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La cantante gallega Luz Casal, retratada en Madrid el pasado mes de julio. (Foto: Samuel Sánchez)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 15 de agosto de 2014. (RanchoNEWS).- En plena madurez serena y sutil, rockera en las arenas movedizas de un género preponderantemente macho, eclécticamente segura de sí misma pero amante de la incertidumbre, renacida y revivida, amante de Edith Piaf, Janis Joplin y Maria Callas, Luz Casal renueva estos días una alianza con otros clásicos, Los Secretos, con quienes se presentará en concierto en Las Ventas el 18 de septiembre. Observadora, sensible, despistada para fijarse a fondo en lo que verdaderamente importa, nos habla de las raíces y de todas sus voces. Una entrevista de Jesús Ruiz Mantilla para El País:
Usted que ahora organiza un festival en el pueblo gallego donde nació ¿considera importante sentirse de algún sitio?
Para mí, que conozco mi origen, sí... Pero para alguien que ha nacido en Nueva York y tiene un tío turco, otro ruso, un padre judío y una madre griega pero a la vez italiana, no sé, te debe dar igual. Yo nací en Galicia [Boimorto, A Coruña, 1958] y viví sólo seis meses allí, después nos fuimos a Asturias y aunque dicen que son lo mismo, no es así. Asturias es el paraíso, allí hice mi primera actuación, tengo mis amigos, fui al colegio, vive mi madre, aunque como estoy muy liada voy poco a verla, pero me da mucha satisfacción.
¿Estar liada o ir a ver a su madre?
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Ambas cosas. Ir, estar en mi pueblo de piedras blancas y que la gente me diga adiós como a una vecina o comerme una cosa que se llama cachopo, como el otro día, al lado de Cudillero y te digan que aproveche.
Eso es rock and roll y lo demás tonterías. Porque el rock and roll, ¿qué es si no?
Para mí es la rabia, sentir que esto no va bien y hay que cambiarlo sin que tengas que llenarte el cuerpo de tatuajes o llenarte de la cosa esa machota.
Tiene un rollo, efectivamente, de testosterona.
Yo, que no soy macho, obviamente, aspectos como esos no los comparto. Me gusta ponerme una falda y un sujetador que sea bonito, aunque tenga poca teta ya, me las han ido quitando.
Pero queda para lucir…
Con dos cojones o dos tetas, el rock no es algo que tenga que ver con el género, sino con la actitud de permanecer alerta para mejorar. Yo comprendo que cuando tienes 50 millones… Bueno, eso es mucho, ¿no?
Yo no los tengo.
Vamos a poner menos… Cuando tienes dinero, vaya, y sigues en carretera, por algo es. Aunque queda la cosa del aplauso. Sabe muy goloso.
Más cuando se conocen otros géneros, como es su caso. Usted estudió bel canto. ¿Fue una toma de postura?
Para quien le gusta la voz, sí.
Aunque sea físicamente, se da un aire usted a la Callas.
Bueno, no llego a su re bemol.
Ni tampoco a meterse la solitaria, imagino.
Noooo. Yo la adoré. He vivido dos momentos de histerismo fan. Cuando vi una vez a Nureyev y en París, de pobre, un día que me eché a andar y al doblar una esquina vi a la Callas, vestida de Chanel, con un Yorkshire, y la seguí emocionada, muerta de gusto...
Esas mujeres que me ha nombrado sufrieron lo suyo. ¿Para cantar hay que saber llorar más que reírse?
Algo hay que sufrir. La felicidad es más breve y no debes desperdiciarla. Si uno se fija en los palos del flamenco, aparte de las alegrías o las bulerías, el resto, ¿qué es? Sientes necesidad de expresarte cuando estás angustiada, cuando no te quieren…
Y después de haber pensado que no volvería a cantar, ¿lo hace mejor o distinto?
Nunca pensé que no volvería a hacerlo. El día que lo crea me plantaré.
¿Ni siquiera se lo planteó después de conocer su enfermedad?
Son episodios de la vida. Yo grabé dos discos en mis dos recaídas: Vida tóxica y La pasión. O sea, una cosa es que me costara subir tres escalones y otra que no pudiera cantar. Tenía la fuerza bien pillada. Lo que me refiero más es al día que yo diga: hasta aquí.
¿Qué le enseñó caer enferma?
A ser más solidaria y más sensible respecto al prójimo. Pensé que lo era, pero no. Una cosa es como te enseñan en el colegio y otra entender que el tiempo es finito. Esa es una de las grandes lecciones.
La sensación de ser inmortal, ¿se la daba la música o la juventud?
Cuando te dedicas a esto, sabes que eres privilegiado, incluso si no tienes éxito, porque experimentas sensaciones que no son tan plenas, sospecho, para otros. Vives como si te formaran dos partes. Una analítica y otra que siente. Ambas se nutren pero de información que alguna de ellas no espera. Dos y dos a veces no son cuatro. Cada actuación es un duelo distinto. Empiezas de nuevo. Cada concierto es un examen en que te aprietas el culillo a ver qué va a pasar. Es a la vez maravilloso y desestabilizador.
¿Le gusta sentirse insegura?
Sí, sí.
¿Es masoca entonces?
No, porque eso implica sufrimiento físico y por ahí, no. Me gusta la incertidumbre con las sensaciones fuertes. Pensar qué va a ocurrir en la siguiente canción en lugares que no te conocen tanto, en mitad de China, por ejemplo, ¡hala…! Es algo realmente raro. Y eso que yo empecé muy chica.
¿Cuándo?
A ganar dinero, con ocho años.
¿Cuánto pagaron?
No sé, el dinero a mí… ¿Qué vale un periódico? No te sé decir… ¿Una barra de pan? Tampoco, es que me da igual.
¿No se siente de este mundo?
Sí, a ver, hazme un examen pero no me preguntes qué puede acabar con el problema de los plásticos en el Pacífico.
¿Cuánto cuesta un kilo de cerezas?
Están muy buenas este año, sobre todo las picotas. Yo me pongo a leer un libro y no soy capaz de recordar ni el título, ni el autor. Ni soltarte una canción de un grupo que me guste a morir.
Entonces no es que chochee, es que siempre ha sido así.
Siempre, y a mi madre le pasa lo mismo. Igual que ella. Pero sí estoy en el mundo, aunque no sé a cuanto cobran el litro de gasolina y eso que ayer llené el depósito. Me quedó más con una reflexión de un filósofo como Gustavo Bueno que con cualquier otro detalle concreto y sin tener tampoco la picardía de aprenderme las frases. A lo mejor debería ser más pillina, presumir con el envoltorio, pero como que no tengo ganas.
Pero sí sabe cuánto vale su madre, que tanto nombra.
Mi madre es cojonuda, una tía pequeñita con carácter fuerte, que me adora, no porque sea hija única, y me ha marcado mucho más de lo que soy capaz de comprender.
¿Vivimos en un desguace?
Creo que no. Yo, como a los arquitectos, me gusta ver las cosas en construcción. Si lo que ocurre sirve para limpiarnos de codicia, deshacernos de lo acumulado que no nos sirve y los malos hábitos, entonces vale, pero más no.
¿Y el futuro?
El futuro, como el presente, siempre lo veremos mal.
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