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Wynter Melo viene a México a presentar Las impuras . (Foto: David Hernández.)
C iudad Juárez, Chihuahua. 8 de julio de 2015. (RanchoNEWS).- Cuando «los gringos ayudaron a Panamá a separarse de Colombia», cuenta el escritor Carlos Wynter Melo (1971), vivían en este país centroamericano unos 300 mil oriundos y llegaron más de un millón de migrantes. «Es difícil crear un proyecto de república influido por tantos códigos culturales, se dificulta la creación de la identidad», afirma. Reporta desde la ciudad de México Virginia Bautista para Excélsior.
Tierra de paso, de conexión comercial gracias a la construcción del Gran Canal que une los océanos Atlántico y Pacífico, Panamá siempre ha sido disputado por la Nueva España, la Nueva Granada, Colombia, los piratas, los militares locales y, encima, de Estados Unidos, nación que conservó durante cien años la custodia del canal y los invadió en 1989 para llevarse al general Manuel Antonio Noriega, que quería gobernar en contra de los intereses estadunidenses.
En este pasado lleno de impotencia, de sinsabores, de sangre, de falta de dignidad, de eterna desconfianza, hurga el narrador para dar vida a su segunda novela, Las impuras (Planeta), que es «la historia de dos mujeres, pero también la de un país que necesita reconciliarse, como ellas, con su pasado».
Wynter Melo comenta en entrevista que deben quedar atrás aquellos gritos de «abajo los gringos» o «abajo los militares», porque ya no tienen caso. «Ambos hicieron lo que tenían que hacer y somos en parte hijos de los militares y de los gringos. Tenemos valores que nacieron de nuestra convivencia con los gringos, entonces aceptémoslo, integrémoslo a nuestra personalidad nacional».
A la medianoche del 31 de diciembre de 1999, cuando Panamá recuperó la soberanía sobre su canal, perdió la memoria la protagonista de Las impuras.
Así comienza la trama de esta mujer que conoce a otra fémina, que todos los días va a la estación de autobuses para tratar de encontrarle sentido a su vida, y a quien le pide que le construya un pasado.
El autor dice que esta novela es la recreación de dos recuerdos. «El primero es cuando yo tenía unos 14 o 15 años. Mi madre vivía en la calle que unía la zona del Canal con Panamá. El gobierno de Estados Unidos, cuando se quedaba sin espacio en las bases, rentaba algunas casas en territorio panameño y ahí mandaban a vivir a los hijos de los administrativos. Yo veía a los jóvenes soldados gringos, de unos 20 años, y a muchas chicas panameñas que eran sus novias.
«Y el segundo es que, ya adulto, llegó a mis manos una investigación periodística en la que se hace una referencia muy somera a las espías de Noriega, que eran jóvenes que por lo general eran novias de los soldados gringos y que le avisaban cuando los llamaban a cuartel o estaban nerviosos o no llegaban a casa», detalla.
Explica que le intrigó conocer cómo eran realmente estas espías, qué sentían. «Me interesaban los hechos como referencia, como el marco para que el lector pudiera entrar en ese mundo, pero lo que realmente me importaba era saber cómo se sentía estas mujeres, si estaban realmente del lado de su país o de su amante gringo».
Destaca que en Panamá había cierto desdén hacia ellas, «las creían prostitutas, impuras, eran un poco como las Malinches, porque estaban con el invasor, por eso me interesaron como personajes. Era un ejercicio que me mostraba la esencia de lo que nos ha ocurrido a los panameños durante 60 años, de 1940 al 2000».
El considerado uno de los mejores escritores actuales de Centroamérica añade que escogió a dos personajes femeninos, porque «los valores de las mujeres son más de curación, de solidaridad, después de que han pasado por la guerra, por el dolor de perder amores, de cierto modo una inventa a la otra y este proceso les hace recuperar su propósito en la vida».
Por la historia desfilan políticos reales como Arnulfo Arias, que estudió en la Alemania hitleriana. «Hay documentación que comprueba que eliminó a una colonia judía en Panamá. Él tenía el paradigma del Nacional Socialismo, de la pureza. Promulgó, en un país mestizo, una ley que incluía ‘razas de migración prohibida’, si hablabas otro idioma ya era problema, por eso los chinos y los afroantillanos se cambiaron los apellidos a algo más latino».
Carlos Wynter piensa que los panameños «debemos ponernos frente a qué hemos vivido y qué significamos. Panamá siempre ha sido un país de contrastes, está lo más abierto y lo más cerrado, aunque la tecnología ya no nos permite escondernos. Debemos decir por fin lo que pensamos de nosotros mismos», concluye.
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