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La escritora brasileña. (Foto: Archivo)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 9 de octubre de 2013. (RanchoNEWS).- La sombra de Antonio Machado de Assis se extiende gradualmente por Brasil. Cien años después, su obra sigue designando sucesores e inoculando a los autores contemporáneos. Machado de Assis enseña, como el más moderno de los escritores, a entablar la batalla a favor de la obra literaria.
Su legado defiende una estética compatible con la vocación atlántica de Brasil y promueve un repertorio que instaura nociones procedentes del Instinto de nacionalidad, el ensayo publicado en 1873 que establecía los fundamentos estéticos relativos a la soberanía de la lengua y la temática asociada a la psique nacional.
Por tanto, la doctrina machadiana, al escudriñar el misterio de la lengua, exige del escritor la función de intérprete narrativo. Esta herencia, que impidió la ruptura de la línea sucesoria, destacó a lo largo de los años a autores de la Semana de Arte Moderno, de 1922, con Mário de Andrade a la cabeza; de la década de los treinta, denominados «Los del Norte», con Graciliano Ramos al frente; de raíces católicas, como Cornélio Pena; de autores de los sesenta, como Guimarães Rosa y Clarice Lispector; todos ellos una entidad que transgredió normas para ajustarse a la evolución de las matrices de la tradición brasileña y occidental.
El muestreo, que procede de esta lista, señala a escritores contemporáneos con tendencias singulares y dispares. Un examen superficial indica la tendencia de los jóvenes autores a adoptar estéticas de matriz globalizante, que se confunden con otras artes, como las visuales, la música y el cine; una serie de experimentos que, siguiendo una espiral creativa, capta los ruidos procedentes de la cultura pop y se rinde a una cierta uniformidad determinada por el universo globalizado. De esta convivencia resulta un cosmopolitismo que ha ido abandonando poco a poco la materia prima regionalista, de acentuado matiz en Brasil, a favor de la exaltación urbana con menor densidad mítica.
No obstante, comparar valores cualitativos sin enunciar al canon es arriesgado. Sin embargo, es necesario señalar la inclinación de la actual producción literaria a vincularse al discurso radical de la modernidad conforme le hace la exégesis y a adherirse a movimientos arraigados en las metrópolis extranjeras que determinan el grado de aprobación literaria. Ello lleva a ciertos autores a someterse a estéticas internacionales, en perjuicio de las propias opciones creadoras, y a las creaciones de carácter instantáneo que retratan una realidad concebida con arreglo a los acontecimientos recientes. Y todo por la presión de un mercado duro que, al asumir un papel mentor, impone rumbos creadores, infunde en los autores el temor a que les decreten la obsolescencia prematura y a que, en consecuencia, los conduzcan a renunciar a ese aprendizaje que un día podrá llevarlos a alcanzar la plenitud creadora.
Con esa angustia, al autor contemporáneo, brasileño o no, se le pide que produzca un lenguaje que coincida con lo que se hace, por ejemplo, en Nueva York. ¿Da ello margen para indagar si es viable situar Nueva York en Rio de Janeiro, si el estándar de Brasil se considera periférico? No obstante, es un hecho que distorsiona la visión de la trayectoria individual y perjudica a una cultura que, en conjunto, aspira al reconocimiento sin dar la espalda a Brasil. Pero, ¿cómo conciliar una obra en marcha con los centros internacionales que exigen al autor una definición estética contraria a su formación intelectual?
Así y todo, la palabra se produce en Brasil. Los códigos literarios, absorbidos por el tejido de la creación literaria, se acomodan cada vez más en el perímetro urbano, en la polis que se convierte en el epicentro ficcional. Pero ya no prevalece como antaño la hegemonía literaria del eje São Paulo-Rio, que obligaba al escritor a que abandonara el campo con los posibles perjuicios para sus postulados estéticos. Ahora puede instalarse donde quiera y consolidar su aventura narrativa.
No obstante, la literatura brasileña, hecha por los vivos, revisa frecuentemente las bases de sus estatutos. Confía en que la invención interpretativa de la realidad atraviese la jerarquía social, al tiempo que anuncia en la obra la modernidad de los sentimientos de los que Machado de Assis fue maestro. Y da pruebas de que sabe que el lenguaje es la protección de las acciones humanas y que, como seres de su época, (los escritores) deben resistirse al cosmopolitismo artificial y defender una visión crítica con la que averiguar quiénes somos, si por casualidad su proyecto literario representa el punto de apoyo de su creación.
Así, el actual arco creador, al representar las instancias de la vida, estampa en la obra de estos tiempos el drama de la narrativa que viene desde Homero. Y mientras Machado de Assis, en el pasado, hizo de Rio de Janeiro la metáfora de Brasil, el autor contemporáneo, como sus antecesores, moldea su ingenio literario con el fulgor de la ilusión. Se circunscribe al lenguaje y a la visión que tiene del mundo y de Brasil.
Escrito publicado originalmente en El País
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