ROBERT SALADRIGAS
B arcelona, España. 10/05/2006 (La Vanguardia).- Philips Dorothy James (Oxford, 1920), la inmarchitable dama británica del crimen, cumplirá ochenta y siete años, ostenta el título vitalicio de baronesa de Holland Park, el barrio londinense donde reside, y desde que en 1945 publicó su primera novela de estirpe criminal, Cubridle el rostro, la mujer de aspecto bonachón, madre, abuela y bisabuela, no ha cesado de producir títulos serios que a lectores de medio mundo nos encandilan por su inteligencia y elegancia. Es heredera de la gran Dorothy L. Sayers y creadora de un personaje singular en la tradición del género, el comandante-detective de New Scotland Yard Adam Dalgliesh, protagonista de trece de sus novelas, que a las lúcidas dotes de sabueso - no precisamente en la línea del Poirot de Agatha Christie ni del Auguste Dupin de Allan Poe- une la de poeta. Ese toque de distinción hace que Dalgliesh se presente ante el lector como un funambulista que pendula entre el frío sentido común del investigador y el confortante humanismo del artista.
No sé por qué se me ocurre pensar que a estas alturas resulte conveniente repasar los atributos de P.D. James. Debería dar por sentado que ningún consumidor de novelas policiales ha dejado de leer alguno de sus libros, varios de ellos sencillamente magistrales. Aunque así fuera, siempre cabe la posibilidad de alguien que por circunstancias no conozca a la autora de Muerte en el seminario, La hora de la verdad, Un impulso criminal o Mortaja para un ruiseñor, y me gustaría aconsejarle que no desaprovechara la oportunidad de gozar, por lo menos durante unas horas, de las virtudes literarias de la baronesa James. Porque si ella no duda en confesar que siempre ha escrito y sigue haciéndolo por "imperativos psicológicos", porque no consigue reprimir la necesidad de contar las complejas historias que una vez y otra se le van ocurriendo -ahora mismo arma una nueva obra-, sus novelas, sobre todo en la etapa de madurez, se elevan deliberadamente por encima de las exigencias que caracterizan el género. Las raíces de P.D. James anclan en la tradición de la gran novela británica del XIX, la novela que aborda las rugosidades del carácter y los comportamientos de los personajes para en este caso explicar de manera coherente las causas por las cuales personas normales, socialmente respetadas, sucumben al mal o se regocijan en la violencia. No considero fortuito que en La hora de la verdad. Un año de mi vida (1977-78) libro interesante que recomiendo a los que se sientan atraídos por los detalles de la vida de esa mujer que durante una etapa trabajó en el Departamento de Policía del Ministerio del Interior Británico-, incluya al final el texto de una sutil conferencia que pronunció en 1998, en la reunión anual de la Jane Austen Society, sobre el tema´Emma´ como novela policiaca. Sería fácil, si el espacio lo permitiera, detectar las pisadas de la novelística de Jane Austen en las páginas escritas por P.D. James a lo largo de su carrera.
Lo que sí está claro en su por ahora última novela El faro -curioso que adoptara el título de la obra tal vez más destacada de Virginia Woolf aunque se justifique en la trama- es el valeroso fulgor mental de P.D. James. El maestro de la partida sigue siendo Adam Dalgliesh cada vez más sujeto al cargo de ayudante permanente del comisionado y menos libre para actuar a sus anchas que aquí aparece enamorado, reflexivo acerca de los riesgos de la pasión amorosa y se enfrenta al misterio de la propia muerte sin más culpable que la naturaleza. Junto a él la inspectora-detective Kate Miskin y el sargento Francis Benton-Smith, dos jóvenes diseñados por el peso de sus propias historias. El lugar es la imaginaria Combe Island, una isla frente a la abrupta costa de Cornualles, propiedad en el siglo XVI y durante cuatrocientos años de la familia Holcombe -la habita una de sus descendientes- y ahora reservada en exclusiva a hospedar cinco personalidades a lo sumo de la alta política, la abogacía, la medicina, las letras o la industria, que buscan disfrutar en ella de unos días de reposo absoluto. En semejante refugio circular regido por un pequeño grupo de empleados se produce el asesinato de un escritor célebre, oriundo de la isla, cuyo cadáver aparece colgado de una de las ventanas del faro. Todos los miembros de la comunidad, incluidos dos visitantes, un científico y un abogado, tienen motivos para resultar sospechosos; lo más probable es que los motivos del asesinato se encuentren en el pasado, lo que obliga a Dalgliesh y sus ayudantes a reconstruir fragmentos de las memorias de cada uno de los personajes que a nosotros, en un detalle de auténtico talento narrativo, nos son presentados desde varios puntos de vista a la vez, de manera que podemos deducir al mismo tiempo que los investigadores hacia quién o quiénes conducen las pistas.
No voy a entrar en la urdimbre del enigma, por supuesto, pero sí en algo que para P.D. James resulta siempre primordial. Por una parte aquello que aflora en todo homicidio, los sustratos de la bestialidad humana exacerbados por el odio, la vanidad, la lujuria, los celos, la codicia, las frustraciones o el miedo. Por otra, los recelos éticos que pese a su dilatada experiencia crea el deber policial de violar la intimidad de los otros a un hombre estricto y sensible como Dalgliesh, celoso de su propia vida secreta. Entre el severo pragmatismo del profesional y las dudas y la compasión que genera en la conciencia del poeta el hecho de vulnerar territorios prohibidos en su cometido de perro de presa, se establece la tensión de un dilema moral, sin duda alentado por las convicciones de P.D. James, que imprime a la novela, a la mayoría de las suyas, una consistencia inhabitual en las obras que se reducen a cumplimentar las reglas del género. Lo veo como una prueba del vigor y el inconformismo de la siempre joven dama británica del crimen, mientras espero impaciente leer la próxima. Seguro que me comprenden.
P. D. James El faro Traducción de Francisco Rodríguez de Lecea BRUGUERA 528 PÁGINAS 17 EUROS