comercial y la otra la literaria. En cuanto a la literaria, seguro que bajo el brazo me llevaré de regreso algún manuscrito porque de hecho ya he tenido citas con varios autores. Me gustaría incrementar el número de títulos, quisiera que fuera similar al de México, unos ocho al año. Y no sólo publicar autores argentinos, sino algo de ensayo, porque veo que aquí hay alguna sensibilidad especial para el ensayo.
Un latiguillo frecuente, dicho por muchos editores, es que los libros de cuentos no venden. ¿Qué diría para desmontar este «mito» o prejuicio?
El primer hecho incontestable es que trece años después una editorial que empezó partiendo de una pareja que decide buscar un hueco muy especializado ya no es una editorial pequeña por facturación. Páginas de Espuma está facturando en torno a los 800 y 900 mil euros; es una facturación fuerte. Las cifras son públicas. Los libros de cuentos se venden. Otra cosa es que se quiera vender cuentos. Si partes de la filosofía que el libro de cuentos es un descanso de novelista o una cláusula de un contrato, el posicionamiento ya no comercial sino editorial es endeble para vender el libro. Yo hago giras en España por catorce ciudades con un libro de cuentos. Además tenemos un premio de 50.000 euros al mejor libro de cuentos que compite con cualquier premio de novela. Claro que para esto me busqué a alguien que tuviera la plata para poder financiarlo. Ribera del Duero está muy contenta con este premio porque ha posicionado su marca de origen de un vino en un mundo cultural que les ha interesado mucho. No tengo otra vía de ingresos. Aunque mis padres son médicos, soy un poco espartano. Y si bien me dieron un poquito de dinero para arrancar con la editorial, vivo exclusivamente de lo que dan los libros. Algo tiene que vender el cuento para mantener Páginas de Espuma, ¿no?
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