ORIOL IZQUIERDO
B arcelona, España. 23/05/2006. (LA VANGUARDIA).- Las tradiciones familiares pesan. A diario consulto, si es posible antes de salir a la calle, las necrológicas que publica el periódico. A muchos ésta les parecerá una costumbre ceniza. Para mí más bien ha sido un instrumento de socialización. Rara es la semana que no dan cuenta del óbito de algún conocido por lo menos remoto o indirecto o en alguna medida público. Raro es el mes que haberlas leído no te ahorra algún mal trance, como lo sería no dar el pésame cuando es preciso. En otras sociedades mediterráneas la defunción es vivida más públicamente, como recordarán los que hayan paseado, por ejemplo, por poblaciones italianas y por la costa adriática. La verdad es que al principio sorprende encontrarse esquelas colgadas por la calle, en puertas y paredes, a menudo con una foto de la persona finada cuando vivía, casi siempre -intuimos- favorecida por la imagen. Como sorprende ahora hojear periódicos de hace un siglo o más y comprobar que por aquel entonces las esquelas eran información de portada.
Aquí y en la actualidad, en cambio, parece que intentamos hacer de la muerte un hecho tan privado como lo permiten las circunstancias. Si no es que la escondemos: no le cuadrarán las cifras a quien se tome la molestia de contar los decesos que constan en el registro de los servicios funerarios y los compare con el número de necrológicas publicadas. Y estoy seguro de que la razón no es económica, aunque contratar este servicio no sea nada asequible; sé de muchos que pudiendo habérselo pagado optaron por prescindir de él. Tal vez por ello llama todavía más la atención que de vez en cuando aparezca una esquela singular, como lo era ésa que resultó ser falsa y a la que aludía el pasado domingo el Defensor del Lector.
En ella se decía que el presunto difunto "ha dejado de ser una persona" y "ahora es un animal como siempre quiso". La separé al instante, puesto que a su lado otras perlas escogidas, como la celebración anual de la muerte de Mozart o ese pertinaz "Siempre seremos cuatro", pierden brillo. Lástima que, sabiéndola falsa, devenga sólo ejemplo de un refinado afán de venganza. Lástima, porque habría hecho buena pareja al lado de la sorprendente esquela del Dr. José López Raichs. Cada mes de septiembre aguardo a ver si sus mascotas Nadir, Alexa y Ariadna recuerdan, como lo hacen desde el 2004, su aniversario. Como aguardo a que llegue el próximo mes de febrero para descubrir con qué enigma comunicarán los allegados de Pere Serra padre e hijo, como lo hacen desde 1992, las últimas gestas azulgrana.
Las tradiciones pesan. Al parecer mi abuelo leía siempre las necrológicas, y las leen todavía mis tíos. Como ellos, ahora mismo lo hago yo. Me entretiene reconocer en esos breves textos los elementos de contexto y de subtexto que contienen. Las hay rigurosamente convencionales, ya sean de signo religioso o con marcado aire civil. Algunas muestran una tristeza que conmociona y otras exhiben un lirismo incluso inoportuno. Unas son impúdicas y otras gélidas. Casi todas hablan, aun sin pretenderlo, de la evolución de la estructura familiar, del peso de los referentes culturales, de la evolución de los mismos rituales funerarios (ya no suele precisarse que no se admiten coronas, como antaño). Parece imposible que un espacio tan menguado y sometido a unas fórmulas a priori tan estereotipadas termine por decir tanto. Si no fuera por miedo a exagerar, casi diría que estamos ante un prometedor género literario.