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viernes, agosto 08, 2014

Libros / España:«Boxcar Bertha. Autobiografía de una hermana de la carretera» de Bertha Thompson

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Dos trotamundos.  (Foto: Dorotea Lange)

C iudad Juárez, Chihuahua. 7 de agosto de 2014. (RanchoNEWS).-Viajaban como polizones en trenes de mercancías o se echaban a la carretera como nómadas. Apenas llevaban unas monedas en los bolsillos, trabajando en campos o manufacturas hasta ganar un poco de dinero que les permitiese seguir saltando de ciudad en ciudad. No les importaba lo que dijesen de ellos ni que la mayoría les viese como pordioseros. Su única premisa era vivir todo tipo de experiencias mientras recorrían Estados Unidos de costa a costa. Eran los hobos, verdaderos trotamundos que formaron el primer gran movimiento contracultural norteamericano, una fuente de inspiración para activistas, intelectuales, escritores, músicos y pintores durante el siglo XX. Una nota de Fernando Navarro para El País:

Jack Kerouac o Woody Guthrie nunca se hubiesen lanzando al camino con tanta determinación para narrar sus vivencias en sus libros y canciones, respectivamente, si antes no hubiese existido la legión de los hobos, que formaron una sociedad paralela, retirada de los preceptos, los convencionalismos y las normas oficiales. En palabras de Ben Reitman, su máximo representante: «Llegaban sucios, desaliñados y con los pies doloridos pero siempre traían consigo la alegría de una vida despreocupada y alejada del resto del mundo». Su testimonio se recoge en el trepidante relato vital de Bertha Thompson, una mujer hobo que fue prostituta, ladrona y trabajadora social, entre otras muchas cosas, protagonista del libro Boxcar Bertha. Autobiografía de una hermana de la carretera, publicado en 1937 y traducido ahora en español por la editorial Pepitas de Calabaza.

La hobohemia surgió en Estados Unidos como un fenómeno social a finales del siglo XIX, poco después de la Guerra de Secesión. En los albores de una nueva nación en construcción, que se iba a disparar hasta convertirse en la primera potencia mundial, el movimiento de los hobos fue el reverso del mito de la frontera y la conquista del Oeste, como Charles Chaplin dejó constancia en películas como La quimera del oro en 1925. Estaba formado por migrantes de interior, incluyendo a los vagabundos (tramps) y a los holgazanes (bums), que se dedicaban a recorrer el país de costa a costa. Al igual que existían los fenómenos migratorios de los alemanes o los escandinavos en las metrópolis de la industria maderera, los polacos de Chicago, los italianos de Nueva York o la Costa Este o los afroamericanos del sur, que partían a las ciudades industriales del norte, estaba este movimiento exclusivamente de población blanca. Pero su peculiaridad radicaba en que los hobos eran potencialmente incontrolables y se negaban a dejarse capturar por ninguna forma de adhesión.

Con su base en Chicago, una ciudad que a principios del siglo XX mostraba más convulsión social que Nueva York o San Francisco, la hobohemia se solapa con la agitación del movimiento obrero estadounidense, haciendo que adquiriese conciencia como una auténtica contrasociedad con sus saberes y su jerga. El propio Reitman, considerado como el rey de los hobos, pasó su infancia en Chicago, entre su madre y las prostitutas del cercano barrio de la estación a las que dominaba Al Capone. Fue en esa ciudad, por donde pasaban unos 200.000 hobos cada año, donde conoció a la anarquista Emma Goldman, pionera en la lucha por la emancipación de la mujer. Ambos tuvieron una relación que duró años.

El modo de vida que Reitman relata en su libro a través de Bertha Thompson era una alternativa social ante el imparable progreso del capitalismo como orden económico. Era una forma de resistencia. El vagabundeo premeditado suponía un deber solidario para aliarse con los más necesitados, una manera de ir más allá en la lucha contra los poderosos y los patrones que ya imponían jornadas laborales excesivas, explotaban a los trabajadores o echaban a los ganaderos de sus campos por el desarrollo industrial. De hecho, Reitman, como tantos hobos, rechazaba a los que llamaba «radicales de café» que con facilidad se podían ver en los barrios bohemios de Nueva York o San Francisco.

Los hobos, que podían constituir en torno al 5% de la población activa del país, representaban de alguna forma ese ejército industrial en la reserva al que se refería Karl Marx en su crítica a la economía política en su obra El capital. Aunque se les podía ver trabajando en los campos, las fábricas o las vías ferroviarias, siempre estaban de paso, durmiendo en campamentos provisionales o dormitorios comunitarios y poniendo en práctica los versos de Walt Whitman, al que leían cada día, en su poema No te detengas. Este movimiento, que se extendió hasta el Medio Oeste y el Oeste norteamericano, fue posible gracias, especialmente, al ferrocarril, tal y como se recoge en algunos pasajes de Boxcar Bertha: «Para llegar desde Nueva York hasta Little Rock se habían encaramado al techo de un coche cama del tren de pasajeros más rápido, aprovechando que este se encontraba parado en la estación. Habían hecho todo el viaje tumbadas boca abajo, sujetas a los bordes del vagón con los brazos en cruz y con los pequeños conductos de ventilación entre las piernas para evitar salir despedidas… Ponían en riesgo su vida en el camino».

Pasajeros clandestinos, viajeros de carreteras secundarias, pobres entusiastas, revolucionarios morales, este ejército de trotamundos entró en declive cuando la red ferroviaria dejó de extenderse pero, sobre todo, tras el crash económico de 1929. Con la Gran Depresión, los hobos dejaron de ser una reserva para convertirse en un desecho más de la enorme población de excluidos del capitalismo. Las carreteras se poblaron entonces de los migrantes a los que se refiere John Steinbeck en su novela Las uvas de la ira. Ya no había vagabundos radicales en lucha contra una sociedad, viajando en trenes o haciendo autoestop, sino familias enteras que cogían el coche y partían con sus trastos a la tierra prometida de los naranjos de California. Pero el romanticismo de estos primeros hermanos de la carretera no desaparecería. La experiencia colectiva de los hobos, como los más fieles embajadores del envés del sueño americano, inspiraría a cantautores del folk más aguerrido como Woody Guthrie, Pete Seeger o Bob Dylan, que les dedicaron canciones. O a la generación beat de Jack Kerouac y Allen Ginsberg, incluso a los hippies y el movimiento punk, en una forma más individual y urbana.



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