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La gente de la cooperativa Gcoop desmiente que con el SL no se pueda ganar dinero. (Foto: Bernardino Avila)
C iudad Juárez, Chihuahua, 13 de marzo, 2008. (RanchoNEWS).- El concepto ideado por Richard Stallman tiene sólidos seguidores en Argentina, donde Solar, Vía Libre, Gcoop, Nómade, la Escuela San Cayetano y programadores particulares abren la ventana a todo un universo nuevo. No todo es Microsoft. Una nota de Facundo García para Página/12:
Corrían los ochenta y los muchachos del Instituto Tecnológico de Massachusetts sacudieron sus melenas de alegría al recibir una nueva impresora. Desde su oficina, cada uno empezó a mandar los documentos que quería tener en papel. El chasco llegó al descubrir que no pasaba mucho sin que las hojas se atascaran sin aviso, lo que obligaba a prestar excesiva atención a algo que debía ser simple. Entonces Richard Stallman, un fanático de la Ciencia Ficción que hablaba de las computadoras como si fueran novias, solicitó a los fabricantes que le mostraran qué programa utilizaba el armatoste, para poder modificarlo de forma que avisara cuando las tareas se interrumpían. Le dijeron que eso era un secreto comercial. Ése fue uno de los nacimientos míticos del movimiento del Software Libre (SL), una iniciativa global que busca que el conocimiento esté al servicio de las necesidades de la sociedad, por fuera de las restricciones que quieran ponerle los intereses privados.
De manera que no, no se trata de una cofradía que se dedique a destrabar impresoras. ¿Qué quieren los que se unieron a Stallman? Básicamente, que cuando una persona adquiera un programa para la computadora, tenga la posibilidad de ver y estudiar cómo funciona, ejecutarlo para lo que quiera, adaptarlo como le guste y distribuirlo manteniendo esas mismas condiciones. Eso, que parece una afirmación puramente técnica o legal, tiene implicaciones de largo alcance. Al menos así lo cree Verónica Xhardez, antropóloga y miembro de la Asociación Civil Software Libre Argentina (Solar). «Somos parte de un movimiento social muy amplio por la liberación de la cultura, que incluye también proyectos como Wikipedia. Lo que pasa es que hemos elegido el campo de la informática porque en un futuro cercano será el factor que articule la distribución de los productos de las industrias culturales, la comunicación y quién sabe qué más», sostiene.
Nueve de cada diez computadoras del mundo funcionan con soft privativo, que usualmente impone límites a las copias, imposibilita alteraciones e incluso impide averiguar a ciencia cierta qué está haciendo la máquina mientras uno se duerme esperando que abra un archivo. Eso es consecuencia de la forma en que están «licenciados» esos programas. Rewind: los propietarios de los programas los licencian bajo diversas condiciones, en un régimen que va desde una apertura máxima a los intereses de los demás hasta la cerrazón casi absoluta. A veces los que cercan sus obras son tipos de a pie, que tienen la esperanza de convertir su tecleo en un plato de ravioles; pero las técnicas más sofisticadas para mantener los límites provienen de las corporaciones. En contraste con ese amarretismo tech, Xhardez se apresura a revelar que lo que ella encontró en el SL es muy parecido a una «economía del don». «Noté que en este ambiente el que más da –el que más información comparte, el que más colabora con los demás– es también el que más recibe», confiesa.
Eso vale especialmente para los que programan. Hace unos años Martín Lima –hacker de treinta y pico, barba roja de vikingo– sintió que Windows no le daba el espacio de creatividad que él estaba precisando. Se metió en foros de discusión y decidió cambiar su sistema operativo por uno libre, GNU-Linux. Ahí se ilusionó más, pero ése no fue el giro definitivo. «El volantazo vino cuando acepté un laburo en una empresa que me había hecho un encargo dificilísimo», rememora. «Necesitaba el trabajo, así que pedí ayuda a la comunidad de Soft Libre. Esa misma tarde tenía decenas de desconocidos de diferentes países ayudándome, de onda. Su solidaridad me partió la cabeza».
La perfección de un programa «liberado» suele ir en aumento a medida que los involucrados se atreven a toquetearlo y se comprometen con las mejoras. Como si imitaran la técnica de las hormigas –que, de a miles, refuerzan con un olor especial la senda que conduce a la comida–, hay casos en los que innumerables colaboradores van despejando paso a paso el caminito hacia una herramienta mejor. Un ejemplo emblemático es el de Mozilla Firefox, el navegador que le está peleando el liderazgo al Explorer y que en su último lanzamiento batió un record mundial, con más de ocho millones de descargas en veinticuatro horas.
El soft también se escribe
A Federico Heinz, de la Fundación Vía Libre, se le nota el entusiasmo cuando se entera de que esta nota se publicará en la sección «Cultura y Espectáculos». «Es que el software libre es cultura», enfatiza. «Es comparable al folklore, un tesoro que se acumula y que puede aprovecharse para el bien común».
¿Pero qué relación encuentra entre programar y escribir un cuento o una novela?
El soft también se escribe, es una forma de expresión. Es la materia que encontró alguien para contar cómo resolvió un problema. Si a la belleza de la matemática le agregaras elementos del narrar, quizá obtendrías un lenguaje de programación. Qué lástima que la mayoría de nosotros no está educado para percibirlo e ignoramos que en un grupo de comandos de computación puede haber elecciones ligadas con la elegancia, la estética, la ética...
Es una «forma de expresión» que no tiene público maduro. Salvo excepciones...
Y es gravísimo. Una persona está bien educada cuando exterioriza ideas irrepetibles y propias –sus ideas– manipulando los símbolos de su cultura. En el ámbito digital, eso se logra practicando programación, una aptitud que se va a transformar en requisito para ser ciudadanos de pleno derecho.
Cosa que ya se sospechaba a fines de los setenta. Entre dictaduras fascistas y música disco, hubo intentos de llevar la programación a las escuelas. El inconveniente que surgió muy pronto –incluso en los países desarrollados– fue que a medida que los chicos agarraban viaje, los docentes encontraban muy difícil seguirles el ritmo. Eso, combinado con la creciente monopolización dentro del mercado del soft, terminó por propagar un prejuicio que, como acusa Heinz, «denomina ‘computación’ a una clase en la que sólo se enseña a usar procesadores de texto».
Lo más grave es que esos malentendidos alrededor de la «digitalización» impregnan espacios como la política y la administración pública. Ni hablar de las propuestas que involucran a ambas, como la del voto electrónico. Heinz invita a no comprar espejitos de colores y opina que «quien ha abordado mínimamente el tema es consciente de lo difícil que es controlar que en cien mil urnas se instale el mismo sistema, y lo complicado que es asegurar un escrutinio sin tener acceso a la arquitectura interna del programa que analiza los resultados». Por otra parte, nociones como la de «independencia informática» no se han escuchado sino hasta hace poco. Si un gobierno trabaja con SL, cualquier grupo de ciudadanos puede auditar sus mecanismos; lo que sumado a la reducción de los costos y la desvinculación de la influencia extranjera constituye una alternativa concreta y democrática para los países del Tercer Mundo. En efecto, Brasil, Ecuador y Venezuela ya están marcando tendencia en esa dirección.
San Cayetano siglo XXI
Como tantos docentes de la provincia de Buenos Aires, Javier Castrillo aprendió el arte de resucitar PC’s zombies. En 2006 convenció al director de su escuela de hacer migrar la institución hacia el SL, comprobó que los equipos viejos funcionaban al pelo –¡con herramientas gratuitas!– y eso desató una catarata de avances que todavía no se detienen. Fue en la Escuela de Oficios San Cayetano, perteneciente al Centro de Formación Profesional 401 de Vicente López. Ahí, entre más de cien muchachos de sectores populares –y casi sin apoyo oficial– empezó a materializarse otra alternativa de crecimiento. «Reescribimos programas para dictar los contenidos de los cursos que usaban software privativo, y más también. Comenzamos a dar charlas y, con el protagonismo de nuestros alumnos, articulamos diferentes proyectos en otros colegios», relata Castrillo.
Al profe no deja de asombrarlo la metamorfosis de los pibes: «En las primeras clases, sienten que lo que toquen significará la destrucción del aparato. Por el contrario, se les pide que metan mano todo lo que quieran». Entre los que están por egresar ya se nota el cambio de actitud. «Al saberse miembros de una comunidad, dueños y partícipes de una tecnología, sustentados por millones de amigos y no meros usuarios, ganan un sentido de pertenencia y una autoestima que es difícil de explicar», asegura el hombre. En la página de la casa de estudios (www.san cayetano.esc.edu.ar) se lee grande un apartado sobre soft libre, y la premisa de «ayudar a despertar la conciencia del hombre en todas sus dimensiones y a valerse por sí mismo, para ser protagonista de su propio desarrollo». Más claro, imposible.
Arte de la democracia
Desde Córdoba, la artista plástica y fotógrafa Lila Pagola confirma que la marea libertaria está salpicando al arte. «En los noventa hubo promesas tecnológicas que se cumplieron a medias», reclama. «A mí me interesaba que se brindaran espacios donde el arte fuera más democrático, y fue así que en 2001 me decidí y empecé a tirar líneas por este lado.» El grupo al que se incorporó Lila se llama Nómade y los inconvenientes que enfrentó fueron un espejo de los obstáculos con los que se enfrentan los artistas desde hace mucho. «En general –define–, los colegas comprendían muy fácilmente la filosofía de este asunto. Lo que les costaba era pasar a la práctica». De ahí en adelante, el combustible creativo salió de las ganas de experimentar con la compu y de la actitud de búsqueda. «Si a la hora de soltar un mensaje te valés de instrumentos modificables, te estás parando en la vereda del espíritu crítico. En esa situación las propuestas estéticas salen casi naturalmente», redondea.
El Movimiento del SL recibe apoyo de la Unesco y se ha convertido en uno de los polos de la lucha por la liberación de la cultura y la modernización en materia de propiedad intelectual. Cada vez hay más músicos, pintores, escritores, fotógrafos, académicos, etcétera, que sueltan sus obras con licencias Creative Commons (en español, «Bienes Comunes Creativos»), y generan espacios de resistencia favorecidos por la expansión de la web. Con un quinto de la población mundial ya conectada y un aumento en la cantidad de internautas que ronda el cuarenta por ciento anual, el sueño de un diálogo global de inteligencias nunca estuvo tan cerca. Ahora hay que estirar las manos y hacerlo realidad.
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