.
Sede de la Fundación Maeght, obra del arquitecto Josep Lluís Sert. (Foto: Archivo)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 4 de agosto de 2014. (RanchoNEWS).- Sí, querido Joan, construiremos un lugar único en el mundo, que permanecerá en el tiempo y en las conciencias como el testimonio de nuestra civilización que, a través de las guerras y de los cambios sociales y científicos, habrá dejado a la Humanidad uno de los más puros mensajes espirituales y artísticos de todos los tiempos», escribió Aimé Maeght a su amigo Joan Miró en agosto de 1939. «Son esos testimonios los que quiero hacer perceptibles para las generaciones que nos seguirán y enseñar a nuestros nietos que, en esta época materialista, la inspiración sigue presente y muy eficaz gracias a hombres como nosotros». Una nota de Juan Manuel Bellver para El Mundo:
Ese lugar «único en el mundo» al que se refería el galerista parisino en su carta al artista español se llama hoy Fundación Maeght y celebra durante todo este año su 50 aniversario repasando su historia a través de la obra de los creadores que han pasado por allí. Tras la muestra consagrada al arquitecto catalán Josep Lluis Sert, que diseñó este espacio insólito en la Costa Azul francesa, Face à l'oeuvre es la segunda de las tres exhibiciones con que el director actual de la Maeght, Olivier Kaeppelin, ha querido honrar medio siglo de compromiso con las artes de vanguardia.
«Ceci n'est pas un musée» («Esto no es un museo»), proclamó André Malraux, parafraseando quizá el famoso cuadro de René Magritte Esto no es una pipa cuando, en su condición de Ministro de Cultura del general De Gaulle, vino a Saint-Paul de Vence (Alpes Marítimos), en el verano de 1964, para inaugurar las espectaculares instalaciones. «Aquí se ha intentado algo que no se había intentado nunca: crear instintivamente y desinteresadamente un universo en el cual el arte moderno pueda tener su sitio y ese otro mundo que antaño se llamaba lo sobrenatural».
Las palabras del autor de La condición humana siguen hoy más vigentes que nunca en lo que concierne a este lugar mágico, alejado del tiempo y del espacio, escondido entre pinos y lavandas en un terreno de seis hectáreas en una colina del arrière-pays niçois al que acuden en peregrinación cada año más de 200.000 devotos. No es para menos, ya que la fundación -la primera declarada de interés público en Francia- es un proyecto romántico, humanista y absolutamente utópico que sobrevive sin financiación pública ni mecenazgo privado directo, gracias a la venta de entradas, catálogos, postales, carteles y litografías, objetos que proporcionan el 80% de los ingresos.
«Marguerite y Aimé Maeght lo concibieron como un espacio en el que acoger a sus talentosos amigos y exponer unas obras creadas muchas veces in situ», recuerda Kaeppelin. El matrimonio acababa de enterrar a su segundo hijo, Bernard, fallecido tempranamente en 1953, y decidió trasladarse al sur para cambiar de aires. Con el objeto de superar el mal trago, Georges Braque y Fernand Léger les animaron a poner en marcha este proyecto.
«Cuando Braque vino a verme a Saint-Paul, un mes después de la muerte de nuestro hijo, yo estaba profundamente desesperado», contaría más tarde Aimé Maeght. «Si tienes tantas ganas de hacer algo al margen del comercio del arte, hazlo aquí. Crea un lugar sin ánimo de lucro que nos permita a los artistas exponer en las mejores condiciones de luz y de espacio. Hazlo y yo te ayudaré», le exhortó Braque. El resto es historia.
«Estaremos todos juntos y ocurrirán cosas», le dijo un día Aimé a Joan Miró. La idea inicial era de la hacer un 'village' privado para artistas, pero el genio surrealista convenció al marchante de que lo mejor sería hacer un centro de arte público con casas de invitados anexas. Una vez de acuerdo, tan sólo hacía falta encontrar al arquitecto que fuera capaz de dar forma a ese sueño.
Fue precisamente Miró quien recomendó a Josep Lluis Sert, que en 1956 había diseñado el taller del artista en Palma de Mallorca. Los Maeght acudieron a la isla para visitar el edificio y quedaron impresionados por el racionalismo «sureño y mediterráneo» y el compromiso con el entorno que ponía en sus planos este discípulo aventajado de Le Corbusier. «Sert fue un arquitecto muy pegado a la tierra. Siempre estuvo más cerca de los creadores que de la industria. Nunca olvidó el factor humano», explica Kaeppelin. «Por eso era obligatorio, al festejar los primeros 50 años de vida de la fundación, dedicar la exposición inicial a El arte y la arquitectura de Josep Lluís Sert. Teníamos que rendir tributo al hombre que inventó este espacio dedicado a la innovación, el diálogo y la armonía.»
Luz mediterránea
Un recorrido por este enclave permite apreciar la pasión que el hacedor del Pabellón de la República Española en la Exposición Universal de París (1937) puso en este encargo que marcó un antes y un después en su carrera. Exiliado en Estados Unidos, donde terminaría siendo decano de la Facultad de Arquitectura de Harvard, Sert concibió en las afueras de Saint-Paul de Vence un conjunto de edificios de ladrillo, piedra y hormigón interrelacionados entre sí, diseñados para que un sistema de claraboyas y ventanas cenitales permitiera iluminar las salas y las obras expuestas con la luz natural del Mediterráneo.
El complejo arquitectónico se completa con el patio de Giacometti, el laberinto de Miró, los murales de Chagall y Tal Coat, la fuente de Bury, la vidriera de Braque y una biblioteca de más de 20.000 volúmenes. «En su momento, las autoridades locales nos negaron el permiso para construir. No les hacían gracia el proyecto ni los planos de Set. Tuvimos que recurrir a Malraux», evoca Kaeppelin. «15 años después, cuando quisimos hacer una ampliación, el alcalde nos denegó el permiso. Ahora estamos pendientes de que Adrien -el hijo de Marguerite y Aimé- venda una escultura de Calder para construir debajo del patio Giacometti una sala polivalente subterránea en la que acoger una programación de vídeo y teatro, pero también eventos privados que nos ayuden a sobrevivir».
«Ni museo, ni centro de arte», como dijo en su día Malraux, la Fundación Maeght ha sido, durante este medio siglo de actividades, mucho más que un espacio expositivo, ya que la capacidad de convocatoria del matrimonio durante sus años gloriosos -ella murió en 1977 y él, en 1981- atrajo durante décadas a este rincón perdido de la Costa Azul no sólo a sus íntimos Miró, Calder, Braque, Chagall, Léger, Giacometti o Chillida, sino también a creadores ajenos al mundo plástico, convirtiendo los jardines de la fundación en un must de las artes escénicas, el jazz, la poesía y la danza.
Bajo la supervisión de su hijo Adrien -hoy presidente de la fundación-, en las noches estivales de Saint Paul de Vence ha podido verse, desde 1965, al coreógrafo Merce Cunningham y a los músicos Mstislav Rostopóvich, Ella Fitzgerald, Terry Riley, La Monte Young, Sun Ra o John Cage, que han contribuído a cimentar la leyenda pluridisciplinar de este lugar donde, como señaló Malraux el día de la apertura, «los cuernos que Miró reinventó con su increíble fuerza onírica han creado una relación inédita con la naturaleza».
Para no olvidar esta faceta abierta a todas las expresiones creativas, la tercera y última exposición conmemorativa del 50 aniversario lleva por título Esto no es un museo (Malraux 'dixit') y honrará esta faceta menos conocida de la fundación desde el 29 de noviembre de 2014 hasta marzo de 2015. Pero antes, el visitante que acuda a este rincón fascinante puede, además de perderse en el jardín surrealista, descubrir la evolución de su política expositiva mediante la muestra Face à l'oeuvre, en la que el director de la Maeght -que ejerce como comisario para la ocasión- ha intentado resumir más de un centenar de exhibiciones memorables en un recorrido más temático que cronológico, no exento de guiños a la pareja fundadora.
«Habría sido muy fácil montar la exposición de verano como un 'best of' formado exclusivamente por grandes nombres. Pero no sería consecuente, ya que estaríamos olvidando el componente de riesgo que los Maeght ponían en algunas de sus apuestas», explica Olivier Kaeppelin. «Por supuesto que el público encontrará estos meses en nuestras salas a Francis Bacon, Miquel Barceló, Pierre Bonnard, César, Eduardo Chillida, André Derain, Otto Dix, Jean Dubuffet, Lucien Freud, Hans Hartung, Vassily Kandinsky, Henri Matisse, Antoni Tàpies y el resto de creadores antes mencionados relacionados con la casa, con algunas de las grandes obras que han marcado su historia. Pero también hemos querido conscientemente reivindicar nombres más sorprendentes o discutibles, como Ubac o Tal-Coat, muy valorados en su día y que ahora la crítica ha enviado a lo que llamamos el purgatorio, o gente como François Fideler, Gérard Gasiorowski o Lars Fredrikson, que encarnan la valentía, la sensibilidad, la vocación de descubrimiento y la voluntad de riesgo de esta inimitable institución».
REGRESAR A LA REVISTA