.
Victor Vasarely, Ceti Lum. (Foto: Cortesía Museo Tamayo)
M éxico 27 de Febrero 2007. (Jorge Ochoterena Bergstrom/Milenio).- Ante la copia inoperante de datos emitidos por el bisonte, el hombre sintetiza sobre el muro una figura. Nace el op art. Luego vendrán las prolijas ciencias de la perspectiva y lo demás, pero si por op art entendemos la calculada explotación de nuestra precariedad visual, todo arte siempre lo fue: un juego de manos.
La percepción es un conjunto de hipótesis de valor predictivo. Lo que distingue al op art histórico del moderno es que, si el primero se limitó a confirmar nuestras hipótesis más habitables, el segundo se dedicó a subvertirlas, poniendo de manifiesto lo ilusorio de la morada. Hizo furor, por accesible. Fugaz como movimiento, dejó su huella, sin embargo, en muchos ámbitos del arte y del diseño comercial: Turangalila, de Kasuya Sakai, con su alucinado remolino de colores pulsantes, nos recuerda álbumes coetáneos de música pop.
Algo de manual de psicología tiene, sin duda, este arte. Pero siempre con un plus de fascinación. Otro paso más hacia el acabamiento del Arte, hacia su conversión en espectáculo, teoría y especulación sobre su propio ser, conserva, sin embargo, su materialidad artesanal y su carácter museificable.
Por mucho que los Enigmas de Vasarely se parezcan a los que hoy en día protegen la pantalla de la PC, la asistencia al museo resulta insustituible. Ver surgir de una adusta rejilla de metal suspendida a la altura de nuestra cabeza dos majestuosas mariposas negras. Comprobar cómo los angulosos planos superpuestos de un cuadro colocado debajo del alto ventanal dinamizan la arquitectura del recinto entero. No es lo mismo desplazarse ante los tornasolados resplandores de Cruz-Diez que disfrutarlos en cederrón. Lo que va del chat al bar. El timbre de la voz, la vastedad del aire, la carne pictórica. Todavía.
Geometrías inestables. Museo Tamayo Arte Contemporáneo, Reforma y Gandhi, Bosque de Chapultepec. Hasta el 1 de abril de 2007.
REGRESAR A LA REVISTA