Susan Sontag en París, en 1972. (Foto: del libro Un silencio interior. Los retratos de Henri Cartier-Bresson)
C iudad Juárez Chihuahua, 20 de agosto, 2008. (RanchoNEWS).- Este viernes se festejará el centenario del natalicio del fotógrafo francés. Henri les dio su mirada a todos aquellos que fotografió, dice el filósofo Jean-Luc Nancy. Desde la Ciudad de México, una nota de Fabiola Palapa Quijas para La Jornada:
Con su cámara Leica, lente de 35 milímetros, Henri Cartier-Bresson fue testigo de acontecimientos clave del siglo pasado, como la Guerra Civil Española, la ocupación nazi de Francia, la Revolución China y las manifestaciones de mayo de 1968, mientras sus retratos de personajes se convirtieron en iconos: Henri Matisse, Albert Camus, Truman Capote, Susan Sontag, Jean-Paul Sartre, Ezra Pound, Pierre Bonnard, William Faulkner, y André Breton, entre otros.
Este viernes 22 de agosto de 2008 se festejará el centenario del natalicio del fotógrafo francés, quien siempre buscó transmitir la personalidad y no sólo una expresión en sus retratos; su timidez le permitió permanecer en silencio frente a un personaje hasta que capturaba lo que buscaba. Decía: «si al hacer un retrato se espera captar el silencio de una víctima que lo consiente, es muy difícil introducirle una cámara entre la camisa y la piel. En cuanto al retrato a lápiz, corresponde al dibujante guardar un silencio interior».
Después de haber renunciado oficialmente al fotorreportaje, a principios de los años 70, para dedicarse al dibujo, Cartier-Bresson continuó fotografiando rostros, ya que nunca perdió la pasión por el ser desnudo de alma detrás de la cámara, por el diálogo tête á tête.
Su amor por la pintura lo llevó a fotografiar artistas para el editor Pierre Braun; durante esta tarea retrató a Matisse, Bonnard, Braque y otros. «Cuando fui a ver a Matisse, me senté en un rincón y no me moví; no nos hablamos. Fue como si no existiéramos».
Más tarde, algunas veces por encargo de prestigiosas revistas estadunidenses (Harper’s Bazaar, Vogue, Life), conoció a muchas celebridades a las que se sintió impulsado a fotografiar por su amor a la literatura, las artes y las ciencias, así como por su insaciable curiosidad por los seres humanos.
El fotógrafo mexicano Pablo Ortiz Monasterio considera que una faceta importante en la obra de Cartier-Bresson son los retratos: «Tiene un estilo muy claro y tiene a las grandes personalidades de la cultura, la ciencia y el arte, como André Breton con sus máscaras; a Matisse, quien le hizo un par de portadas. En el retrato incorpora todo el mundo matissiano. Luego tiene a Truman Capote, muy joven entre hojas, que es algo muy clásico. Tiene a Faulkner, en los años 40, con unos perritos, y también se aprecia el vigor de su literatura. Muestra a Ezra Pound con los cabellos parados cuando estaba internado en el manicomio».
Para Ortiz Monasterio, el fotógrafo francés «dio cuenta de toda la literatura de manera extraordinaria, siempre con un estilo directo y documental; el conjunto retratístico en sí es muy importante».
Los retratos de Cartier-Bresson se han exhibido en innumerables muestras individuales. En 1947 retrató a Pierre Bonnard. Se encontraban inmersos en una larga charla y de pronto él le hizo una foto. Bonnard le preguntó: ¿por qué ahora precisamente?, la respuesta fue: «por la misma razón por la que usted se vio impulsado a tomar de repente un pincel y aplicar un toque de amarillo en esa tela».
Tiempo después, en 1961, hizo la famosa toma de Alberto Giacometti caminando sobre el pavimento mojado con el impermeable alzado cubriéndole parte de la cabeza.
En el libro Un silencio interior. Los retratos de Henri Cartier-Bresson, el filósofo Jean-Luc Nancy señala que Henri «les dio su mirada a aquellos que fotografió, a aquellos cuya imagen captó. Tomó sus fotos, tanto en el sentido fotográfico moderno como en el de extraerles la imagen: en ambos casos, hay un sentido de algo que sale a la luz, de algo que es sacado al exterior desentrañando así el enigma de lo visible. La visibilidad de estos retratos siempre se ve en la mirada que les dio. Pero el rostro y el cuerpo son mostrados en relación con el mundo y ellos mismos: para restablecer estas relaciones, para presentar tanto lo que está delante y lo que está más allá (inclusive más allá de lo que se supone que está en el interior), es necesario mirar».
El libro cuenta con un prólogo de Agnes Sire, conservadora de la colección y los archivos del fotógrafo que se encuentran en la Fundación Henri Cartier-Bresson, de París, en el que recuerda algunos encuentros del artista con los protagonistas de sus fotografías, como el que mantuvo con el matrimonio Joliot-Curie: «Llamé, se abrió la puerta, eso es lo que vi, disparé (la cámara) y después saludé. No fui muy cortés. El encuentro con Ezra Pound en Venecia sólo consistió en un muy largo silencio que pareció durar horas».
Instante decisivo
Aunque Cartier-Bresson no quiso convertirse en imagen, pues le desagradaba ser fotografiado, su ojo observador logró capturar a Simone de Beauvoir, que apenas ocupa una cuarta parte de su foto, de pie en la esquina inferior derecha, contra una persiana metálica bajada, en la acera de una calle desierta. Jean-Paul Sartre (junto con Fernand Poullon) también fue fotografiado en la esquina inferior derecha de la imagen, con el borroso Puente de las Artes de París, en 1946.
El creador del concepto «instante decisivo» también captó a William Faulkner transformado en un personaje de una de sus novelas y a Bonnard rodeado por sus cuadros.
Cuando decidió tomar sus primeros retratos, realizó en 1933 un viaje en auto por Europa con la pintora Leonor Fini y el escritor André Pieyre de Mandiargues, a quienes fotografió desnudos, pero sin rostro, en una piscina, y después a ella sola en el agua. La fotografía de Fini, desnuda sin mostrar su rostro, fue subastada en 2007 y se vendió en más de 300 mil dólares.
Fotos del libro
Un silencio interior. Los retratos de Henri Cartier-Bresson
Émil Michel Cioran, en su casa de París, en 1984.
El propio Henri Cartier-Bresson realizando un autorretrato, captado por Martine Franck, en 1992.
Truman Capote en Nueva Orleans, en 1947.
Samuel Beckett en París, en 1954.
Isabelle Huppert, en París, en 1994.
Mary Meerson y Krishna Riboud, en la casa de ésta última en Francia, en 1967.
Jean-Paul Sartre y Fernand Pouillon, en el Puente de las Artes en París, en 1946.
Simone de Beauvoir, en la calle Schoelcher, en París, en 1947.