XAVIER ANTICH 02/02/2005 / La Vanguardia
Hace casi setenta años, el Tercer Reich dictó una condena contra algunos de los músicos más importantes de su tiempo. Su música, calificada de 'degenerada', ha sufrido, hasta hace muy poco, un olvido casi absoluto. Ahora empezamos a conocer un legado deslumbrante, cuyo rescate es una regeneración. Porque significa no dar la razón al nazismo y evitar el uso siniestro de la tradición musical alemana
A diferencia de los artistas, la mayoría de los músicos condenados quedaron relegados al olvido
A algunos melómanos -y, de forma muy especial, a los wagnerianos- siempre les ha irritado profundamente el comentario de Woody Allen en Misterioso asesinato en Manhattan, cuando huye con Diane Keaton del Metropolitan Opera House de Nueva York: "No puedo escuchar tanto Wagner, ¿sabes? Me dan ganas de invadir Polonia". Y, sin embargo, pocas veces se ha formulado, con tanta ironía y contundencia, el uso político que el nazismoh izo de la música de Wagner. Lo cierto es que Wagner fue, junto a otros músicos como Beethoven, Bruckner o Richard Strauss, el ideal específicamente alemán de música que el Tercer Reich asumió como propio. Al mismo tiempo, éste condenó sin paliativos, con efecto retrospectivo, a la música de compositores no considerados como racialmente puros; y, en tiempo presente, a los compositores que más intensamente se habían comprometido con la modernidad.
Hace casi setenta años, el Tercer Reich dictó una condena contra algunos de los músicos más importantes de su tiempo. Su música, calificada de 'degenerada', ha sufrido, hasta hace muy poco, un olvido casi absoluto. Ahora empezamos a conocer un legado deslumbrante, cuyo rescate es una regeneración. Porque significa no dar la razón al nazismo y evitar el uso siniestro de la tradición musical alemana
A diferencia de los artistas, la mayoría de los músicos condenados quedaron relegados al olvido
A algunos melómanos -y, de forma muy especial, a los wagnerianos- siempre les ha irritado profundamente el comentario de Woody Allen en Misterioso asesinato en Manhattan, cuando huye con Diane Keaton del Metropolitan Opera House de Nueva York: "No puedo escuchar tanto Wagner, ¿sabes? Me dan ganas de invadir Polonia". Y, sin embargo, pocas veces se ha formulado, con tanta ironía y contundencia, el uso político que el nazismoh izo de la música de Wagner. Lo cierto es que Wagner fue, junto a otros músicos como Beethoven, Bruckner o Richard Strauss, el ideal específicamente alemán de música que el Tercer Reich asumió como propio. Al mismo tiempo, éste condenó sin paliativos, con efecto retrospectivo, a la música de compositores no considerados como racialmente puros; y, en tiempo presente, a los compositores que más intensamente se habían comprometido con la modernidad.
Una fecha destaca de forma muy especial en esta política cultural rigurosamente planificada: 1937, cuando se presentó en Munich la exposición Entartete Kunst (Arte degenerado). Se trataba de un esfuerzo museográfico sin precedentes históricos, fruto de las directrices directas de Goebbels, lugarteniente de Hitler, y de una investigación exhaustiva en los fondos de los museos alemanes: la idea era detectar, inventariar y cartografiar toda manifestación artística considerada como inaceptable por su supuesta degeneración y considerada (son palabras de Hans Ziegler, responsable de artes plásticas del Reich) como producto de subhumanos (untermenschen). El resultado fue una exposición con más de 650 obras de unos 120 artistas, en su mayoría vivos y, desde entonces, considerados como enemigos objetivos del régimen, lo que equivalía aun exilio forzado o a una condena a muerte. Estremece pensar que, sólo en Munich, la exposición, que presentaba con todo tipo de sarcasmos y acusaciones al arte moderno, fue visitada por dos millones de personas. Y, durante tres años, estuvo de gira por toda Alemania, con éxito de público no menor.
Buena parte de los artistas expuestos allí son considerados hoy como artistas esenciales del siglo XX: Kandinsky, Paul Klee, Emil Nolde, Marc Chagall, Otto Dix, Max Beckmann, Oskar Kokoschka, George Grosz… La lista es casi interminable. Como lo es la trágica crónica vital y artística de todos ellos después de la exposición de Munich.
En 1938, se presentó, con éxito de público similar, la versión musical de esta exposición: Entartete Musik (Música degenerada). Ahí se levantaba acta judicial del tipo de música que el III Reich no iba a tolerar y que, a partir de entonces, sería prohibida y perseguida en Alemania y los territorios ocupados. Lo más dramático del siniestro episodio es que, a diferencia de lo que sucedió con los artistas, la práctica totalidad de los músicos condenados (con poquísimas excepciones, como Schönberg o Kurt Weill), quedarían relegados al más absoluto de los olvidos. Y el problema es que muchos de ellos y buena parte de sus obras deben figurar, por méritos propios, en los repertorios más exigentes de la historia de la música del siglo XX.
Mucho ha pasado desde entonces, pero el olvido pesa, sobre casi todos ellos, todavía como una losa. Poco a poco, alguna iniciativa discográfica y algunos proyectos expositivos están subsanando un silencio que, hasta hace muy poco, era la prueba más palpable de la consumación del proyecto cultural nazi: eliminar estas músicas hasta borrar todo recuerdo posible. El territorio que queda por recorrer, sin embargo, es todavía inmenso.
En el año 2003, el Jüdisches Museum de Viena presentó Quasi una fantasia. Juden und die Musikstadt Wien, una exposición impecable sobre la presencia de músicos judíos en Viena hasta la entrada triunfal en la ciudad de las tropas de Hitler. Una presencia cuantitativa y cualitativamente espectacular, justo es recordarlo, entre compositores, intérpretes y directores de orquesta. Sólo haciendo un cálculo entre los compositores de la tan celebrada opereta vienesa (que algunos pretenderían como paradigma de lo germánico puro), con fecha de 1928, el resultado es impresionante: sólo Lehar y Benatzky eran cristianos; el resto, en su totalidad, todos judíos. Y, en condición de tales, inexistentes a partir de 1938.
Este otoño pasado, en la Cité de la Musique de París, se ha presentado Le IIIe Reich et la musique. La gran recepción que tuvo la exposición se explica por lo extraordinariamente desconocida que es, todavía hoy, toda esta música. Volver a ella es contribuir a reescribir la historia cultural reciente, descubrir un legado que no merece el olvido. Y volver a replantear, de paso, los oscuros vínculos que se tejieron entre música y nazismo. Porque lo que dijo Woody Allen, como mínimo durante una década, fue literalmente verdad.