C iudad Juárez, Chihuahua. 15 de julio de 2022. (RanchoNEWS).- Nunca queda del todo claro qué me lleva a escribir esta novela o alguna otra, por qué el tema, el personaje, la trama, el lugar, en cuál siglo, si la batalla de Lepanto, el Mar Caribe y sus piratas del XVII, el Colegio de Santa Cruz Tlatelolco y los frailecillos indios que legaron la enciclopédica recopilación de saberes prehispánicos, o la frontera norte mexicana en el XX, o la Texas que nos robaron en el XIX, o una pintura de Velázquez, o un paisaje de José María Velasco, una imagen del Códice Florentino, la infancia y el autorretrato de Sofonisba Anguissola, o su estancia en la corte de Felipe II, o unos niños furiosos o menos furiosos en la Ciudad de México en los sesenta, o Moctezuma vuelto un Lázaro en los ochentas del XX en la dicha. O uno que otro Cuévano —ciudad impostora que ocupa el lugar de otra, y que utiliza la suplantación para pertenecer y, de paso, hacer fiesta y reír.
La fiesta es un activante esencial, en el sentido de activante químico. Cumple una función social, anima, repara, sana, amista (o enemista), libera y termina por volvernos a todos parte de un aro de pertenencia y de responsabilidad. Tras la fiesta, a veces procede la pachanga. La pachanga es inútil, es un desgaste. Pachanga gozosa, donde ya todo es distensión, alivio, huida, viaje.
El texto de Carmen Bullosa, poeta, ensayista y dramaturga comparte el discurso que escribió para la entrega presencial del Premio Jorge Ibargüengoitia de Literatura con el suplemento El Cultural de La Razón.