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Detalle de la fachada-códice del Templo del Hospital de Naturales, ubicado en Acámbaro, Guanajuato, construido por franciscanos. Manos indígenas tallaron estrellas y símbolos que representan la concepción mesoamericana del universo. (Foto: Leonardo Amezcua)
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iudad Juárez, Chihuahua. 22 de agosto de 2014. (RanchoNEWS).- Como un extraordinario hallazgo califica el arquitecto Leonardo Amezcua, investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) Centro Guanajuato, la localización de un códice mesoamericano que representa la concepción del universo prehispánico, sobre la fachada de un templo católico del siglo XVI, construido por la orden de los franciscanos, asentado en Acámbaro, en ese estado. Una nota de Carlos Paul para La Jornada:
En charla con La Jornada, Amezcua detalla los trabajos de investigación y características del códice.
Se trata, afirma, de un «hallazgo único en América», que rompe con ciertos paradigmas propuestos por los especialistas y permite establecer que el sincretismo religioso en el siglo XVI, no sólo se sustentó en la destrucción.
Lo que hace todavía más impresionante ese descubrimientoo, añade, «son sus colosales dimensiones, el hecho de que hasta hoy no se había documentado la existencia de una fachada-códice sobre un templo católico y que la traza de su ubicación está relacionada con la de Teotihuacán y la veneración al Sol».
Hablamos del Templo del Hospital de Naturales, construido entre 1529 y 1532, considerado el edificio más antiguo del estado de Guanajuato, ubicado en la ciudad de Acámbaro.
Cielo, tierra e inframundo
Como parte de la fachada, el recinto contiene gran cantidad de estrellas y símbolos, los cuales se aprecian en distintos niveles o estratos.
Hasta hace algunos años, especialistas e historiadores del arte, «sencillamente decían que era un típico tapete decorativo, que fusionaba algunos elementos de la tradición mesoamericana con elementos católicos», explica Amezcua.
«Sin embargo –continúa el especialista–, empecé a realizar un breve estudio sobre el significado que tenían las estrellas y otros astros para los antiguos pueblos mesoamericanos, ya que de acuerdo con información previa, se sabía que esa fachada había sido tallada por mano indígena».
Como resultado de la investigación, explica Leonardo Amezcua, «pude localizar que lo que se aprecia sobre el muro, no es otra cosa que la representación plena y premeditada, en este caso por los misioneros franciscanos, del códice sagrado que representa el concepto del universo prehispánico, con sus tres grandes partes: el cielo, la tierra y el inframundo, el cual tiene una medida aproximada de ocho metros de ancho y 12 de altura».
De acuerdo con el especialista, «la investigación ya fue avalada por el INAH-Guanajuato».
Ese estudio, prosigue, se sustenta en el texto localizado en la Universidad de Alicante, España, en el cual se menciona: «Los antiguos pueblos mesoamericanos, entre ellos los aztecas, concebían al universo compuesto de tres partes: el cielo, la tierra y el inframundo.
«A la Madre Tierra se le representaba como un enorme disco. Y se creía que este disco estaba situado en el centro del universo, y el mismo estaba rodeado por un anillo de agua que lo unía con el cielo.
«El cielo a su vez se componía según la cosmovisión azteca, de 13 niveles, en forma piramidal, que servían de morada a los dioses. Los primeros cuatro niveles constituían el llamado Teteocán, que estaba ocupado por las tormentas, la luz del Sol, el firmamento, la Luna y demás manifestaciones de la naturaleza.
«Los siguientes nueve niveles se conocían con el nombre de Ilhuicatl, donde se encontraba la morada del Dios Rojo de Fuego, el lugar del Dios de la Estrella Blanca del atardecer y el Dios Amarillo del Sol y así... hasta llegar al treceavo nivel que era el más elevado, donde reinaba en la eternidad el Dios Ometecuhlti, el Supremo Creador. Y debajo de la tierra existía el inframundo que se componía de varios niveles, pero de número inferior al cielo. En total eran nueve niveles que eran conocidos con el nombre de Mictlán, el lugar de los muertos. En el nivel inferior tenía su morada el Dios Mictlantecutli, que era el Dios de la Muerte. Y así las almas de los muertos luchaban, a través de los inframundos hasta llegar al noveno y último nivel, donde el alma podía descansar para siempre en la eternidad».
Dicha información se apega a la fachada estudiada en Acámbaro, concluye Amezcua. También se descubrió que el referido templo «esta construido sobre lo que fue un antiguo basamento piramidal, lo que antes se ignoraba. Asimismo, se identificó que el templo católico y el punto medio de dicha fachada-códice coincide y se encuentra sobre un eje que marca –cada 14 de febrero– el nacimiento del Sol, el inicio y el fin del año agrícola mesoamericano.
«Aunque el Códice fue plasmado casi en su totalidad –aclara el arquitecto–, se omitió por parte de los misioneros la representación del inframundo, ya que suponemos, creyeron que era una parte oscura, además de no existir ese concepto del universo, dentro de la idea que los europeos tenían del mismo.»
Respecto del eje y de manera perpendicular, explica Leonardo Amezcua, se pudo localizar también una calzada norte-sur, que atraviesa Acámbaro, de 60 metros de ancho y cuatro kilómetros de longuitud; de tal suerte que se descubrió que esá localidad está constituida sobre lo que es una traza mesoamericana, que si se compara con Teotihuacán, se aprecia que es similar con la traza de la Calzada de los Muertos.»
La región de Acámbaro estuvo habitada por la antigua cultura chupícuaro de la cual, comenta, «se desconocía que existiera un centro ceremonial de esta magnitud y características.
«Ello nos indica que el Templo del Hospital de Naturales está ubicado exactamente en un punto estratégico de tipo astronómico, el cual fue perfectamente trazado por los pobladores originarios de estas tierras muchos siglos antes de la llegada de los conquistadores españoles.
«Y que el basamento prehispánico estuvo dedicado a venerar al Sol, ya que ese astro era la deidad principal de los antiguos pueblos chichimecas y tarascos de esta región, al que llamaban Curicaheri el gran luminar.»
Para Amezcua, todo ello significa que «el sincretismo religioso en esta región, no sólo se abocó en representar un códice en la fachada de un templo, sino que respetó exactamente la orientación que tenía la antigua pirámide. Estamos hablando de una fusión o sincretismo inusitado, pues en esa fachada-códice del templo católico están representados Huichilopoztli y Quetzalcóatl, por ejemplo».
Como un dato más, concluye el especialista, «el códice guarda una cierta relación con el ayate guadalupano, pues ambos tienen muchos elementos en común, aunque plásticamente sean diferentes. Si recordamos fechas, el templo fue construido entre 1529 y 1532, mientras las apariciones fueron en diciembre de 1531, lo que demuestra que ambos códices son contemporáneos y manejan la misma idea conceptual».
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