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Fotografía en el Museo del Prado (Foto: Archivo)
M adrid, 7 de Febrero 2007. (Andrea Aguilar/El País).- La cámara montada sobre un gran trípode con la que trabaja Thomas Struth (Geldern, Alemania, 1954) no intimida, ni se esconde. Sus fotos, instaladas desde ayer y hasta el 25 de marzo en las salas del Museo del Prado, tampoco. Once grandes reproducciones en brillo se funden y enfrentan a las obras maestras del museo en el edificio de Villanueva. Otras 15 esperan la puesta a punto de las nuevas salas diseñadas por Rafael Moneo, para completar el recorrido de Making time, título de la instalación de Struth.
Arte sobre arte, sus fotos -las primeras que penden de estas paredes en la historia de la pinacoteca- guiñan un ojo al visitante y reflexionan acerca de los museos, su público y sus obras, con un sutil juego de espejos. "Se escudriñan, los de un lado y los del otro, en un infinito intercambio de papeles, porque ninguna posición es segura", escribe la catedrática Estrella de Diego en el catálogo de Making time (Turner).
"Enseña a los visitantes lo que sabes sobre museos", recuerda Struth que le propuso el director del Prado, Miguel Zugaza. Durante meses, el fotógrafo logró integrarse y disparar a los visitantes de la pinacoteca, como ya lo hiciera con los de la National Gallery de Londres, el Art Institute de Chicago, el Louvre parisiense o el Museo de Arte de Tokio.
Las 11 fotos distribuidas en las salas de Villanueva reconstruyen aquellos viajes e incorporan tres nuevas imágenes tomadas en Madrid. Con vaqueros y deportivas, Struth mira a los visitantes que retrató mientras observaban La grande jatte, de Seurat, en Chicago y habla acerca de "la cadena del tiempo que funde pasado, presente y futuro". De eso trata su Making time -haciendo tiempo, literalmente-. "Los primeros espectadores de estos cuadros se parecían mucho a nosotros. Todas las obras son fruto de unas circunstancias contemporáneas. No están muertas. Esto es un experimento que trata de establecer puentes temporales".
El fotógrafo mira a un ángel lloroso y se detiene en la pena que expresa su rostro. "A lo mejor éste es el detalle con el que uno debería quedarse. Hay que buscar lo que te gusta, sin tener que ajustarse a un canon. Así es como se vuelve a la historia, como se conecta con Fra Angelico". Struth carga contra las cartelas que ponen nombre y autor a los lienzos, que determinan la forma de mirar: "Condicionan la visita. La mayoría de los espectadores no son expertos. A veces se sienten intimidados".
Con su instalación ha tocado otro de los temas que más le interesan: la disposición de los cuadros en las salas. "La narrativa museográfica no es visual se ajusta a otros criterios, al canon de los expertos", afirma. En su foto del cuadro de Veronese de la Academia de Florencia recupera el aire del lienzo en torno al que se arremolinan los visitantes: "La foto imita la narrativa del cuadro, su espíritu festivo, algo que se pierde totalmente en la visita física a la sala donde se exhibe".
Struth sostiene que lo suyo es una búsqueda. "Las obras de arte tienen un contenido sellado y cuando hay demasiadas se necesita encontrar un sentido. Se trata de ver cómo hablan los cuadros entre sí y con el visitante. Ahora comprendo las dificultades que tienen los museos". Movido por esta idea, seleccionó las fotos de su instalación "intentando sumar" y establecer conexiones. Así, Los fusilamientos del 3 de mayo, de Goya, se enfrenta con La libertad guiando al pueblo, de Delacroix, expuesta en el Museo de Arte de Tokio. "Aquello parecía un teatro. Es una expresión simbólica que limita la transgresión entre culturas. Aquel cuadro allí, parecía un alien", recuerda.
El pequeño grupo de visitantes que fotografió frente a Las hilanderas le recuerda a "un Greco explicando Velázquez a la Sagrada Familia". La soltura con la que el público se mueve ante Las meninas le hace pensar que es "el cuarto de estar de los españoles".
Mientras tanto, los técnicos trajinan con sus últimas obras, los "frisos de visitantes" del Prado, del Hermitage y de la Academia que estrenarán las nuevas paredes. Ahí están las cámaras de los turistas -"sacan fotos de los cuadros igual que el hombre antiguo cazaba"-, las chancletas, las bermudas y también las caras de asombro, cansancio y estupefacción. "Están enfrentados a la historia. No se trata de un concierto de Madonna o un partido del Real Madrid. El fin aquí no está definido. Hay un potencial de miedo en esta visión panóptica". Struth no se resiste. El juego continúa, en la calle fotografía el cartel de su exposición con su móvil.
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