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Blanco y negro, 2009 148 x 71,1 cm. (Foto: Jordi Socías)
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iudad Juárez, Chihuahua. 6 de junio de 2014. (RanchoNEWS).- A Jordi Socías (Barcelona, 1945) no le para nada. Ni sus casi 70 años, ni el hartazgo que sería comprensible tras más de cuatro décadas como editor y fotógrafo en semanarios, diarios y revistas. Lo único que ha conseguido pulsar el pause de este hombre criado en el rock&roll son dos muletas. Aún las luce, dos meses después de una desafortunada caída en un autobús turco cuando trabajaba en un reportaje sobre Sarajevo publicado el pasado mayo en EL PAÍS. Pero apenas ha habido reposo: en estos dos meses se ha dedicado a preparar la exposición inaugurada el 5 de junio en la madrileña galería Fernández-Braso, y que permanecerá hasta el 12 de julio en el off del festival PhotoEspaña. Una excusa para indagar en sus archivos y sacar a la luz algunos de sus trabajos más conocidos y un puñado de fotos olvidadas. Una nota de Clara Morales Fernández para El País:
Unos archivos, por cierto, poco voluminosos. «De esa imagen [señala una fotografía vertical de la Gran Vía iluminada en la Navidad de 2002] solo habrá cinco o seis tomas. Si tengo claro lo que quiero, lo hago en seguida». Ese es uno de sus trucos para desaparecer en medio del bullicio de la ciudad, su hábitat natural. Sus instantáneas de anónimos en la calle, en el metro, marquesinas de autobús y terrazas, que parecen haber sido tomadas en una misma ciudad interminable («Como París, que no se acaba nunca»), quizá no sean sus trabajos más célebres. Comparados con sus retratos de Salvador Dalí o Pedro Almodóvar, desde luego, son inexistentes. Pero revelan la mirada del fotógrafo sin que este sea eclipsado por el protagonista de la imagen.
«Me hace gracia ver mi nombre ahí, al lado de eso de ‘Galería de arte’. Pero si creen que lo que hago encaja ahí, yo encantado», dice Socías, sorprendido por la idea de ser visto como un informador, y abrumado por enmarcarse en la misma categoría que sus maestros. El fotógrafo nombra como referentes a Man Ray y a Cartier-Bresson como si sus visiones del arte (puesta en escena versus contemplación de la realidad) no hubieran causado batallas entre dos estirpes de creadores. Lo que él hace bebe de ambos sin complejos. «Lo que sé de esto lo he aprendido viendo fotos», asegura este autodidacta que acabó con una cámara en la mano gracias a un curso por correspondencia. Por eso su mirada («veo lo que los demás no ven») se enmarca sin prejuicios entre «la calle como puesta en escena» y «el territorio de la observación».
La última vuelta de tuerca ha sido añadir su experiencia como editor al cóctel de fotografías urbanas, de arquitectura, de viajes, retratos e intimidades varias («esa es de una novia que tuve», dice señalando un retrato) que componen la muestra. Su último trabajo consiste en unir dos fotografías que, juntas, cobran un sentido nuevo. «Es como hacer dobles páginas, en realidad», admite, refiriéndose a su trabajo en publicaciones como Madrid me mata o, desde 1997, El País Semanal. En este caso, la foto de una escultura a partir del diván de Sigmund Freud se une a la imagen de un árbol retorcido y alumbrado por una luz artificial en mitad de la noche para dar lugar a Freud, una composición fechada en 2012 pero formada a partir de imágenes anteriores. La clave, asegura, «no es lo que hay, sino lo que estás soñando en esa fotografía».
En este «paseo visual por el territorio de la observación» apenas hay sitio para la actualidad Sacada de contexto, la imagen del escritor y periodista Juan José Millás en la gigantesca cloaca japonesa del proyecto del río Edogawa parece una catedral gigantesca. Las gentes de las calles de Montevideo charlan ajenas a la entrevista de Millás con el presidente Mújica que también retrató Socías. Y, en una salita, cuatro imágenes tomadas durante la Transición, desde un grupo de viandantes con el puño alzado a dos militares durante el golpe de Estado del 83. «Tengo la suerte de haber vivido ese cambio. Era de una intensidad apasionante. Ahora, en comparación, todo se ve un poco descafeinado. Aunque quién tuviera 25 años para descafeinarse por ahí…», sueña el fotógrafo. Y le brillan los ojos de tal forma que casi se diría que los tiene.
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